El librogate

Sobre la reciente pifia del candidato priista a la Presidencia. 
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Hasta el sábado por la tarde, Enrique Peña Nieto había tenido, merecidamente, una buena semana. La decisión de forzar la salida de Humberto Moreira de la dirigencia priista reveló una virtud en Peña. Tal y como ocurriera tras el escándalo de la muerte e investigación del caso Paulette, Peña Nieto ha mostrado el instinto suficiente como para deshacerse de actores tóxicos para su proyecto y su partido. Toda proporción guardada, aquella decisión de destituir a su amigo Alberto Bazbaz tras el fiasco de Paulette tiene los mismos tonos que las acciones que ahora han terminado con la boquifloja presidencia priista de Moreira. Si en estas mismas páginas alguna vez insistí, en detrimento de Peña Nieto, que la forma es fondo, esta vez hay que reconocer que haber echado a Moreira fue una decisión sagaz. No todos los políticos mexicanos despiden a sus colaboradores o aliados cuando deben despedirlos.

Para desgracia del virtual candidato priista a la Presidencia, el acierto de Moreira no tardó en verse opacado por el ya célebre librogate de Guadalajara: tres minutos de auténtico terror para el priismo. Como en uno de esos programas de realidad donde es posible ver la implosión pública de los concursantes, Enrique Peña Nieto nos regaló su primera muestra de auténtica vulnerabilidad. En términos puramente político-electorales, lo grave no es que no haya podido enumerar al menos tres libros que hayan marcado un parteaguas en su construcción personal. Eso, en el fondo, es lo que menos debe preocupar a los priistas. Quien piense que el electorado realmente va a castigar a un político por ser inculto es que no conoce al electorado. En todo caso, los votantes a veces tienden a recompensar a figuras que les resultan más empáticas y menos olímpicas. El problema no es necesariamente ser inculto (muchos grandes gobernantes de la Revolución lo fueron). El problema es exhibir en público esa falta de recursos intelectuales para salir al paso de los desafíos de la realidad, una realidad que nunca obedece a un libreto.

Resulta francamente asombroso que, sabiendo que se presentaría en la Feria Internacional del Libro, Peña Nieto no se preparara para responder las preguntas que, de manera previsible, le plantearía la prensa. Cualquier que haya estado dos minutos en la célebre FIL sabe que todo gira alrededor de la (bendita) cultura del libro. Que Peña Nieto haya llegado desprovisto de respuestas (elementales incluso) exhibe un descuido que revela falta de preparación y un exceso de confianza completamente injustificado. Mala cosa.

En una democracia como las actuales, en las que el desempeño en los medios es crucial, un político no se puede permitir la más mínima indolencia. En la historia reciente sobran ejemplos de grandes carreras políticas que se vinieron abajo después de que el político en cuestión se tomó a la ligera su intervención en este o aquel foro o, peor aún, subestimó el poder amplificador de los medios. Pienso, por ejemplo, en aquel episodio de López Obrador con Brozo o su ya mítica ausencia del primer debate en 2006. Lo mismo podría decirse de Ernesto Cordero y aquello de los seis mil pesos. En Estados Unidos, Rick Perry acabó con sus aspiraciones presidenciales cuando hizo un largo y vergonzoso mutis similar al episodio de Peña Nieto en Guadalajara. La diferencia, claro, es que Perry se equivocó durante un debate frente a una audiencia de millones, mientras que Peña lo hizo en un foro en la FIL. Pero el peligro para el PRI está claro. Enrique Peña Nieto se equivoca si cree que su ventaja está blindada contra su propia ineptitud y descuido. Hombres más poderosos y carismáticos han caído en desgracia electoral víctimas de la soberbia.

(Publicado previamente en Milenio Diario)

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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