Una mala negociación tras otra

El segundo periodo de Obama empieza como terminó el primero: en medio de conflictos partidistas que parecen irreconciliables.
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Enero de 2013 marca dos momentos trascendentes para Estados Unidos. Se logró conjurar la primera amenaza de “abismo fiscal” en los primeros minutos del año, y el 21 de enero la presidencia de Obama inició su segundo cuatrienio.

El segundo periodo de Obama empieza como terminó el primero: en medio de conflictos partidistas que parecen irreconciliables. Los demócratas están convencidos de que el pueblo votó a favor de proteger programas sociales como Medicare (seguro médico para mayores de 65 años), Medicaid (seguro médico para gente de escasos recursos), pensiones del seguro social y de veteranos y el nuevo programa de salud universal conocido popularmente como Obamacare. Los republicanos aseguran que mantuvieron la mayoría en el congreso porque la gente quiere que ellos impongan disciplina fiscal a los “demócratas derrochadores”. Ambas partes creen tener un mandato electoral que los obliga a no conceder (los demócratas en el ejecutivo y senado, y los republicanos en la cámara baja). Pero, a diferencia de Obama, los legisladores republicanos tienen que estar preocupados porque ellos sí tendrán que enfrentar un proceso de reelección.

En forma parcial, ambos partidos tienen razón y ambos están equivocados. El único consenso claro parece ser que el pueblo estadounidense quiere un Estado con amplios beneficios sociales, al estilo de los europeos, pero sin tener que pagar la cantidad de impuestos que ellos pagan. Muchos beneficios y pocos impuestos es una fórmula deseable, pero inverosímil (aunque no lo parezca porque durante décadas los estadounidenses han optado por vivir “de prestado”). La deuda del gobierno pasó de ser menos de la mitad del PIB en 1980 a ser mayor que el PIB en este momento. Con tasas de interés en niveles mínimos históricos (el Tesoro de EUA puede financiarse a 1.9% a diez años) ese endeudamiento es factible. Si las tasas de interés regresaran al nivel promedio de los últimos 50 años, el costo del servicio de la deuda sería mayor que el gasto militar, y la deuda se volvería un pesado lastre que impediría el crecimiento. Esto ocurrirá en el momento en que haya una recuperación y la demanda por crédito privado regrese, teniendo que competir con el gobierno por recursos. De ahí la importancia de que el país regrese a un escenario fiscal viable.

La primera gresca por el “abismo fiscal” le dio una clara victoria a Obama y a los demócratas, al forzar a una cámara baja de mayoría republicana a, por primera vez en más de veinte años, aprobar un aumento de impuestos. Al hacerlo, sin embargo, le quitó una importante arma de negociación al presidente, a quien hasta ahora le favorecía la falta de acuerdo, pues esta implicaba que se dejaría que expiraran las reducciones “temporales” de impuestos que propuso George W. Bush en 2001 y 2003 para hacer frente a la crisis ocasionada por el desplome de las Dot.com. La negociación dejó que el recorte expirara solo para aquellos que ganan más de 400 mil dólares (o familias que perciben más de 450 mil), lo cual afecta a 0.5% de la población. Para el restante 99.5% la reducción pasó a ser permanente.

Ahora, vienen tres luchas que serán aún más encarnizadas. Si no hay un acuerdo previo entre las partes, el 1º de marzo tendrá lugar el “embargo automático” al gasto público (la segunda mitad del “abismo fiscal”), que recortaría el presupuesto de alrededor de mil agencias federales y reduciría el gasto militar. Además, el gobierno ha llegado a su techo de endeudamiento (16.4 millones de millones de dólares). El Tesoro tiene un par de meses de margen, pero de no elevarse el permiso legislativo para adquirir más deuda, los mercados podrían temer que el gobierno deje de pagar intereses sobre la deuda emitida. Por último, el 27 de marzo vence la “resolución de continuidad” que permite que el gobierno federal opere sin presupuesto (Obama no ha logrado que el legislativo le apruebe un presupuesto en tres años, y en las dos últimas versiones presentadas al senado, de mayoría demócrata, ni un solo senador votó a favor de ellas). Si no aprueba una nueva resolución, las agencias y servicios federales no prioritarios tendrán que cerrar. El primer trimestre de 2013 transcurrirá en medio de un estridente ruido legislativo que impedirá la discusión de otras iniciativas importantes, como la de reforma migratoria o la de control de armas de asalto.

Mientras tanto, sabemos que la primera medida adoptada (el aumento de impuestos) le puede quitar más de un punto porcentual al crecimiento estadounidense, que podría estar alrededor de 1.7% en 2013. Esto es claramente insuficiente para generar los empleos necesarios, considerando que la economía arrastra dos pesadas cargas: el envejecimiento de la población y el endeudamiento de familias y gobierno.

Idealmente, la situación actual hubiera podido representar una oportunidad para negociar y lograr: a) Posponer cualquier incremento en impuestos o reducción de gasto hasta que la economía se recupere, quizá utilizando indicadores de crecimiento económico como catalizador para aumentos o recortes automáticos. b) Reformar el complejo y absurdo código fiscal para, a la larga, permitir una recaudación fiscal eficiente y balanceada que omita subsidios absurdos a grupos de poder, pero que fomente competitividad ,y proponer reformas lógicas a los programas sociales que las haga sostenibles a largo plazo sin que asfixien al Estado. c) Garantizar la factibilidad fiscal de largo plazo del país, estableciendo un camino sensato para reducir gradualmente el endeudamiento público. A corto plazo, incluso hubiera podido establecerse un plan extraordinario para invertir en la modernización de la infraestructura estadounidense.

No se logró nada de esto y una gran oportunidad está siendo desperdiciada.

Obama enfrentará el enorme reto de buscar cómo generar empleos en medio de un escenario de raquítico crecimiento en casa, recesión en Europa y desaceleración en China. Afortunadamente para México, la única alternativa parece estar en el fomento de manufacturas y para tener una ventaja competitiva en esta área tiene que promover la inversión para la explotación de gas de esquisto (shale gas), como vehículo para proveer a sus fábricas de costos de energía extraordinariamente bajos. Todo incremento en esa producción tiene que pasar por México, que puede resultar el claro ganador del caos fiscal y de la disfunción política estadounidense.

En cierta forma, el presidente Obama tuvo a los republicanos de hinojos y con la opinión pública en contra. Pudo haber aprovechado esa ventaja para poner sobre la mesa una alternativa balanceada que se pareciera a las deseables reformas propuestas por la comisión Bowles-Simpson. En vez de eso, decidió humillar al adversario, forzándolo a aceptar aumentos de impuestos, sin darles algo a cambio. Si la historia nos enseña algo, es que tarde o temprano los republicanos se la van a cobrar al presidente. No es claro quién ganara en esta riña casi infantil, pero es claro el pueblo estadounidense será quien terminará perdiendo.

 

 

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Es columnista en el periódico Reforma.


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