El arte de la ligereza

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Milan Kundera

La fiesta de la insignificancia

Traducciรณn de Beatriz de Moura

Barcelona, Tusquets, 2014, 144 pp.

Prรกcticamente cincuenta aรฑos separan a la primera novela de Milan Kundera, La broma (1967), de esta รบltima, La fiesta de la insignificancia. Durante ese lapso, el autor ha construido una de las mayores obras narrativas del siglo XX, heredera directa de una de las grandes tradiciones de la novela moderna, la de Europa central, aquella a la que pertenecen Kafka, Musil, Broch y Gombrowicz, entre otros (la obra de Kundera, de hecho, es depositaria de varias e ilustres tradiciones: la novela cervantina, el espรญritu libertino, la ilustraciรณn dieciochesca…). Su apariciรณn no ha dejado de sorprender, pues, tras la publicaciรณn de La ignorancia en el aรฑo 2000, muchos daban –dรกbamos– por hecho que el escritor checo se habรญa retirado ya de la novela. Pocos autores se dan el lujo de publicar una nueva obra entrados los ochenta aรฑos. Frente a un acontecimiento de esta naturaleza, el crรญtico no puede dejar de reaccionar con cierta suspicacia, casi morbo: ¿se tratarรก de un libro superfluo, la tรญpica obra extemporรกnea de quien fue un gran escritor y que habrรญa sido mejor omitir, o, por el contrario, del canto del cisne, una รบltima obra maestra? Conforme pasaba las pรกginas de La fiesta… y, sobre todo, al final, mis dudas y temores se disiparon: no solo se trata de un pequeรฑo chef-d’ล“uvre, sino de un verdadero epรญlogo al conjunto de una obra, su palabra final. Con La fiesta de la insignificancia Kundera cierra un cรญrculo que comenzรณ con La broma; son muchos los puntos de contacto entre ambas y bien podrรญa establecerse un diรกlogo entre ellas, pero, como suele ocurrir en la obra de los grandes autores, la visiรณn final del mundo no es una mera confirmaciรณn de la inicial, sino, en varios sentidos, su rectificaciรณn y hasta su refutaciรณn. Basta comparar los dos finales: serio y melancรณlico el de La broma, ligero y alegre el de La fiesta... El hombre y el novelista de 85 aรฑos tiene algunas cosas que enseรฑarle al de 35.

Por frivolidad, por afectaciรณn, por mera fatuidad, tendemos a identificar la profundidad de pensamiento con lagravedad y la tragedia, y a la alegrรญa y la comedia con cierta ingenuidad. Aunque reconozcamos la importancia del humor, en el fondo pensamos que lo autรฉnticamente profundo no puede ser sino serio. En el caso de la novela, poco parece importar que varios de sus mayores ejemplos, las cimas de la novelรญstica, sean obras cรณmicas: Gargantรบa y Pantagruel, el Quijote, el Tristram Shandy, La conciencia de Zeno. Nos seguimos aferrando a la idea de que una obra, para ser verdaderamente grande, debe poseer una visiรณn grave de la vida, cuando no trรกgica. A deshacer este lamentable malentendido se ha encaminado buena parte de la obra de Kundera, de la cual La fiesta… es el รบltimo argumento.

En La broma –devastadora crรญtica del socialismo real–, Ludvik, el protagonista, ve su vida destruida por un chiste (una postal que envรญa a la chica que le gusta con tres frases: “¡El optimismo es el opio del pueblo! El espรญritu sano hiede a idiotez. ¡Viva Trotski!”). Tragicรณmicamente, Ludvik descubrirรก que los regรญmenes totalitarios tienen escaso sentido del humor. Al final, el significado de la broma se amplรญa: ya no es solo el chiste banal que desencadenรณ su desgracia, sino la totalidad de su vida y, mรกs allรก, la Historia entera, una broma fatal, descomunal, estรบpida, cuya gracia se nos escapa. En La fiesta…, los cuatro amigos protagonistas –Ramรณn, Alain, Charles y Calibรกn– aman los chistes y el sentido del humor, pero viven en una รฉpoca (la actual) que ya no sabe apreciarlos o en la que incluso resultan peligrosos: “el crepรบsculo de las bromas”, explica Ramรณn, “la era de las posbromas” (en efecto, no son solo los totalitarismos polรญticos los enemigos del humor: prueben hacer una broma en los ambientes de ultracorrecciรณn polรญtica que prevalecen en las universidades norteamericanas). Conscientes de que es imposible cambiar el mundo, los hรฉroes kunderianos se refugian en la amistad, el hedonismo y el buen humor, pues “solo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres, y reรญrte de ella”.

La fiesta de la insignificancia narra –mediante una trama apenas esbozada, pues aquรญ, como en Sterne o Diderot, maestros de Kundera, la trama es lo de menos y lo que importa son los personajes y sus conversaciones– la conquista de la sabidurรญa y el humor. Se respira en ella, mutatis mutandis, la atmรณsfera que se respira en La tempestad, el prรณlogo al Persiles o los รบltimos ensayos de Montaigne: una atmรณsfera alegre, serena, benรฉvola, conciliatoria. Pocos, muy pocos artistas logran al final de sus vidas esa visiรณn olรญmpica.

A lo largo de toda su obra, Kundera se ha interrogado sobre la historia y el individuo, sobre la posibilidad de justicia en la historia, sobre la memoria y el olvido. En La broma, la conclusiรณn era francamente pesimista: “la mayorรญa de la gente se engaรฑa mediante una doble creencia errรณnea: cree en el eterno recuerdo (de la gente, de las cosas, de los actos, de las naciones) y en la posibilidad de reparaciรณn (de los actos, de los errores, de los pecados, de las injusticias). Ambas creencias son falsas. La realidad es precisamente lo contrario: todo serรก olvidado y nada serรก reparado”; en La fiesta…, la perspectiva ha cambiado radicalmente, no, desde luego, porque ahora crea en la memoria eterna y la posibilidad de justicia, sino porque ha sabido reconocer y abrazar por completo su falta de importancia. Es la conclusiรณn de la novela y, en mi opiniรณn, de toda la obra de Kundera: “La insignificancia, amigo mรญo, es la esencia de la existencia. Estรก con nosotros en todas partes y en todo momento. Estรก presente incluso cuando no se la quiere ver: en el horror, en las luchas sangrientas, en las peores desgracias. Se necesita con frecuencia mucho valor para reconocerla en condiciones tan dramรกticas y llamarla por su nombre. Pero no se trata tan solo de reconocerla, hay que amar la insignificancia, hay que aprender a amarla. Aquรญ en esta parte, ante nosotros, mira, amigo mรญo, estรก presente en toda su evidencia, toda su inocencia, toda su belleza. Sรญ, su belleza (…) Respira, D’Ardelo amigo mรญo, respira esta insignificancia que nos rodea, es la clave de la sabidurรญa, es la clave del buen humor.” Rabelais, Cervantes, Montaigne –la familia espiritual de Kundera– habrรญan asentido. ~

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(Xalapa, 1976) es crรญtico literario.


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