Allá cuando vivía en Varsovia, se instalaron en los bajos de mi edificio dos tiendas con nombre en inglés. Una era Winelovers; la otra, el local de un diseñador de ropa: Philosophy by Mariusz. El mensaje de esta última aseguraba que sus productos eran mucho más que prendas de vestir: eran una filosofía. Ciertamente resultaba imposible hallar en las prendas el imperativo categórico o la prueba ontológica de la existencia de Dios, y difícilmente Platón pensaría que en el cielo hubiera formas perfectas de los muy estrambóticos pantalones que diseñaba Mariusz. En cambio, sí podía imaginar a Sócrates diciendo al mirar la tienda: “Cuánta cosa que no necesito”.
Verdad es que algunos filósofos optaron por vestir de cierto modo que supuestamente respalda sus ideas, pero más bien a la baja, a la modestia y pobreza, aunque a veces con el resultado opuesto, pues muchas ganas de llamar la atención había en la vestimenta de pelos de camello de Juan, y también en la túnica desgarrada con la que se ataviaba Antístenes. “Veo tu vanidad a través de las rasgaduras de tu túnica”, le dijo Sócrates.
El tema del pantalón y la falda para hombres y mujeres se ha puesto a debate en distintos momentos de la historia y con distintas posturas religiosas, pero desde hace milenios las mujeres han usado pantalón y los hombres falda. A los antiguos griegos les parecía costumbre bárbara de los persas el uso de pantalones, si bien tal palabra no es tan antigua y debe su origen al personaje Pantalone, de la comedia italiana. En el diccionario de la RAE aparece por vez primera en 1822, y revela que “se compone de dos piezas, una para cada pierna, y por esta cualidad se le nombra comúnmente en plural”.
Entre los consejos del Antiguo Testamento está la forma de aproximarse al templo, ya que al subir los escalones, los hombres de cortas enaguas podían descubrir sus vergüenzas. Era un mundo sin ropa interior, y apenas el decoro pictórico le dio al Cristo crucificado un taparrabos. El mismo decoro lo viste con una extraña túnica que puede descubrirse de arriba para abajo cuando Santo Tomás le encaja la uña en el costado.
No pienso ahora repasar la historia del vestido. Mi intención inicial era mirar cómo se ha devaluado la palabra filosofía, sobre todo cuando se le agrega el posesivo “mi”. En Los hermanos Karamazov, el padre de ellos menciona dos o tres opiniones sobre la vida y acaba diciendo: “Haz decir una misa por mí si quieres; si no, vete al diablo. Esta es mi filosofía”.
Las páginas de prensa dan espacio a mucha gente famosa que habla de “mi filosofía”, para dar un mensaje bastante ordinario. “Mi filosofía es no darme por vencido” o “Mi filosofía es vivir el presente” y cosas así. Muy distinto vemos a Schopenhauer cuando escribe: “La raíz de mi filosofía se encuentra en la de Kant, en especial en la doctrina del carácter empírico e inteligible, pero en general en que, cuando Kant se acerca algo a la luz con la cosa en sí, esta siempre se asoma a través de su velo como voluntad; sobre esto he llamado expresamente la atención en mi crítica de la filosofía kantiana y he afirmado, en consecuencia, que mi filosofía solo es un pensar la suya hasta el final”.
Ningún problema hay en suponer que uno pueda tener una filosofía personal, tomando en cuenta que las máximas de sabiduría que se dictaban en el oráculo de Delfos son asuntos que brotan de explorarse uno mismo. Así lo leemos en el Cármides de Platón: “Porque «el conócete a ti mismo» y el «sé sensato» son la misma cosa, según dice la inscripción, y yo con ella; pero fácilmente podría pensar alguno que son distintas. Cosa que me parece que les ha pasado a los que después han hecho inscripciones como, por ejemplo, la de «Nada en demasía» y «El que se fía, se arruina»”. Éste último algunos lo traducen como: “La certeza trae la ruina”.
Son tres consejos en apariencia sencillos pero que requieren mucha reflexión y voluntad para conducirlos con las riendas. Cabe preguntar por qué habríamos de hallar sabiduría en una mina de charlatanería como fue el oráculo de Delfos. No tengo respuesta.
Acepto el reto de “conócete a ti mismo”, pero me parece que “nada en demasía” es una tibieza innecesaria. La filosofía tiende a moralizar y en el proceso trata de anular la condición humana. La filosofía puede ser dosis de razón en demasía. Los diálogos platónicos me ponen de mal humor. Sócrates me irrita profundamente. Beberse la cicuta fue un profundo acto de pedantería. Ni él ni Séneca ni Epicteto me sirven como ejemplo. No confío en Marco Aurelio.
En la sabiduría griega se hallan muchas citas trucadas que buscan una moderación empobrecedora. Cosas como: “Piensa que es mejor ser sensatamente desafortunado que gozar de buena fortuna con insensatez”. Aquí el embeleco es comparar dos situaciones no excluyentes. ¿Por qué no gozar de buena fortuna con sensatez?
Leyendo todo esto se entiende la contienda intelectual que Nietzsche tuvo con muchos de ellos.
Comoquiera es bueno saber que “mi” filosofía no ha de ser una opinión espontánea o una actitud momentánea sino algo meditado, estudiado y razonado. La filosofía está para filosofar, no para citarla.
Luego de unos años, volví a pasar por mi calle de Varsovia. Noté con cierta felicidad que ya no existía Philosophy by Mariusz y que en su lugar se instaló un local de lencería llamado Almost Naked. Verdadera maravilla para la imaginación y los sentidos que hace a uno despreciar eso de “nada en demasía”. A su lado, se mantiene firme Winelovers. Eros y Dioniso. Todo con exceso, nada con moderación. ~
(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.