Entrevista a Agustín Fernández Mallo: “Morimos para resucitar en la mente de los demás”

Agustín Fernández Mallo niega la muerte en su libro más reciente, un retrato de su padre.
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En su libro más reciente, Madre de corazón atómico (Seix Barral, 2024), que toma el título de un disco de Pink Floyd por razones que nada tienen que ver con la música, el escritor hace un retrato de su padre, veterinario visionario, reflexiona sobre la identidad y la muerte y da con rimas y repeticiones en busca de un sentido compositivo de la vida.

El libro es un intento de retrato de tu padre, ¿de dónde surge el deseo o la necesidad de conocer y contar la historia de tu padre?

Son cosas que aparecen sin más, no te das cuenta, es un proceso muy orgánico, pero hubo dos momentos. El primero, cuando atravesando yo EEUU en coche, en el 2010, en Kansas me desvío y llego a un inmenso prado y veo cientos de vacas, detengo el coche, me bajo, y esas vacas y yo nos miramos en silencio, instante en el que recuerdo que en 1967 mi padre, veterinario, había estado en esas mismas tierras seleccionando vacas para traer a España en un avión, volando. En ese instante fue cuando pensé que algún día escribiría algo acerca de la vida de mi padre. Aunque hay otro momento: en 2011, cuando mi padre, enfermo, ya no me reconoce, se abre un abismo a mis pies, un hueco vertiginoso, como si todo lo que había vivido hasta entonces fuera un decorado; recuerdo mirarle a los ojos y en silencio preguntarme, “¿quién hay ahí?”. Y es esa pregunta de la identidad, de qué clase de máscara somos, la pregunta que atraviesa todo el libro, y que he intentado responder.  

¿Cuál es la relación entre Pink Floyd y tu padre? O dicho de otra manera, ¿por qué se llama así el libro?

Cuando era pequeño, una de mis hermanas mayores trajo a la casa familiar el disco Atom Heart Mother. Mi padre, en vez de fijarse en el disco en sí, me describió la portada, que es una foto de una vaca mirando a la cámara, con toda clase de detalles técnico-veterinarios. Eso fue epifánico para la percepción del niño que yo era, pues me di cuenta de que él se fijaba en las cosas en las que otros no se fijaban, en la cara B de los objetos o de lo hechos comunes, lo cual al fin y al cabo es la función de la poesía. Extraer fantasía de lo real. La realidad, si se sabe ver con otros ojos, ya es lo suficientemente fantástica, no hace falta sumarle ridículas historias ni infantilizarla. 

La historia de tu padre cuenta también la historia de una época y de un país que progresa, ¿fue saliendo o estaba predeterminado que se contara parte de la evolución social y cultural también?

No, no fue predeterminado, pero es inevitable que cuando cuentas la vida de alguien que hoy tendría 100 años (los mismos que mi madre, quien todavía vive), aparezca todo un siglo de un país, con sus cambios y sus picos de paz y de convulsión. Sobre todo, el modo en el que han cambiado conceptos como el peligro, el miedo, la educación, y muchos más. Por ejemplo, en mi casa no podías sentarte a desayunar en pijama, sin estar vestido. Cosa que, lógicamente, en aquel momento me irritaba y que hoy agradezco por lo que tiene de formación para otras cosas mucho más importantes que ese detalle del desayuno. Y todo así. 

Está también intuida o sugerida la historia familiar: eres el pequeño y el único chico. Es a la vez un libro íntimo y pudoroso, estás tú de un modo inconfundible pero como sin querer llamar la atención. 

Cierto. Para empezar, soy pudoroso, y además, conforme pasan los años reivindico más el pudor y me produce vergüenza ajena la falta de pudor que veo en la gente cuando manifiesta en público asuntos íntimos. Pero, por otra parte, hay un hecho mucho más literario: en este libro haya multitud de historias, que darían para muchos otros libros, o para un libro lleno de metaliteratuta, etc., pero yo no quería eso, no quería usar la muerte de mi padre para hacerme el inteligente, no quería hacer un ejercicio de alarde literario sino todo lo contrario, contar la vida de mi padre y yo desaparecer, que mi presencia como escritor fuera mínima en el sentido del estilo y la parafernalia, contar una narración lo más lineal y seca posible. En el fondo es una enseñanza de mi padre: como cuando me describió la vaca de la portada de Atom Heart Mother de un modo técnico y seco pero con un efecto tremendamente poético y narrativamente efectivo.  

Una cosa muy bonita del libro es que plantea una conversación que no sé si se dio en vida de tu padre entre sus documentos y cuadernos –convertidos en material literario aquí– y tu escritura: padre e hijo trabajando juntos. ¿Cómo fue la incorporación de ese material?

Qué bueno es eso que dices. No lo había pensado así, la verdad, es como ese trabajar juntos, situación que no se dio en vida. Al regresar yo de ese viaje de EEUU, en 2010, mi padre ya no reconocía bien su entorno debido a un trastorno cognitivo, y mirando en los cajones de su despacho encuentro un cuaderno de bitácora, escrito a máquina y con fotos en blanco y negro pegadas, en el que él relata ese su viaje profesional a Misuri, Kansas, etc., en 1967, y pone atención no solo a lo profesional sino a la sociología del país, las costumbres alimentarias, de ocio, etc., un documento precioso y valioso, y entonces me di cuenta de que es lo mismo que por aquel entonces hacía yo en mi blog cuando me iba de viaje de trabajo literario; era aquello de mi padre una suerte de protoblog. En ese documento cuenta cómo trajo las vacas España, en avión, en un viaje bastante accidentado, él y un piloto que había estado en la guerra de Corea, todo un periplo y aventura de mi padre, quien en su profesión siempre fue un pionero, un visionario dotado de una gran creatividad. Ojos de vacas flotando en la oscuridad del fuselaje de un avión que, a su vez, flota sobre el océano Atlántico, esa imagen, tremendamente surreal, casi buñuelesca, me la describió el año antes de su muerte, y me lo dijo como si nada, como si eso no tuviera importancia, una etapa más de su dilatada vida profesional. Lo que antes te decía: la realidad ya es, de por sí, lo suficientemente fantástica si sabes verle su cara B.       

Está la historia de tu padre, la recuperación de esa memoria, en un ritornello que vuelve a la habitación de hospital, y hay muchos espejos: los viajes a Estados Unidos; los viajes a pie… ¿buscar las rimas y las repeticiones es una manera de encontrar sentido compositivo a la vida?

Siempre. Pero no solo yo, el humano busca la repetición. Sin repeticiones, el cerebro ni tan siquiera puede entender la mínima realidad. En ese sentido, el Eterno Retorno existe, o al menos es tal como yo lo interpreto. Por ejemplo, cuando mi padre casi se muere, en el hospital, y tras días en la UCI abre los ojos por primera vez, al mirarle tengo la sensación de que es como si me mirara por primera vez, como si en vez de estar él muriéndose, estuviera  yo naciendo. Y es que la muerte siempre es nueva, la muerte no se parece a nada, la muerte es lo único que se repite y sin embargo siempre nos da un susto, no nos acostumbramos a ella y nos lleva a pensamientos nuevos, extraños, imágenes de esta clase. Hay algo que atraviesa todo el libro: la muerte no existe; nada más fallecer, y en un proceso muy misterioso, el muerto comienza a componerse en tu cabeza de otra manera, cobra otro cuerpo e imagen en tu mente, lo cual es una verdadera resurrección. Creo que es esa la última lección que me da mi padre, que resumo así: morimos para resucitar en la mente de los demás.     

También permite ver el cambio, las diferencias entre el viaje que hizo tu padre y los que has hecho tú también a Estados Unidos. 

Totalmente. Y también otra cosa: que España ha cambiado mucho más entre 1967 y la actualidad, de lo que lo ha hecho EEUU.  

El amor es uno de los temas centrales del libro, de tu obra, casi. La página final es muy emocionante, cuando explicas cómo te das cuenta de que tu hipótesis sobre la posibilidad de contar a tus padres estaba errada. 

Sí, es quizá la página más importante de cuantas he escrito en mi vida, cuando consigo unir a mi padre y a mi madre en una sola narración y me doy cuenta de que su legado, la verdadera herencia que me han dejado, es que la posibilidad del amor existe. Dos personas que durante más de sesenta años se amaron, caminaron juntos. 

¿Ha leído tu madre el libro? ¿Qué te ha dicho?

Quizá se lo lea yo. A sus 100 años se le cansa mucho la vista.  

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