Cita con mi abogado

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Llegué puntualmente. La secretaria, que en ese momento observaba sus uñas con escrupuloso cuidado, me anunció por teléfono. "Puede pasar", me dijo. Yo ya conocía el camino: hacia la izquierda, al fondo del pasillo, despacho No. 4. Frente a la puerta preparé mi puño derecho y golpeé muy suavemente. "Pase", escuché desde adentro.
     Detrás de su escritorio de caoba, el joven profesional revisaba un montón de papeles, parecía muy atareado. "Qué alegría volver a verle", dijo. Me extendió la mano y señaló un cómodo sillón donde podía sentarme. Me ofreció un cigarrillo que rechacé amablemente y cogió otro mientras buscaba el mechero entre la pila de papeles.
     Era la segunda vez que yo acudía a ese despacho. La primera había sido para rellenar los formularios de la Solicitud de Permiso de Residencia y Trabajo y entregar la documentación necesaria: oferta de empleo, documentos de la empresa, pasaporte, currículum y mil papeles más. Por mi parte, ya estaba todo hecho. Ahora venía a conocer los detalles del retraso en el proceso. Sabía que se demoraría un poco más de lo previsto. ¡Pero nunca pensé que tanto! Después de comentar las altas temperaturas veraniegas y los posibles destinos vacacionales, el joven abogado abordó el tema y pretendió darme ánimos:
     —No se preocupe. Un año pasa rápido… —el cigarrillo le bailaba entre los labios.
     —¡Un año! —levanté la voz—. ¡Pero la ley estipula un máximo de tres meses!
     —En doce meses tendrá los papeles en sus manos —dio una larga pitada y colocó el cigarrillo en el cenicero—. La ley estipula eso, pero el asunto se ha retrasado un poco. Su situación es ilegal, pero no importa, no se preocupe. Piense que se trata de algo pasajero. O mejor no piense, en estos casos pensar no es bueno. Además, su identidad sigue siendo la misma, nadie le va decir que usted no existe, que es un delincuente. Eso sí, sería recomendable que modificara ciertos hábitos, revise su rutina diaria, los lugares que frecuenta. De ahora en adelante debe tener más cuidado, se lo digo porque si le pilla la policía…
     —Me deportan, supongo —dije para cerrar la frase. Y susurré: un año sin trabajo es demasiado.
     —No piense en eso. Usted lleve una vida normal. Trabaje en lo que pueda, viva como pueda. Salga con sus amigos, diviértase. Un consejo: lea mucho, serán tiempos de reflexión. ¿Recuerda a Malcolm X? Leyó tanto estando en la cárcel que salió como nuevo. De ser un delincuente pasó a ser un héroe. Es bueno meditar sobre estos asuntos. La reclusión tiene sus ventajas, ¿no cree? —y me miró a los ojos fijamente.
     —Si lo ve desde ese punto de vista… —alcancé a decir sin comprender muy bien su razonamiento, y más que en Malcolm X, pensé en Joseph K.
     —No lo digo porque usted vaya a caer preso. Nadie lo va a llevar preso —había recobrado el cigarrillo y lo movía a ambos lados dejando en el aire un zigzag de humo azul—. Pero en su habitación alquilada estará más seguro. Haga un pequeño sacrificio. Será un año solamente. Tardarán siete meses en informatizar su solicitud de Permiso de Residencia y Trabajo, después otros cinco meses para tomar la decisión. Ya sabemos lo que dice la ley, pero seamos realistas. Un año parece mucho tiempo pero en el fondo no lo es. Imagínese usted la enorme cantidad de solicitudes, pilas y pilas de expedientes, el trabajo que eso representa. Podrían demorarse todavía más: dos, tres años, quién sabe cuánto. Desde esta perspectiva un año no es mucho. Además, la decisión es muy simple: concedido o denegado, no hay que darle más vueltas. Eso sí, debe tener en cuenta que la decisión es discrecional…
     —¿Discrecional? —pregunté un poco sorprendido—. ¿Qué quiere decir con eso?
     —Pura terminología —y le restó importancia a la palabra como si el problema fuera la palabra y no lo que significa—. Le explico: usted puede cumplir con todos los requisitos pero eso no garantiza nada. O lo contrario: usted puede contar con un expediente mediocre y salir ganando. D-i-s-c-r-e-c-i-o-n-a-l. ¿Usted me entiende? Pero seamos optimistas. Yo soy de los que creen que sí le otorgarán el permiso. Su documentación es impecable: la empresa es muy seria y su hoja de vida no tiene parangón. Ahora bien, mi labor termina donde comienza la de ellos. Entiendo perfectamente su preocupación y la de su mujer. Yo también, como usted, mantengo una familia, y vivir en Madrid es caro, cierto. Pero piense que gana en seguridad personal. Su vida no corre peligro. Nadie les va a robar en medio de la calle como en su país. Aquí tiene esa ventaja. La seguridad personal es lo primero. También la libertad, claro que sí, pero si le pilla la policía…
     —Me deportan —repetí resignado. Y pensé en ese instante en mandar todo al carajo.
     —No sea pesimista, hombre. Usted parece un hombre discreto, sabe escuchar y no se precipita. Por eso le pido que tenga paciencia y, por qué no, un poco de fe. Un poco de fe siempre es necesaria. Mente positiva, optimismo. Piense que esto no le está pasando solamente a usted. No piense que tiene mala suerte. No piense que está solo porque será mucho peor. Usted no está solo. Repítaselo muchas veces: "Yo no estoy solo." Son miles y miles de personas que comparten su situación: ecuatorianos, colombianos, bolivianos, marroquíes, rumanos, subsaharianos y pare de contar. Por cierto, ¿usted tiene algún abuelo o bisabuelo o tatarabuelo español?, ¿no?, ¿ya se lo he preguntado? No importa, no se preocupe. Lo que pasa es que la sangre llama, y la sangre es la raza y la raza es la patria. Estas son ideas que no debemos descartar del todo. Recuerde que en Europa se tiene muy en cuenta el tema de los fluidos sanguíneos…
     —¿Fluidos sanguíneos? —pregunté con extrañeza—. Pues no, no lo sabía…
     —Pues sí. Hay reglas que debemos respetar —y con un bolígrafo trazó con fuerza una línea recta sobre uno de los papeles del escritorio—. Este es un tema muy serio. La inmigración es el gran problema de este siglo. Dicen que se vienen años de grandes movimientos migratorios y España, es decir, Europa, debe estar preparada para enfrentar este flagelo y luchar contra las Mafias Internacionales de Tráfico Humano. Imagínese la cantidad de dinero sucio producto de esos negocios viles, los beneficios no declarados, etc. Hablo del enemigo número uno del mundo actual. Antes era la amenaza atómica, después la droga, luego el terrorismo. Ahora son las Mafias Internacionales de Tráfico Humano. Negocio redondo donde los haya. Hay que acabar con eso. Además, muchos mueren en el intento. Qué ironía, salir de, por ejemplo, Sierra Leona, para morir a medio camino cuando perfectamente puede uno morir en su propia tierra, ¿no le parece?…
     —No, no me parece —le respondí, pero continuó hablando como si no me hubiera escuchado.
     —…pobres y miserables los hay en todas partes. Incluso aquí, en España, hay pobres. ¿No les ha visto? En Alemania y en Estados Unidos también hay pobres. Pero nuestros pobres no se dejan embaucar por las Mafias Internacionales. A lo que voy es que, en el fondo, estamos hablando de un problema de educación. Sé que usted sabrá comprender. La educación, eso hace la diferencia. Se puede ser pobre, ¿quién no ha sido pobre alguna vez en su vida? Pero pobre e imbécil no. Esa es una combinación letal y claro, ahí tiene las gravísimas consecuencias.
     —Sí, las consecuencias son gravísimas, pero no creo que…
     —Es que su caso es distinto —me interrumpió elevando la voz y machacó su cigarrillo contra el cenicero—. Usted es un hombre cultivado. Tiene estudios, títulos, lo tiene todo, no le falta nada. Ahora bien, en España hay demasiados hombres cultivados, créame. Lo que falta es mano de obra, recogedores de sandías, acompañantes de ancianos, esas cosas. Pero no se desanime, cambie esa cara. Hay motivos de sobra para estar contento. En primer lugar usted está aquí, en España. ¿Ha tenido oportunidad de viajar? Ahora no se lo recomiendo, pero cuando todo se solucione… Este es un país muy bonito. ¿Sabía que es el segundo destino turístico del mundo? Todos quieren venir a España. Antes éramos nosotros quienes nos íbamos —no precisamente por turismo, eso es cierto—. Ahora medio mundo quiere venir hasta acá —no exclusivamente por turismo, valga la redundancia.
     —No, no hay redundancia —dije con imperceptible pedantería. Y entonces arrojé una frase hecha: lo que pasa es que la suerte de unos es la miseria de otros.
     —¡Exacto! —y me apuntó con el dedo índice—. Mi labor está en eliminar esas injustas diferencias: Abogado Especialista en Inmigración. Así que no se preocupe. Debe tener un poco de paciencia. Eso es todo. Un año para un ilegal como usted pasa volando. Tómeselo con calma y trate de divertirse. Recuerde que usted no es ningún delincuente. Con un poco de suerte obtendrá los papeles. Mientras tanto trabaje en lo que pueda, viva como pueda. Y cuídese mucho, no se exponga, porque si le pilla la policía…
     —Me deportan —dije, y me levanté del sillón. Le di las gracias mecánicamente. Me despedí con un rápido apretón de manos. "Cualquier duda que tenga no dude en consultármela" —escuché ya de pie. En una fracción de segundo miré los diplomas que colgaban de la pared posterior. Vi el retrato de rey Juan Carlos al lado de las fotos familiares y salí del despacho. Mientras recorría la distancia del pasillo hasta la entrada, tuve una extraña sensación de irrealidad. Un año sin trabajo era demasiado. Un año como ilegal era demasiado. Yo cumplía con todos los requisitos. Pero la decisión sería "discrecional". ¿Y si al cabo de un año me dicen que no? ¿Y si me deportan? Pensé en mandar todo al carajo. Eso es lo que pretenden, me dije, que uno se consuma, se harte. "Sea optimista", recordé las palabras del abogado. Un perfecto imbécil, me dije. ¿Qué se ha creído? Las cosas que uno tiene que escuchar… Todo esto pasaba por mi cabeza cuando crucé velozmente frente a la secretaria, rumbo a la salida. Pero al abrir la puerta, su voz aflautada me frenó en seco:
     —Son sesenta euros, señor González. ~

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