Cartas a Katherine Whitmore, de Pedro Salinas

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Pedro Salinas, Cartas a Katherine Whitmore (1932-1947), edición y prólogo de Enric Bou, Tusquets, Barcelona, 2002, 406 pp.

EPISTOLARIOLa cara oculta de Pedro Salinas

No es fácil escribir sobre la correspondencia de Pedro Salinas con Katherine Whitmore. Aunque esta relación amorosa era conocida por algunos, entre ellos, y sobre todo, por Jorge Guillén, que fue amigo de ambos, nadie hasta ahora había leído estas cartas de Salinas dirigidas a quien fue el gran amor de su vida. Es casi inexistente cualquier tipo de mención a Whitmore en la correspondencia de los escritores españoles relacionados con Salinas. Y sin embargo, tras leer estas cuatrocientas páginas, a pesar de la dificultad para encajarlas en la biografía de Salinas con comprensión, hay algo que suscita pocas dudas: estuvo apasionadamente enamorado de esa mujer. Antes de cualquier intento de elucidación es necesario condensar algunos de los datos que nos aporta Enric Bou en su prólogo. Katherine Reding Whitmore nació en Kansas en 1897 (Salinas, en 1891) y murió en 1982. Hispanista, viajó a Madrid en el verano de 1932, momento en el que conoce al poeta, a cuyas clases sobre literatura en la Residencia de Estudiantes asistió. Posteriormente, tras una breve estancia en Santander en el verano del 33, pasó el curso 1934-1935 en Madrid. Fue en este periodo cuando la esposa de Salinas, Margarita Bonmatí (nacida en 1884), descubre la relación e intenta suicidarse. Salinas se establece en Estados Unidos en 1936. Tres años más tarde, Katherine se casa con Brewer Whitmore, un colega del Smith College (Massachussets), donde ella profesaba. El matrimonio no duró mucho, ya que Brewer falleció en un accidente de tráfico en 1943. Se han conservado 354 cartas, de las cuales 151 componen este volumen. En un apéndice se da a la luz un texto de Katherine R. Whitmore, fechado en Pasadena en junio de 1979, indispensable para penetrar en esta relación, aunque, a su vez, introduce nuevas complejidades.
     Varios son los aspectos que pueden destacarse de estas cartas: el literario, el biográfico y el documento humano. En cuanto al primero, pueden extraerse párrafos y líneas de gran importancia, tanto por la agudeza como por su capacidad expresiva, en ocasiones superiores a las que encontramos en sus poemas amorosos de la época. Salinas, y en esto disiento tanto de Enric Bou como de la opinión más asentada entre críticos españoles, fue un poeta de hallazgos puntuales pero con poca capacidad para dar forma a un poema; además, los logros —esos versos que tantas veces se han citado— no tardan en caer en amplificaciones y fórmulas, cuando no en un prosaísmo desvitalizado y carente de ironía: poesía aguada. Sin embargo, Salinas fue un crítico valioso y, sobre todo, a mi juicio, un prosista inteligente, espléndido por momentos, de una curiosidad y gracia poco comunes. Muchas de las páginas de la Correspondencia con Jorge Guillén (1923-1951) y las Cartas de viaje (1912-1951), así como los escritos de El defensor, forman parte de lo más vivo e inteligente de su obra. Cuando ciertos críticos proclaman que el ciclo amoroso de Salinas que va de La voz a ti debida a Largo lamento contiene la poesía amorosa más importante de la lengua española del siglo XX, están diciendo que es tan importante como la mayor poesía amorosa occidental de ese mismo tiempo, lo que es, lamentablemente, mucho decir. Además, ¿qué importancia otorgan a la poesía amorosa de Pablo Neruda, Luis Cernuda y Octavio Paz? Dejemos este asunto para otro momento.
     A partir de estas cartas, la biografía de Salinas se transforma copernicanamente. No es su mujer sino una "diosa blanca", en el sentido que Graves da a esta expresión, la que se convierte en el centro de su mundo. Sin duda se trató de una mujer real con la que, ocasionalmente, mantuvo relación íntima, pero fue algo más: una mediadora (aunque no un medio) que le abrió a Pedro Salinas las puertas de lo absoluto. Por otro lado, en el aspecto biográfico, el hecho de que Salinas, ese gran padre de familia y, por lo que conocíamos de su correspondencia, marido atento y comprensivo, hubiera estado, como confiesa en estas cartas —de una periodicidad diaria en largos trechos— obsesionado por la presencia de esta mujer casi siempre ausente, convierte su en apariencia idílica vida en otra cosa. Hay que recordar que su mujer, Margarita, siete años mayor que Salinas, intentó suicidarse, es decir: había llegado a una situación extrema de desesperación. Ignoramos cómo se restableció y en qué términos se mantuvo la relación del matrimonio, salvo que continuó hasta el final. Salinas no menciona, en la larga correspondencia con su gran amigo Guillén, este estado de ánimo, su desvelamiento amoroso; en definitiva, su gran secreto. ¿Desde cuándo lo sabía Guillén? Finalmente, es un documento valioso porque se trata de una verdadera pasión amorosa expresada por un poeta. Enric Bou señala un cuarto aspecto: la información que ofrece sobre el proceso creativo de los libros que escribe en esa época: La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento. Desde el conocimiento de esta correspondencia, la relectura de los prólogos de la hispanista Solita Salinas, hija del poeta, son reveladores: es obvio que sabe muy bien que esos poemas estaban dirigidos a una persona que no era su madre, y sabía bien cuándo y hasta dónde se extendió dicha experiencia amorosa. Tal vez no debamos reprochárselo, pero hay que señalar al menos que no tuvo el valor de decirlo.
     Quizás sea la carta del 7 de agosto de 1932 donde mejor se describe el enamoramiento: como las cosas en el crepúsculo, dubitativas y oscilantes, desprendiéndose de la dura realidad diurna, la pareja, al reconocerse, adentrada en el espacio de la noche, abandona la rigidez de los horarios y las normas, y se adentra en una realidad otra: "Los deberes del día, los nombres, los quehaceres, todo quedaba atrás, borrado, perdido como las líneas de la montaña, en la gran vaguedad nocturna ya no tenían esos dos seres nombres ni oficio, ni deberes, ni historia. Ya no estaban encerrados en sus límites infranqueables". Unos días después (30 de agosto) vuelve a esta misma veta: "La vida es entonces forma del deseo. Suspensión de la ley del día, de las normas de la luz y las medidas". Sin embargo, Katherine es para Salinas "La esencialmente relacionable. Tú me relacionas con todo". En la tensión que expresan las líneas citadas creo que se comprende la naturaleza del enamoramiento: es el eje de la analogía, o la hace posible de manera extrema, y al mismo tiempo pone fuego a las premisas y construcciones sociales, toda esa maquinaria que arrastra la luz del día. Katherine es para Pedro Salinas una luz nocturna, un ser único que se le ha revelado a él y que lo transforma, pero sólo en ese lado de la realidad. Katherine es un ser excepcional sólo visible por Salinas, y es la musa que hace posible su poesía, y así lo reitera cuando se refiere a poemas de esa época como de un producto de ambos ("me los manda, me los ordena una fuerza superior e irresistible, porque vienen de mi Katherine, son de ella y para ella"). Sin embargo, debido a su matrimonio (con hijos), Salinas no pone en juego su situación familiar y, a pesar de que Katherine, en un primer momento, desearía casarse con él, Salinas apuesta por vivir su amor como una realidad nocturna, mientras que su vida como marido, padre y catedrático formará parte del orden de la luz diurna, de lo que todos ven ("¡Si supieran mis compañeros de excursión que el Prof. Salinas está ahora escribiendo una carta como ésta!"). Que no se entienda que juzgo la elección de Salinas, sólo trato, en el espacio de esta nota, de comprenderla. Pero esta división, en la que el profesor, marido y padre de familia Pedro Salinas mantiene separado el orden de la realidad cotidiana y de los afectos controlables, del mundo de la pasión única, cuya realidad está más allá de lo deficitario y relativo, supone para el poeta una vivencia compleja que la define el verso de P. B. Shelley, perteneciente a su obra Epipsychidion, y que puso como epígrafe a La voz a ti debida: "Thou Wonder, and thou Beauty, and thou Terror!" Un mismo rostro se revela asombroso, bello y terrible. De la lectura de las cartas creo que se puede deducir que Salinas trató de mantener al terror dentro de la belleza y del asombro, es decir, en el cielo platónico de lo inmóvil. No está de más señalar, siquiera sea de pasada, que la rebeldía (tan presente en Cernuda y la exaltación del amor entre los surrealistas) no aparece en esta experiencia amorosa. Se trata de una transformación que opera en la intimidad, pero que no quiere tocar la estructura social de su vida.
     Que Salinas estuvo plenamente enamorado de Whitmore es indudable. Una frase expresa, admirablemente, esta pasión: "Tú eres lo que me está pasando siempre" (28 de febrero de 1933). También pone en duda la sinceridad de Salinas para con su familia, rastreable comparando las cartas a su amante y las que escribe a su mujer en las mismas fechas. En la misma carta citada queda claro, al menos para ese momento: "Me sirve muy bien para disimular, sobre todo con la familia y los íntimos, mi trabajo, mis muchos quehaceres". La pasión de Salinas opera haciendo desaparecer toda actividad: intelectual, política, cotidiana, en beneficio de la relación amorosa, que se produce sobre todo, como señala acertadamente Bou, en la correspondencia epistolar misma. Esa ausencia de noticia temporal —por emplear una expresión cara a Antonio Machado— es claustrofóbica. De alguna carta se deduce que Katherine le pide que le hable de lo que hace, de su familia, de lo que lee, en definitiva, de lo de afuera, como al parecer ella misma hace en sus cartas; pero Salinas ha separado su enamoramiento del mundo de los otros, tanto que apenas es un guiño, una señal suscitada por esto o lo otro pero sólo para abstraerse inmediatamente y pasar a vivir en ese tiempo sin tiempo, en esa realidad sostenida "en vilo", como dice el propio Salinas. Es curioso que una persona tan observadora, con una curiosidad tan minuciosa, como pone de manifiesto el resto de su correspondencia, disipe todo ese mundo de cosas y relaciones en una realidad unitiva.
     Pero es necesario que nos remitamos a esas pocas páginas que Katherine Whitmore dejó a la Houghton Library de la Universidad de Harvard. Se trata de un texto algo confuso pero revelador, escrito en el año 1979 (a los ochenta de la autora). En él, para lo que interesa a la línea de este artículo, Katherine confiesa su enamoramiento inicial, pero, sin darle del todo la razón a Leo Spitzer y a Ángel del Río, no se reconoce en los momentos "sumamente pasionales" de La voz a ti debida porque "implican una experiencia que no conocimos". No aclara si no la conocieron nunca o en ese periodo (unas líneas más adelante confiesa, sin embargo, que en el verano de 1933 "todavía estábamos enamoradísimos"), aunque si aceptamos que sabía bien lo que escribía y que está bien traducido, el verbo es claro: no dice no conocíamos (entonces), sino "no conocimos" (nunca). Pero es evidente que el amor no tuvo la misma dimensión para ambos y que la hispanista norteamericana se vio arrastrada, sobre todo a partir de 1934, por la pasión del poeta. "Mi querido Pedro, con su amor y su nostalgia, inventó verdaderamente su infinito", afirma. Con el intento de suicidio de su mujer, Katherine comprende que la relación ha llegado a su fin, pero "Él no veía en ello ningún motivo para separarnos […]. Parecía no ver conflicto alguno entre su relación conmigo y con su familia". Aunque no creo que sea una explicación, sí es un punto de vista: es posible interpretar la relación con Margarita, su mujer, como una relación filio-materna, mientras que Katherine es verdaderamente la amante, y por lo tanto no debe haber conflicto entre ambas. Continuando con el relato de la amante, para ella la "ruptura fue definitiva cuando, en junio [1937] me marché de Nueva Inglaterra". En 1939 se casa con Brewer Whitmore ("lo que hice rebosante de felicidad"), del que toma el apellido (de nacimiento se llamaba Reding). Don Pedro sigue escribiéndole hasta que en 1943, a la muerte de Brewer, deja de hacerlo. Salinas vive en Puerto Rico y, al parecer, adujo que la censura de la época abría las cartas. "Las pocas veces que vi a Pedro desde su regreso de Puerto Rico, me pareció un extraño", recuerda Whitmore. En 1951 fue el último encuentro, en Northampton, adonde había ido Salinas a dar una conferencia. Pudieron hablar "unos minutos". Salinas no había aceptado ni entendido nunca que ella rompiera su relación. "'¿No entiendes por qué tuvo que ser así?' Me miró con tristeza y contestó: 'No, la verdad es que no. Otra mujer, en tu lugar, se habría considerado muy afortunada'". Creo que no es difícil aceptar que Salinas era ahora el profesor, con conciencia de su propia obra como poeta, y que había dejado de ser esa figura entusiasmada y fulgurante creada por el deseo que testimonia esta correspondencia. En 1951 ambos vieron a dos personas que se podían confundir en la muchedumbre: devastadas por la realidad. ~

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(Marbella, 1956) es poeta, crítico literario y director de Cuadernos hispanoamericanos. Su libro más reciente es Octavio Paz. Un camino de convergencias (Fórcola, 2020)


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