Voz Viva de México

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Una decisiva fonoteca va construyéndose desde hace más de cuarenta años. Al día de hoy, el catálogo de voces de la colección Voz Viva, de la UNAM, bien podría compararse con un museo. Un museo y una biblioteca. La voz permite una peculiar intimidad que está a medio camino entre la presencia del autor y su libro; oír la voz de éste leyendo sus propias obras es en parte una experiencia de lectura y en parte una de actuación. Digamos que el autor es un representante, un intérprete de sí mismo al leer sus propios textos; su voz puede lo mismo sorprendernos que desconcertarnos, o de plano disgustarnos. Hay por esto una tentativa museográfica en la colección: se trata de una ambiciosa exposición de autorretratos.
     Aunque Voz Viva no deja de ser también una útil biblioteca de pequeñas antologías que se prestan muy bien a la difusión o a la docencia, en especial las colecciones de cuatro cassettes que abarcan periodos como el "Inicio de la modernidad" (Amado Nervo, Enrique González Martínez, José Juan Tablada y Ramón López Velarde); "Los Contemporáneos" (Carlos Pellicer, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia y Salvador Novo); y "Generación de la ruptura" (Eduardo Lizalde, Tomás Segovia, José Carlos Becerra y José Emilio Pacheco). En una buena parte, todos estos materiales están en la voz original de sus autores. También se han grabado o reeditado títulos en disco compacto. La tecnología digital perfecciona acervos que nos aproximan tanto a la fidelidad del registro como a su perdurabilidad y, en este caso, el disco compacto ofrece algunas ventajas sobre los acetatos y los cassettes (que tienen ambos una caducidad física del material con el que están fabricados). En cualquier caso, estas colecciones fonográficas resumen el deseo de guardar lo significativo de la literatura en un objeto portátil, pero también de recordar cómo es o cómo fue el sonido de la voz de los autores. Gorostiza, Pellicer, Novo o Rulfo leen aún sus palabras —conservadas desde hace años en este registro— junto a autores vivos, como Lizalde, Segovia o Pacheco.
     La idea de guardar la voz de los escritores es un poco contradictoria. Los hay que leen estupendamente; es decir, que entre su literatura y su voz (cierta entonación, el ritmo justo, incluso el timbre que la arbitrariedad de la imaginación les atribuye) no hay una interferencia y hasta es posible que sea esa voz precisamente la que realce como ninguna otra la mejor "interpretación" de sus palabras. Pero nada garantiza que la coincidencia se produzca en todos los casos. Célebre es la diferencia que se escucha entre la poesía telúrica y mural del poeta Pablo Neruda y la monótona voz nasal de Neftalí Ricardo Reyes; o entre la estremecedora dulzura de algunos párrafos de Rayuela y el deslucido acento de intelectual argentino y francés de Julio Cortázar que los estropea. El libro y sus lecturas, la partitura y sus interpretaciones, el libreto y sus puestas en escena son variaciones sobre un mismo tema que se dedica a suscitar encuentros y desencuentros. ¿Cómo debe oírse un texto? En este caso hay que sospechar que el autor de una obra literaria, al leerla, sólo atina a ser un actor. Y ya reconocía Julio Torri que él no era un buen actor de sus propias emociones.
     Algunos de los nuevos títulos que ahora se editan en disco compacto dentro de la colección Voz Viva de México son Jaula de ensayos de Roger Bartra (con una presentación de Christopher Domínguez Michael), Antología de Fabio Morábito (con una presentación de Noé Cárdenas) y Ser el esclavo que perdió su cuerpo de Carmen Boullosa (con una presentación de Sabine Coudassot-Ramírez y Raquel Serur). También se editan o reeditan algunos títulos de la colección Voz Viva de América Latina, entre ellos el de Gonzalo Rojas y el de Juan Rulfo, así como la Antología poética de Juan Gelman (con una presentación de Jorge Boccanera).
     Sobre este último llama la atención el inquietante contraste que hay al oír esa voz que hace una lectura apresurada, ininterrumpida y casi tímida de unos poemas donde parecen jugar la ternura y el horror con una fuerza descarnada. Lo dice inmejorablemente Jorge Boccanera: "Siempre que escuchaba a Juan Gelman leer sus textos, había en la sombra un niño aplicado que recitaba la lección con una voz que decía más para adentro que para afuera. Esa voz sin modulaciones, inocente, a ratos monótona, ¿sabrá lo que dice? La voz del niño puede caminar en puntas de pie sobre el filo de una verdad terrible o encogerse de hombros al tiempo que narra su encuentro con la belleza".
     El ensayo se presta menos a la voz que a una lectura cuidadosa que permita un lápiz a la mano. Pero oír a Roger Bartra transitando por su Jaula de ensayos es un tributo a la elocuencia de las ideas. El centauro de los géneros puede escucharse con la misma atenta emoción que cualquier otro extracto de la mejor literatura. Más allá del rigor intelectual que lo acompañe, un texto debe "escucharse bien" y esto podemos constatarlo en este breve volumen que da cuenta de varios de sus mejores ensayos.
     Carmen Boullosa, más reconocida como narradora, decide, quizá por la extensión del formato, leer poemas. Su dicción es impecable y la selección incluye tres poemas extensos o de gran formato: Niebla, Agua, Hierba y fragmentos de La salvaja, así como un extracto de la novela Antes. Si de por sí parece haber algo de inocente maldad o de perversa sencillez en sus obras, esta atmósfera se enriquece (y enrarece) aún más con el peculiar tono de su lectura. El efecto final es algo extraño. Ella da la impresión de estar contando un cuento para niños. Cuento que al prestarle la debida atención es todo menos inocente. Lobo con ropa de Caperucita.
     En lo particular encuentro muy grato el volumen de Fabio Morábito. La templada calidad de su dicción, que es una mezcla afortunada entre el italiano y el castellano de México, junto a una lectura que es como sus textos, cuidadosa e incisiva, dan un excelente recital que realza los poemas y cuentos seleccionados para esta Antología.

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