Quo vadis, Israel?

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Para entender mejor lo que está en juego en las elecciones de Israel, que se llevarán a cabo el 9 de abril, hay que considerar brevemente el telón de fondo y algunas circunstancias que gravitan en esta contienda, entre ellas:

a) La dimensión geográfica de Israel es 89 veces menor que la de México y menos de la mitad de Costa Rica. En su zona oriental, administrada militarmente desde 1967, viven tres millones de palestinos y quinientos mil colonos judíos.

b) Su población roza los nueve millones; seis de ellos son judíos. El grupo ortodoxo-religioso representa un poco más del 15% de la población, ocupa un sitio marginal en la economía, el arte y las ciencias, y nada aporta a la capacidad militar del país. El 20% son ciudadanos árabes musulmanes y miembros de la minoría cristiana. Completan este cuadro alrededor de 35 mil refugiados de origen africano.

c) En términos militares y diplomáticos, Israel cuenta con recursos que le han permitido superar no menos de diez violentas confrontaciones con los países vecinos y la insurgencia palestina. Además, en los últimos años, ha concertado relaciones cercanas y alianzas con Egipto, Jordania y no pocos países de África y de la península arábiga –incluyendo a Arabia Saudita–. Una pactada discreción preside algunos de estos nexos.

d) Sin embargo, el pertinaz desentendimiento de las aspiraciones palestinas, las repetidas confrontaciones militares en Gaza, la creciente belicosidad de Irán y la extendida influencia rusa en el Medio Oriente son factores que hoy afectan sensiblemente el perfil y la viabilidad de Israel.

e) Existen dos diásporas que tienen vínculos desiguales, por su carácter y tamaño, con el país. La primera tiene una historia larga y accidentada, y una extensa geografía; cuenta con algo más de doce millones de judíos y su núcleo mayor se asienta en Estados Unidos. Sus actitudes respecto a Israel son diversas, aunque en los últimos tiempos muchas comunidades judías han multiplicado sus objeciones y protestas contra algunas actitudes de la presente coalición gubernamental encabezada por Benjamín Netanyahu, sin llegar por ello a la ruptura.

En contraste, la segunda diáspora es de reciente formación. Se compone de israelíes que por distintas circunstancias se han insertado en los procesos de la globalización, viven en diferentes países –incluyendo México– sin alejarse u olvidar sus vínculos con su país de origen. Se estima que este grupo suma un millón de personas que, por convicción o como autodefensa, se inclina a impugnar cualquier tendencia política o económica en Israel susceptible de lesionar sus intereses. En general, los vínculos de esta diáspora con las comunidades judías son selectivos cuando no distantes.

f) A pesar del carácter autoritario de los personajes que han modelado el país –Ben-Gurión, Beguín, Sharón– las instituciones democráticas no han padecido hasta ahora restricciones graves, incluso en momentos de emergencia nacional. La celosa división de poderes explica, por ejemplo, que un presidente y un primer ministro hayan ido a la cárcel por conductas que en otras latitudes habrían sido ignoradas. Por añadidura, el liderazgo de las fuerzas armadas, los servicios de inteligencia y las fuerzas policiales se han revelado como el más sólido guardián del quehacer democrático cuando algunos grupos de interés y coaliciones gubernamentales pretendieron –en alguna medida– lesionarlo.

Ante este trasfondo, están ocurriendo cambios radicales. El primer ministro Benjamín Netanyahu pretende conservar el poder, que ejerce desde hace una década, haciendo caso omiso de los cargos en su contra que las autoridades han difundido en los últimos días. Algunos de ellos son: el obsequio de tabaco y bebidas por parte de sus amigos a cambio de algún favor personal, los banquetes en su domicilio particular a expensas del presupuesto público, las presiones a agencias locales de noticias para que exalten su figura (y las de su esposa y su hijo mayor), los gastos excesivos en viajes oficiales al extranjero y los desmesurados beneficios que sus parientes cercanos habrían derivado de trámites de adquisición de equipos militares en el extranjero.

En estas circunstancias, las perspectivas de Netanyahu en la contienda electoral se ven ensombrecidas. Previendo la posibilidad de una derrota, el primer ministro decidió crear una alianza con algunos sectores desaprobados, desde hace dos décadas, por la mayoría de la opinión pública israelí y de las dos diásporas. Se trata de los seguidores del rabino Meir Kahane (1932-1990), quien predicó la expulsión masiva de los palestinos que habitan los territorios ocupados, incluyendo a los ciudadanos israelíes de origen árabe. Uno de sus seguidores, Baruch Goldstein, se adhirió ciegamente a su doctrina y la puso en práctica con el asesinato en la ciudad de Hebrón de veintinueve musulmanes palestinos y otros ciento veinticinco heridos, entre ellos niños, acribillándolos cuando rezaban en una mezquita, tras lo cual fue sometido y golpeado hasta morir por algunos de quienes sobrevivieron a sus disparos. Desde entonces las tumbas de estos dos “líderes” reciben múltiples visitas y homenajes por parte de una minoría fanática.

Para asegurar su alianza con esta agrupación, Netanyahu prometió a sus seguidores dos carteras ministeriales –Educación y Vivienda–. Supone que con esto obtendrá el voto de doscientos mil israelíes que hoy habitan los territorios militarmente administrados. Si el juego electoral le favorece, esta alianza golpeará el perfil democrático y humanista del país. Sobre todo, acentuaría la marginación de los ciudadanos de origen árabe. Además, si se acompaña con la aprobación de la llamada “ley francesa”, le permitiría a Netanyahu eludir a los jueces durante el tiempo que ejerza el poder.

En este escenario, las agrupaciones opuestas al gobierno actual intentan reorganizarse. El declive del laborismo –un partido encabezado por David Ben-Gurión y Shimón Peres, que moldeó los primeros pasos del país– parece hoy irreparable. En cambio, ganan espacio y simpatizantes otras agrupaciones dirigidas por personajes con amplia experiencia militar que se oponen al predicamento nacional-religioso de Netanyahu y auspician un diálogo mesurado con los líderes palestinos.

Por ahora sobresale Benny Gantz, paracaidista y ex comandante general de las fuerzas armadas, quien goza de amplia simpatía popular. El peso de su partido –de nombre Azul y Blanco– se ha ampliado debido a una negociación discreta con la fracción parlamentaria árabe que hoy cuenta con trece de ciento veinte representantes. Se trata de un grupo que, en la actualidad, promete que en ningún caso llegará a un entendimiento con la extrema derecha.

Tres sucesos pueden desplomar las aspiraciones de Gantz y favorecer a Netanyahu: el alunizaje del Génesis (lo que haría de Israel el cuarto país en llegar a la Luna), algún gesto de apoyo a la anexión israelí de las Alturas del Golán por parte de Donald Trump y una actitud favorable a la legalización selectiva del consumo de la mariguana.

En los próximos días, Israel definirá la continuidad y el vigor de su régimen democrático. Anticipo que un probable desliz hacia la derecha política y teológica provocará tensiones y causará tendencias que podrían desestabilizarlo, una perspectiva que con justa razón también inquieta a las diásporas judía e israelí. ~

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es académico israelí. Su libro más reciente es M.S. Wionczek y el petróleo mexicano (El Colegio de México, 2018).


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