Fran Lebowitz: “Escribir: una cadena perpetua”

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Contrariamente a lo que muchos pudieran pensar, la carrera literaria también tiene sus inconvenientes; entre otros, destaca el hecho desagradable de que haya que sentarse a escribir. Semejante exigencia es específica de la profesión y, como tal, resulta irritante, ya que le recuerda continuamente al escritor que no es, ni nunca será, como los demás mortales, pues las exigencias del mercado son tan poco atractivas, tan injustas y tan ajenas a la gente corriente, que el escritor viene a ser al mundo real lo que el esperanto al mundo del lenguaje: divertido tal vez, pero no tanto. Así las cosas, creo que ha llegado el momento de que todos los afectados acepten que las diferencias del escritor son inherentes a él y reconozcan de una vez por todas que, en el país de los ciegos, el tuerto es el escritor, sin que ello le produzca excesiva emoción. Así pues, ofrezco lo que viene a continuación con la esperanza de que suscite la compasión que tanto necesitamos. Los puntos del uno al cinco están dedicados a los padres; la explicación que sigue es para masoquistas. O viceversa.

Cómo saber si su hijo es escritor

Su hijo es escritor si encaja en uno o más de los siguientes enunciados. Se recomienda mucha sinceridad; por mucho que intente eludirla, la irrevocable verdad triunfará.

1. Periodo prenatal

a. Sentirá náuseas por las mañanas, porque el feto considerará que trabajar durante el día le distrae demasiado.

b. Desarrolla un deseo antojadizo de contestadores automáticos y mecanógrafas.

c. Cuando su tocólogo aplique el estetoscopio en su abdomen, oirá excusas.

2. Parto

a. El niño llega como mínimo tres semanas tarde porque habrá tenido problemas con el final.

b. El parto durará veintisiete horas debido a que el niño lo habrá dejado todo para el último minuto y habrá pasado más tiempo de la cuenta haciendo que los dedos de los pies le crecieran de un modo más interesante.

c. Cuando el médico dé palmadas al niño, este en modo alguno se sorprenderá.

d. Se tratará claramente de un parto único, ya que el niño habrá rechazado la idea de tener a un hermano gemelo por tratarse de algo demasiado obvio.

3. Primera infancia

a. El niño rechazará tanto el pecho como el biberón, prefiriendo agua mineral con un preparado efervescente para dejar el alcohol.

b. El niño se dormirá casi de inmediato y para toda la noche. Seguirá durmiendo durante todo el día.

c. Las primeras palabras del niño, pronunciadas a la edad de cuatro días, serán: “La semana que viene”.

d. Como le están saliendo los dientes, el niño tiene una excusa para no aprender a gorjear.

e. El niño se chupará el índice, firmemente convencido de que el pulgar ha quedado reducido a la nada.

4. Segunda infancia

a. Rechazará los ositos de peluche por tratarse de simples sucedáneos.

b. Dispondrá los cubos de madera con las letras del abecedario de tal manera que formen juegos de palabras sobre los nombres de los demás.

c. Si es hijo único no le pedirá a su madre un hermanito o una hermanita, sino alguien a quien tener como protegido.

d. Al cumplir los tres años se considerará a sí mismo una trilogía.

e. Su madre temerá borrar lo que el niño irá garabateando en las paredes del comedor, no sea que la acusen de corregirle en exceso.

f. Cuando le lean cuentos para que se duerma, emitirá comentarios sarcásticos sobre el estilo.

5. Pubertad

a. A la edad de siete años empezará a considerar la posibilidad de cambiar de nombre. Y también de sexo.

b. Se resistirá a ir a los campamentos de verano porque es consciente de que allí se encontrará con muchos niños que nunca han oído hablar de él.

c. Les contará a sus maestros que no pudo acabar los deberes porque estaba bloqueado.

d. Se negará a aprender a escribir cartas cordiales, porque sabe que es algo que nunca hará.

e. Con el ojo puesto en el negocio del cine, insistirá en cambiar el título de su redacción: “¿Qué hice durante las vacaciones de verano?”, por el título, mucho más contundente, de: “Vacaciones”.

f. Será un completo hipocondriaco y estará convencido de que la varicela que tiene es en realidad lepra.

g. Por carnaval saldrá por ahí vestido de Edgar Allan Poe.

Para cuando este muchacho haya alcanzado la adolescencia, ya no habrá esperanza de que deje atrás la idea de ser escritor para convertirse en algo más atractivo, como ser víctima de un secuestro, por ejemplo. El problema entonces, en cuanto entra en el difícil periodo de la adolescencia, radicará en que pueda recibir la educación adecuada en un entorno comprensivo. Por eso se recomienda fervientemente que el joven escritor en ciernes acuda a un colegio orientado a sus necesidades, un colegio como el Magno Estilo. En el Magno Estilo, el joven escritor ya empezará a situarse entre los de su clase: los desagradecidos. Se le ofrecerá toda suerte de asignaturas adecuadas a sus necesidades: Empezar por Mal Camino; Evitar ir a Los Ángeles, Uno y Dos; Desvelo Correctivo; Editores de Revistas: ¿Por qué? y Destreza en el Uso de la Frase; todo ello explicado por profesores envidiosos que deberían ser más bien estudiantes. Las actividades extraacadémicas (como las del Club de la Solapa, donde los estudiantes se divierten mientras aprenden los rudimentos de cómo conseguir excéntricos trabajos temporales, como el de leñador, corredor de apuestas, pastor de ovejas y pornógrafo) deben fomentarse sin reservas. El equipo de figuras retóricas, Los Metáforas, puede resultar muy efectivo. El joven escritor podrá mezclarse con los mejores de ellos y salir con Janet Flanner, la adorable mascota del equipo y la favorita del campus.

Aunque el libro de fin de curso, El desacato, raramente se termine a tiempo para la graduación, servirá para recordar los maravillosos años pasados en el Magno Estilo. La cafetería estará regentada por una mujer voluminosa y muy ambiciosa, que servirá comidas italianas mediocres, a precios ridículamente inflados. El espíritu del colegio se fomentará mediante reuniones semanales, que tendrán lugar en el paraninfo, y que recibirán el nombre de Disímil. Habrá tutorías disponibles para los estudiantes lentos, o “espectros”, como se los llama en el colegio. Tras la graduación o su expulsión (los estudiantes con talento más comercial prefieren la expulsión, ya que esta les ofrece unas posibilidades magníficas de ser utilizada como anécdota en cualquier tertulia), el escritor se halla ya listo para dejar su impronta en el mundo. No hace falta detallar el siguiente paso, o sea, su carrera literaria como tal, ya que todos los escritores acaban del mismo modo: o muertos, o alojados en Asilos para Escritores Jubilados. La perspectiva de acabar en una de estas instituciones provoca en todos los escritores un pánico enorme, no sin razón. Ciertos escándalos recientes han revelado al público la tortura a la que con asombrosa frecuencia se somete a los escritores ancianos, y que consiste en obligarles a leer críticas desfavorables a sus libros; más de uno ha sido hallado muerto por falta de suficientes alabanzas. Un panorama no muy agradable, me temo, y tampoco muy preciso. Pero no deje que esto le dé esperanzas, no por mucho madrugar escribes más temprano.

 

Adelanto de Un día cualquiera en Nueva York

Fran Lebowitz, traducción de José Luis Guarner y Alberto Cardín

2021, Tusquets, 368 pp.

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Fran Lebowitz es escritora.


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