Foto: Agencia EL UNIVERSAL/Germán Espinosa

“El feminismo no es una lucha entre el bien y el mal.” Entrevista a Marta Lamas

La antropóloga habla sobre el feminismo ante la crisis de la democracia liberal, la política identitaria y las discusiones del presente.
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Marta Lamas (México, 1947), egresada de la Escuela Nacional de Antropología e Historia y doctora en Antropología por la UNAM, comenzó su carrera académica en la UNAM después de una larga trayectoria como activista e intelectual, en la que destacó su rol protagónico en la defensa de causas como el aborto y el trabajo sexual. Paralelamente, fue la artífice de un centro de formación, el Instituto Simone de Beauvoir, y del Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE), además de fundadora de publicaciones claves del pensamiento feminista: FEM y Debate Feminista. Lamas también ha sido articulista en diversos medios mexicanos, lo que se suma a una prolífica carrera editorial como autora y compiladora, con diecisiete libros en su haber, todos dedicados al hacer y al pensar del feminismo en tanto proyecto democrático. Entre los más recientes se encuentran: Memorias incompletas: algunos de mis activismos feministas (2020) y Dimensiones de la diferencia. Género y política. Antología esencial (2022).

Pese a tan prolífica carrera, Lamas no se ve a sí misma como una teórica, pues sus libros significan para ella una faceta más de su intervención en la vida pública. Se define como socialdemócrata, muy crítica respecto a la racionalidad social y económica predominante en el mundo global, y apuesta por la posibilidad de sociedades laicas, inclusivas y justas. 

¿La crisis mundial de la democracia liberal es una amenaza para el feminismo? 

Existe una relación entre el avance de la equidad de género y las sociedades en las que predomina una postura más abierta, es decir, más democrática. Me considero una persona de izquierda, pero no creo que la revolución sea cuestión de tocar un switch. Hay que construir mediaciones que permitan reformas puntuales, como el aborto y el matrimonio igualitario. Estas conquistas peligran con la ola ultraderechista: Vladimir Putin está a la cabeza, pero ahí tenemos también a Giorgia Meloni y Viktor Orbán. Somos testigos de una alianza entre el Vaticano, las iglesias evangélicas y los partidos de derecha, un frente común para dar lo que se ha llamado la “batalla cultural”.

El combate contra la “ideología de género” (un término creado hace décadas en el Vaticano y que tomó fuerza con el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Joseph Ratzinger, antes de convertirse en el papa Benedicto XVI) se ha desplazado de la religión a la política. El Vaticano tenía que luchar contra el feminismo en cualquiera de sus formas porque pone en crisis el dogma de la diferencia sexual y de la práctica de la sexualidad orientada a la reproducción. Desde hace unos 20 años, los grupos de derecha se dan cuenta de que en ese discurso y en esa fuerza religiosa hay una posibilidad de incidir políticamente de una manera más eficaz. Ahora la lucha contra el aborto sale de la religión y entra en el terreno de los derechos humanos: es visto en términos de una violación del derecho a la vida desde la concepción, lo cual es una reformulación del viejo discurso de la desobediencia y el pecado. Incluso el presidente Andrés Manuel López Obrador, que se autocalifica de izquierda, ha manifestado un trasfondo religioso muy impresionante; recuerdo cuando aceptó el apoyo del partido evangélico Encuentro Social y habló de una “constitución moral”, lo cual causó justificado escándalo respecto a la garantía de un Estado laico.

Es ominoso el panorama que imagino: la crisis de la democracia liberal, tal como la vemos, nos afecta a todos los movimientos, en especial a los feministas y a los LGBTQ. El clima cultural favorece una subjetividad que muchas veces no se empata con las posiciones supuestamente racionales, asunto muy evidente en los movimientos de derecha actuales.

Tal como indicas en tu libro Cuerpo, sexo y política (2015), las nuevas generaciones de feministas se concentran en las amenazas a la libertad sobre el propio cuerpo: aborto, abuso, acoso, feminicidio, defensa de la mujer trans. También en la problemática del dolor, asunto que tratas en Dolor y politica: sentir, pensar y hablar desde el feminismo (2022). ¿Hace falta una visión más abarcante de la transformación social, independientemente del apoyo a estas preocupaciones?

Ha surgido un feminismo que llamo espontáneo, se nuclea alrededor del cuerpo y está teniendo un gran impacto mediático. La llamada cuarta ola del feminismo se distingue por su conexión con el mundo digital, las manifestaciones públicas y la crítica a la violencia. En su caso, la tecnología facilita amplios procesos de comunicación en redes sociales, como ocurrió con el #MeToo. Bienvenido, pero, de todas maneras, los escraches y las cancelaciones, los juicios sumarios, no pueden convertirse en sinónimo de feminismo ni el feminismo expresa una identidad –las mujeres universalmente oprimidas por los hombres– que justifique no trabajar con otros sectores.

Debemos unirnos en una reflexión sobre la condición humana que examine críticamente el resentimiento que despierta el estado de cosas que vivimos y evite el feminismo punitivista que se concentra en el castigo del varón sin entender la proporcionalidad de la pena respecto a la falta y la necesidad de protocolos claros que definan tales faltas, asuntos que toqué en Acoso. ¿Denuncia legítima o victimización? (2018). Se requiere un amplio ejercicio de pedagogía feminista en todos los estratos e instituciones de la sociedad; los varones han sido troquelados por el patriarcado, al igual que nosotras, y entre ellos, tan diversos y distintos entre sí como las mujeres, existen aliados que no podemos obviar.

El feminismo no es un moralismo, una lucha entre el bien y el mal que parte de valores definitivos que hay que defender del enemigo, los varones. En este sentido, la sororidad, idea que me resulta incómoda porque no puedo sentirme hermana de todas las mujeres con independencia de sus ideas y conducta, ha sido mal entendida. No se trata de nosotras, las buenas, contra los varones, los malos. Si bien los varones han tenido patente de corso para oprimir a las mujeres de todas las formas posibles, no pueden ser excluidos de la búsqueda de una mejor sociedad.

¿La política identitaria es un obstáculo para un proyecto democrático de largo alcance?

La política feminista tiene que salir de los límites identitarios, un camino que ha tomado la izquierda que resulta problemático de cara a la democracia. La pregunta clave es qué podemos hacer para construir otro tipo de sociedad y para construir otro tipo de lazo social entre nosotres que acabe con el discurso victimista y mujerista de un cierto feminismo, marcado por un antiintelectualismo militante –relacionado seguramente con el predominio absoluto de lo visual propio de esta época– y que no se abre a alianzas con otros sectores. En este sentido, los partidos y los sindicatos pueden, efectivamente, tener muchos defectos pero los acuerdos con esta instancias son necesarios de cara a lograr mejoras concretas; el activismo no puede limitarse a grupos de autoconciencia feminista, importantes como un primer paso pero insuficientes de cara a un proyecto global de cambio.

Frente a la política identitaria, hay que rescatar la representación política, indispensable más allá de formas de democracia directa como las asambleas, y tal representación depende de los partidos. A mí me parece más valioso acercarnos, por ejemplo, a los sindicatos que seguir dando vueltas sobre los grupos de autoconciencia feminista, a los que lo único que les interesa es hablar de cómo sufren y situarse en una eterna condición de víctimas. Recomiendo el libro de la psicoanalista Cynthia Fleury. Aquí yace la amargura. Cómo curar el resentimiento que corroe nuestras vidas (2023): la injusticia real de la sociedad no puede someternos a la lógica del resentimiento y el rencor, propios del victimismo. Como mujer de izquierda, que en su juventud militó en la vertiente trotskista, rescato una aspiración fraterna ante la injusticia, más allá de la sororidad, en la que se encontraba gente de diversos orígenes sociales, género y raza. El resentimiento encasilla: se me ha juzgado como mujer blanca y burguesa a pesar de mi activismo de medio siglo; lo soy, pero tomé un camino no determinado por esta condición. Trascendamos la legítima rabia y el legítimo dolor ante la opresión a través de una acción que trascienda estas emociones. 

¿Hablas desde el feminismo psicoanalítico?

Es el tipo de reflexión que me interesa en estos momentos, la construcción de la subjetividad desde la perspectiva psicoanalítica y de qué manera el sujeto político resulta limitado por esta subjetividad, como en el caso del resentimiento. El feminismo psicoanalítico es antiesencialista y puede funcionar como base de una política de izquierda, pero no en el sentido de un análisis de los conflictos políticos nacionales sino del conflicto político del sujeto, cómo se construye y puede en un momento determinado intervenir o no intervenir en la realidad limitada con la que lidia. Aquí las identidades se tambalean y disuelven porque no somos de una sola pieza, somos sujetos de las pulsiones del inconsciente, rebelde a las identidades sociales, raciales, sexuales y de género vistas como esencias.

¿Cómo definirías el sujeto político del feminismo hoy día?

Comencemos por lo sabido: la diferencia sexual es incontrovertible. En promedio el sexo femenino es más pequeño que el sexo masculino, las hembras estamos constituidas de otra manera, menstruamos; además, entre ambos sexos existe una complementariedad procreativa real. El problema es que esta diferencia funciona como un troquel epistemológico que divide taxativamente los géneros en relación con todas las áreas de la existencia. Por fortuna, la vida misma desborda estos esquemas: las distintas caras del erotismo y las diversas identidades de género son la demostración más palpable. En realidad, lo que nos pasa como seres humanos no está determinado por la biología sino por procesos culturales, políticos, psíquicos, ideológicos.

Sin embargo, hay feministas que esencializan el género en términos anatómicos, lo cual ha producido un impasse dentro de las diversas corrientes de nuestro movimiento, manifestado en la polémica alrededor de la mujer trans, tema muy importante para las generaciones emergentes. El feminismo esencialista, cuya postura no comparto, asume que la hembra humana desde su nacimiento hasta su muerte es más vulnerable y requiere de apoyos; si miramos esto de modo interseccional, las variedad de las mujeres –raza, clase, cultura, religión, nación– impide una generalización de este tipo. La anatomía no da más que un cierto posicionamiento dependiendo de la cultura, pero no nos determina de la manera en que el feminismo esencialista plantea.

Entonces, ¿cuál es el sujeto político del feminismo? Diría con Wendy Brown en Estados del agravio. Poder y libertad en la modernidad tardía (2019) que este sujeto se plantea cuál mundo queremos para todes. Respecto a las coordenadas de un feminismo progresista o de izquierda libertario, me inspiro en Rosa Luxemburgo; aspiro a una sociedad en donde todes podamos ser libres y, al mismo tiempo, respetar la libertad de los demás. En consecuencia, el sujeto político del feminismo no se constituye exclusivamente con las hembras humanas que se asumen como mujeres de acuerdo a los que esto signifique en un momento dado, se constituye desde lo deseable y lo posible compartido más allá de identidades y experiencias individuales.

¿Cuál es tu visión sobre las políticas del gobierno actual respecto a la equidad de género?

En un contexto en el cual la hegemonía política es androcéntrica y heteronormada, la mirada hacia los problemas públicos responde principalmente a esa misma visión. Sin una sensibilidad feminista, Andrés Manuel López Obrador tomó decisiones, como la cancelación de horarios escolares extendidos y guarderías infantiles (“las abuelitas pueden cuidar), que afectaron a miles de mujeres. Y aunque dichas medidas lo posicionaron, erróneamente, como antifeminista, sorprendentemente aceptó la designación de una feminista al frente del Instituto Nacional de las Mujeres. Y pese a que dicha institución carece de fuerza para coordinar políticas públicas transversales, ha hecho una gestión muy feminista, poniendo en el centro de la gestión gubernamental el tema del Sistema Nacional de Cuidados. Esto ha implica, principalmente, un trabajo con varias secretarías, en especial Hacienda, argumentando que dicho Sistema es un componente fundamental para atender las raíces históricas, subjetivas y estructurales de la desigualdad. Por otra parte, AMLO, que siempre había declarado que pondría a debate el tema de la legalización del aborto, no interfirió en los procesos locales donde diputades morenistas modificaron la ley en 11 entidades federativas.

Así, si bien todavía no se nota una visión de género en las formulaciones más relevantes del quehacer de la política (economía, hacienda, infraestructura, desarrollo territorial, urbano y rural, industria, medioambiente), lo que es un hecho es la atención a temas que hasta entonces habían sido considerados propios del ámbito de la vida privada de las mujeres, a saber: los derechos sexuales y reproductivos, los cuidados y la violencia de género. ~

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Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.


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