El fondo del cielo, de Rodrigo Fresán

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Debería poder contar lo que sentí al leer El fondo del cielo, la nueva novela de Rodrigo Fresán. Debería poder decir, por ejemplo, que la primera parte me pareció tan misteriosa como perfecta, y que quedé enganchado muy rápidamente con la trama compleja que se iba desplegando; que la segunda parte no la entendí, al menos no en la primera lectura; y que la tercera parte, en que las preguntas que se hacía la novela encontraban respuesta pero el misterio permanecía, la leí entre la fascinación y las dudas. Cuando terminé la novela, sentí que algo me faltaba, y no sabía si la culpa era de Fresán o mía o de ambos. Pensé entonces que quizás Fresán la había editado mucho, que a su estilo le convenían las grandes distancias –digamos, las digresiones alucinadas de Mantra. Pero luego, muchas horas después, me ocurrió el Incidente: ese momento en que todo se armó en mi cabeza, y comprendí. Recordé que había tenido experiencias similares con Pedro Páramo y Respiración artificial, novelas que persisten en mí mucho tiempo después de haberlas leído, y sentí, ahora sí, que El fondo del cielo había llegado para quedarse. Un Fresán que escribe corto es tan o más bueno que uno que escribe largo.

En el making off de la novela, Rodrigo Fresán escribe que el germen consistía en una frase que él había anotado en una libreta: “mujer arrasa como un tsunami a tres hombres/ love story/ TRISTEZA!!!”. Impacta ver cómo, muchos años después, el producto final mantiene una fidelidad absoluta a esa frase. El fondo del cielo es una historia de amor poco o nada convencional –con atisbos más místicos que eróticos, como lo ha visto bien Javier Calvo–, que remite a una soledad cósmica. Fresán también menciona que El fondo del cielo no es una novela de sino con ciencia-ficción. Sí y no. Es de y con. Después de todo, uno de los narradores más interesantes de esta novela es un extraterrestre (eso es ciencia ficción). La soledad cósmica tiene que ver con la quieta desesperación de ese extraterrestre.

Todo comienza con dos primos judíos, Isaac Goldman y Ezra Leventhal, que viven en Nueva York y, como tantos otros adolescentes, son abducidos por la ciencia ficción, género que en ese entonces vivía su esplendor (no se mencionan épocas, pero no cuesta nada pensar que se trata de la década del cincuenta). Isaac y Ezra se desentienden de lo que se llevaba en esos años (“la ciencia ficción se había convertido en una combinación de pronóstico meteorológico con página de horóscopos con carrera de cien metros llanos. Lo importante no era escribir bien sino llegar mas rápido y antes que los demás. La imaginación no debía ser reflexiva sino desaforada”), y crean un grupo de dos, los Lejanos. Y los Lejanos conocen al siniestro Jefferson Washington Darlingskill, y los tres conocen a Ella y se enamoran.

Ella, una chica de su edad, es descrita con connotaciones místicas: “su rostro […] es el resplandor que todo lo ilumina y lo arrasa”. La novela es la historia del bing bang y lo que ocurre después de que los Lejanos y Darlingskill se enamoran de la chica rara. Porque, claro, la amistad no puede sobrevivir a “la súbita irrupción del amor en el hospital de la juventud”, ni a otras cosas que mejor no contar. Ezra se va y apuesta por la ciencia; Isaac se queda y continúa con la ficción. Y ella se convierte para ellos en el monolito sagrado de 2001: Odisea en el espacio. A estas alturas, Fresán ya ha hecho múltiples guiños referenciales y se ha apropiado no sólo de Kubrick sino de Oesterheld (la nieve de El Eternauta), Philip K. Dick y el Loriga de Tokio ya no nos quiere. Por supuesto, falta más, mucho más: en la máquina mezcladoran entran Vonnegut, Cheever, Rothko, Bradbury, Bolaño, Bioy Casares, Borges.

Fresán utiliza estrategias narrativas de la ciencia ficción, pero no está, como suele estarlo el género, interesado en el futuro, sino en el pasado. De hecho, toda la novela se narra como si el futuro ya hubiera ocurrido. En la segunda parte esto se hace más claro. Y aquí aparece otra historia de amor: la del amor del extraterreste que habita en Urkh 24 (un planeta que ya había aparecido en otras ficciones de Fresán, y que es otra versión de Canciones Tristes, su ciudad inventada) por la especie humana. Lo que esta voz narrativa tan extraña como poderosa relata es “la historia de uno de los fracasos más triunfales… que jamás ha tenido lugar en esta galaxia o en cualquier otra”. Los extraterrestres podían haber invadido la tierra con naves “grandes y ominosas y elegantes”, pero no lo hacen porque se quedan deslumbrados contemplando las idas y venidas de los seres humanos –“nos gustaba tanto observarlos”; “Nunca los olvidaré, hijos míos. Nunca me conocieron pero jamás he dejado de amarlos”. También los conmueve la nieve. Y al final, en la contemplación, se van enfermando y muriendo, hasta que sólo queda uno, el narrador, nostálgico, observando los últimos atardeceres sobre su planeta.

Hay más vueltas de tuerca en esta novela que redefine la idea de la vuelta de tuerca en una novela. La última parte está narrada por la chica rara. Y ahí nos enteramos de que Ella sirve como un puente entre el extraterrestre y la tierra, ha sido elegida “para traer visiones de un mundo a otro”. En esta sección, el diálogo es con un cuadro de Mark Rothko, Yellow and Blue (Yellow, Blue on Orange), que para la chica rara es una postal con los colores de los cielos de Urkh 24. Si en la segunda parte la soledad cósmica invadía la novela, en la tercera “el último y final fin del mundo” –los fines del mundo son muchos en El fondo del cielo–, encuentra un único y suficiente contrapeso en el amor de los Lejanos por Ella y de Ella por los Lejanos, los tres congelados en una imagen, ellos mirándola, “en aquella noche clara, en la nieve, en otro planeta, en nuestro planeta, en un planeta que será nada más que el nuestro”. Hay muchos apocalipsis, pero el que de veras importa quiere soñarse con un final feliz.

Pocas cosas más sorprendentes que descubrir que el irónico y lúdico y posmo Fresán ha escrito una de las mejores novelas de amor de la literatura contemporánea. ~

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(Cochabamba, 1967) es escritor. Su libro más reciente es Los días de la peste (2017).


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