La guerra civil española, de Antony Beevor

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Antony Beevor comenzó la versión original de este libro, publicado en inglés en 1982 y nunca traducido, afirmando que “acontecimientos recientes indican que la guerra civil española está aún sin terminar del todo”. Se refería, por supuesto, al fallido golpe de estado del año anterior y al temor generalizado a otro intento mejor organizado, concluyendo los primeros párrafos con la advertencia de que “subestimar la amenaza del ejército es tan peligroso ahora como lo fue en 1936”. España se ha transformado desde entonces y Beevor, en su nueva introducción, señala que “las pasiones y los odios de aquella época están a años luz del entorno estable, de seguridad y bienestar y de derechos ciudadanos en el que vivimos hoy”, hasta tal punto que hace falta dar un brinco imaginativo para comprender las creencias tan radicales de la España dividida de los treinta, “ya sean los mitos nacional-católicos y el miedo al bolchevismo de la derecha, o la convicción de la izquierda de que la revolución y el reparto forzado de la riqueza iban a llevar a la felicidad universal”. Ahora bien, si es cierto que esos “valores y actitudes liberales que hoy en día aceptamos como dados” imperan tanto en España como en el resto de Europa, la retórica peninsular lo parecería desmentir. Las oleadas de nuevos libros sobre la guerra, los extraños éxitos de historiadores “revisionistas”, los gritos de “¡No pasarán!” en las campañas electorales y las acusaciones de estar “abriendo heridas y rencillas entre los españoles” cada vez que se retira una estatua de Franco o se abre una fosa común —en busca de los “desaparecidos” de la guerra— apuntan a heridas históricas sin cicatrizar, y a pasiones y odios que siguen palpitando a pesar del bienestar.
     Esta visceralidad explica por qué los mejores panoramas sobre la guerra civil siguen perteneciendo a historiadores de lengua inglesa como Hugh Thomas, Gabriel Jackson, Raymond Carr, Stanley Payne, Paul Preston y ahora, definitivamente, Antony Beevor, en quienes los restos de ese “imaginario romántico” —que llevó a tantos idealistas anglosajones a participar en la guerra— se combinan con buenas dosis de mesura. Es curioso ver, por ejemplo, que el propio Beevor, horrorizado ante la letanía de atrocidades, relaciona —sin atisbo de ironía— el trato humanitario que daban los vascos a sus prisioneros con la educación inglesa de sus dirigentes y su experiencia con nannies británicas: “es posible que aprendieran de los ingleses a ser buenos perdedores”.
     El libro de Beevor pasó relativamente inadvertido en 1982, pero fue rescatado en Inglaterra, después del enorme éxito de Stalingrado, en una edición de bolsillo de 1999, que tuvo dos reimpresiones en 2002 (año de su otro best-seller, Berlín. La caída, 1945). Según el autor, el libro que ahora publica “no es una edición ampliada del anterior, sino una obra totalmente nueva”, cuya estructura y enfoque permanecen más o menos iguales, pero que se ha enriquecido con aportes de la vasta bibliografía reciente y de los archivos alemanes y rusos que el historiador pudo consultar durante sus investigaciones sobre la guerra mundial. Gracias a éstos, la narración de Beevor se va salpicando e iluminando con comentarios de Wolfram von Richthofen, jefe de la Legión Cóndor, y con informes secretos de los dirigentes del Comintern y sus agentes en España, que dan un retrato desolador de la manipulación, el cinismo, la ceguera y la incompetencia que subyacían bajo la fachada democrática de la política del Frente Popular. Afligidos por la paranoia persecutoria tan habitualmente estaliniana, veían el sabotaje trotskista y fascista por todas partes, tanto en el ejército como en el gobierno. Así, después de la derrota de Brunete, el general Walter echaba la culpa a la infiltración de “agentes enemigos”, mientras que el general Kléber lamentaba el calamitoso estado de las Brigadas Internacionales: “hay muchas cosas que van mal: la actitud de los españoles hacia los brigadistas y la actitud de los brigadistas hacia los españoles; la moral de la tropa; el chovinismo de ciertas nacionalidades (especialmente los franceses, los polacos y los italianos); el deseo de repatriación; la presencia de enemigos en las filas de las Brigadas Internacionales. Es imperativo que la ‘Casa’ envíe rápidamente a alguien muy importante para que tome este asunto en sus manos”. Uno de los atractivos del libro de Beevor reside en la fascinante visión desde dentro que ofrecen estos informes, aunque falta a veces una explicación mayor, o algún filtro de parte del historiador, para evaluar su valor. ¿Representan la línea oficial del Comintern en España? Y si son versiones individuales, ¿hasta qué punto se han formulado para mostrar a Moscú el celo y la ortodoxia del firmante?
     Beevor exagera cuando describe su nuevo libro como “una obra totalmente nueva”. El andamiaje sigue siendo el texto de 1982, que ha sido oportunamente corregido y aumentado, conservando la profundidad de los análisis militares del autor, así como su ecuanimidad y la destreza en la narración —siempre vibrante, envolvente— que lo han convertido en uno de los historiadores más vendidos del mundo. Las ideas e hipótesis principales son las mismas: la República fue una reacción modernizadora contra la injusticia secular que se sumió en la violencia debido a la radicalización de los extremos políticos; el “terror rojo” y el “terror blanco” fueron atroces, pero la represión nacional, “alentada por las máximas autoridades militares y civiles y bendecida por la Iglesia católica”, no tuvo parangón en la zona republicana; la colectivización anarquista en Barcelona y Aragón fue relativamente exitosa. En cuanto a los comunistas, aunque tuvieron razón al insistir en un mando unificado, su estrategia militar de lanzar ofensivas frontales, sin el apoyo suficiente de artillería y aviación, fracasó repetidamente, y más acertado habría sido consolidar la defensa y emprender “ataques no convencionales, de guerrilla, contra la retaguardia enemiga”; de ahí que la gran victoria de la República fuera la defensa de Valencia en 1938, una acción “puramente defensiva, [que] fue una victoria mucho mayor que la tan cacareada de Guadalajara”. La intervención extranjera, según Beevor, no fue decisiva en el resultado final de la guerra, aunque las fuerzas alemanas e italianas sirvieron para acortarla y la Legión Cóndor actuó con “devastadora eficacia” contra las ofensivas republicanas de 1937 y 1938; tampoco fue decisiva la “no intervención”, cuya hipocresía se desvela en toda su mezquindad, porque “el material francés era más bien de baja calidad y los únicos aviones británicos disponibles por aquel entonces eran obsoletos”, así que la República —dado el aislacionismo de Estados Unidos— “no tenía alternativa al monopolio soviético de suministro de armas”. Por último, Beevor resalta la crueldad del régimen franquista y compara su política económica con la de los satélites soviéticos de la Guerra Fría: “sólo, tal vez, la Rumanía de Ceaucescu igualó el nivel de corrupción y despilfarro de la España de Franco”.
     Resulta curioso que este libro se publique primero en español. Quizá se deba a la reedición tan reciente en Inglaterra de la versión original, pero es posible que el enfoque menos anglosajón, más atento a los contextos españoles e internacionales, surja de la intensa colaboración con el editor a la que alude Beevor en su introducción. Es sintomático, por ejemplo, que en una descripción de Durruti se haya añadido a la analogía inglesa del original otra más hispánica: no era sólo un “Robin Hood revolucionario”, sino también un “personaje casi barojiano”. ¿Sobrevivirá en la nueva versión inglesa, prevista para abril de 2006?
     La reescritura del libro tiene sus desventajas. La puesta al día es, por lo general, enormemente positiva, pero hay ciertas lagunas o debilidades que se han quedado enquistadas en el texto y a veces agravadas. Se echa en falta, por ejemplo, una caracterización más profunda —o al menos más consistente en su profundidad— de los protagonistas de la guerra. Por otra parte, es evidente que Beevor se maneja con mucha menos soltura en el campo de la cultura que en el de la política y la acción militar. El capítulo “La guerra de propaganda y los intelectuales” consiste, como la mayor parte del libro, en una traducción de la versión de 1982, ampliada con correcciones puntuales, con nuevas citas y comentarios, y con páginas enteras —de la 360 a la 368— incrustadas en el texto original. Sin embargo, los problemas, en vez de remediarse, se han acentuado. Beevor afirma que el horror de la Primera Guerra Mundial minó “las bases morales de un arte alejado de la política” e hizo “que ‘el arte por el arte’ pareciera una impertinencia señoritil”, olvidando que hubo un gran movimiento “purista” en los años veinte (Paul Valery, el gongorismo del 27, etc.) y que la politización del arte sólo empezó a predominar en la década de los treinta. Asegura que “llegaron” a España varios escritores que en realidad, que yo sepa, no pisaron el país durante la guerra: François Mauriac, Jacques Maritain, Paul Éluard y C. Day Lewis. De André Gide, dice que redactó un polémico “comunicado de condena” —un statement en el original inglés— sobre su visita a la Unión Soviética, cuando lo que escribió fue el célebre libro Regreso de la URSS, que llegó a ser, junto al posterior Retoques a mi Regreso de la URSS, uno de los centros del debate en el Congreso de Escritores Antifascistas. En cuanto a André Malraux, descalificado de manera burda en otra parte del libro, L’Espoir fue escrito (y publicado) en 1937, y no 1938, lo cual no deja de ser significativo en el contexto de la guerra, y de todos modos es evidente que Beevor no conoce ni la novela —que no trata de “las acciones de las Brigadas Internacionales desde el asedio de Madrid hasta marzo de 1937″— ni la película, que se basa sólo en una brevísima sección de la novela.
     En el lanzamiento de una reciente colección sobre la guerra —La guerra civil española, mes a mes—, la publicidad declaraba que “primero la derecha dio su versión, luego la izquierda dio la suya” y que ahora había llegado el momento de contar “todo lo que pasó”. Lo cierto es, sin embargo, que mientras la guerra civil sigue siendo un arma arrojadiza en la política y la prensa españolas, la historiografía anglosajona ofrece todavía los panoramas más completos y equilibrados sobre el conflicto. Dentro de ella, este imperfecto, apasionante y actualizado libro de Beevor está destinado a ocupar un lugar central. –

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