Edward Glaeser
El triunfo de las ciudades
Madrid, Taurus, 2011, 496 pp.
¿Por quรฉ queremos ir a Madrid pero huimos de Plasencia? Para dar una respuesta sistemรกtica a esta pregunta, que es la pregunta acerca del por quรฉ de las ciudades como forma de vida colectiva, harรญa bien en leer este libro. Su autor, profesor de Economรญa en la Universidad de Harvard, ha compuesto un documentado tratado sobre la vida urbana que, combinando la categorรญa con la anรฉcdota, refuta de manera convincente muchos de los clichรฉs que, despuรฉs de dos siglos de prรกctica, nos hemos acostumbrado a repetir cuando hablamos de la ciudad. O sea, que la ciudad nos deshumaniza, incrementa la pobreza y resulta daรฑina para el medio ambiente. Y lo hace, ademรกs, subrayando la estrecha conexiรณn que existe entre la intensificaciรณn de la vida urbana y el progreso de la especie, iluminando con ello las razones por las cuales no todas las ciudades son iguales ni estรก garantizado que cada una de ellas siga siendo –para bien o para mal– como es ahora.
Para Glaeser, la ciudad responde a una lรณgica evolutiva antes que a un capricho histรณrico. Si el hombre es un animal social, viene a decirnos, es natural que sea tambiรฉn un animal urbano. Porque la ciudad es el locus principal de la cooperaciรณn colectiva como factor determinante del progreso: es el lugar donde la densidad humana produce conocimiento e innovaciรณn. En la ciudad, la informaciรณn circula rรกpida y eficazmente, transmitida tanto de forma explรญcita como a travรฉs del ejemplo que todos somos para todos los demรกs. De ahรญ que las ciudades hayan sido, como Glaeser describe, un puente histรณrico entre culturas; aunque tambiรฉn, faltarรญa mรกs, el origen de muchos disturbios y revoluciones sociales. Desde este punto de vista, la ciudad no es, contra lo que sus crรญticos romรกnticos han seรฑalado tradicionalmente, una creaciรณn artificial que nos separa de nuestras raรญces naturales, sino su desarrollo lรณgico: el espacio propio de la especie. Esta defensa de la ciudad se inscribe asรญ dentro de una creciente tendencia de parte de la ciencia social contemporรกnea, desde Robert Wright a Matt Ridley, que consiste en apoyarse en la teorรญa de la evoluciรณn, la antropologรญa y aun la biologรญa a la hora de explicar la conducta y la historia humanas. ¡Sin por ello reducirse a estas, que cultura tambiรฉn somos!
Sin embargo, la ciudad no solo sirve para producir conocimiento colectivo. Tambiรฉn nos hace mรกs felices, como se empeรฑan en demostrar las estadรญsticas, incluyendo la que seรฑala que los suicidios son mรกs frecuentes en las รกreas rurales. Y en las ciudades es mรกs fรกcil dar con personas que comparten nuestros intereses, encontrar pareja o descubrir los empleos que encajan con nuestras aptitudes. Por eso Glaeser es escรฉptico acerca de la posibilidad de que las nuevas tecnologรญas reemplacen las relaciones personales que la ciudad favorece. Mรกs al contrario: “El coste cada vez mรกs reducido de comunicarse a lo largo de grandes distancias no ha hecho sino aumentar los rรฉditos de agruparse cerca de otras personas” (p. 345). Por eso la muerte de la distancia propiciada por la globalizaciรณn tecnolรณgica, sugiere Glaeser, ha sido fatal para los productores de bienes (la ciudad industrial, representada por Detroit) y no para los productores de ideas (la ciudad posindustrial al modo de San Francisco).
Sucede que padecemos un espejismo, de hondas raรญces culturales, que nos lleva a ver la ciudad como un mal necesario antes que como un bien imperfecto. Asรญ, contemplamos la pobreza urbana, como la representada por las favelas brasileรฑas, en tรฉrminos absolutos, no en comparaciรณn con la pobreza rural de la que han huido sus habitantes. Igualmente, tendemos a considerar que la ciudad es mรกs daรฑina para el medio ambiente que sus presuntas alternativas agroecolรณgicas, pero es mรกs cierto lo contrario. Subraya Glaeser con acierto que una polรญtica para el cambio climรกtico solo puede apoyarse en la modernizaciรณn de las ciudades: “Si el futuro va a ser mรกs verde, entonces tambiรฉn tendrรก que ser mรกs urbano” (p. 307). Ni todos podemos ser Thoreau, en fin, ni deberรญamos querer serlo.
En relaciรณn a esto, el autor dedica pรกginas esplรฉndidas a analizar el fenรณmeno del sprawl, una dispersiรณn suburbial tรญpicamente norteamericana pero sibilinamente universal, como demuestra el deseo alemรกn de tener ein Hรคuschen im Grรผnen, o sea, una casa en un รกrea verde. Para Glaeser, el estilo de vida suburbial es una consecuencia del automรณvil, pero tambiรฉn de aquellas polรญticas pรบblicas que han deteriorado los sistemas educativos o impedido la edificaciรณn en algunos nรบcleos urbanos: la alegrรญa inmobiliaria de Houston es el fruto de las restricciones californianas. Aunque para el propio autor fuera una experiencia amarga dejar el centro de Nueva York, acaso minusvalore la satisfacciรณn que una joven familia con niรฑos puede encontrar en esa forma de vida; mรกxime si sumamos a ellos el deseo de alejarse de los hombres que afecta a otros hombres conforme avanza la existencia. Sin embargo, otra vez, se trata de un modelo difรญcilmente generalizable. Y no tanto por falta de espacio, habida cuenta de que todos los habitantes de la humanidad podrรญan hoy vivir juntos en Texas, cuanto por imperativos medioambientales. De ahรญ que Glaeser se aleje de su maestra confesa, la urbanista Jane Jacobs, para defender el rascacielos y la innovaciรณn urbana como medios para frenar el sprawl y no convertir a las ciudades en vรญctimas de su pasado: ser, en fin, Nueva York y no Parรญs. En este punto, Glaeser parece olvidar que tambiรฉn existe Benidorm.
Sea como fuere, el autor insiste en que existen muchas variedades urbanas, pero no una รบnica fรณrmula para lograr que una ciudad sea exitosa. Para prosperar, sostiene, una ciudad tiene que atraer a personas inteligentes y dejar que colaboren entre sรญ. Pero Singapur lo intenta a travรฉs de una buena administraciรณn y Milรกn por medio del estilo de vida. Su enfoque es mรกs bien liberal: “El cometido del gobierno es permitir que la gente elija la forma de vida que mรกs le guste, siempre y cuando pague por los costes que suponga” (p. 230). Pero Glaeser tambiรฉn admite que las polรญticas pรบblicas son en algunos casos insustituibles (agua, saneamiento) y en otras decisivas (polรญtica educativa, ordenaciรณn del territorio). Y reconoce que a veces es imposible explicar por quรฉ se produce un tipping point de creatividad o delincuencia; es, viene a decirnos, la magia de la interacciรณn social. Es justo reconocer, no obstante, que el autor minusvalora el papel de la planificaciรณn pรบblica, especialmente si la ciudad del futuro tiene que avanzar en la direcciรณn sostenible que el propio autor insiste en defender. Aquรญ, como en todo, la dificultad consiste en lograr el adecuado equilibrio entre espontaneidad privada y ordenaciรณn pรบblica.
Mรกs allรก de las fantasรญas rurales en las que proyectamos nuestras frustraciones cotidianas, en suma, la respuesta colectiva a la pregunta por un progreso razonable reside en la ciudad. Glaeser nos lo muestra en un libro variado y bien escrito, mediante un sinnรบmero de ejemplos que abarcan desde Bangalore a Leipzig, pasando por Tokio y Rรญo de Janeiro. No todo lo que sugiere es realizable, pero casi todo es interesante. Mรกxime cuando nos ayuda a comprender mejor por quรฉ vivimos asรญ y no de otra manera: en Madrid antes que en Plasencia. ~
(Mรกlaga, 1974) es catedrรกtico de ciencia polรญtica en la Universidad de Mรกlaga. Su libro mรกs reciente es 'Ficciรณn fatal. Ensayo sobre Vรฉrtigo' (Taurus, 2024).