Foto: labour.org.uk

Las labores del Partido Laborista

El laborismo tiene frente a sí la difícil tarea de escoger un nuevo liderazgo que defina su propio futuro y, en alguna medida, el del Reino Unido.
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En los últimos 45 años el Partido Laborista (PL) ha ganado tres elecciones, en gran parte debido, según el comentario editorial de The Observer del 19 de enero, a la capacidad negociadora de Tony Blair para inspirar y sostener coaliciones. Lo que hace notable su derrota más reciente es el alarmante quebranto del PL, que se ha desgajado de sus electores históricos en el norte del Reino Unido (RU) y otras regiones rezagadas y se ha mantenido voluntariamente al margen de los votantes de clases acomodadas. La urgente elección de un nuevo liderazgo se decidirá entre aquellos afines a Jeremy Corbyn, representados por Rebecca Long-Bailey, y los que quieren rescatar al partido de convertirse en una secta; es decir, todo se juega entre la continuidad y el cambio.

A inicios de enero, Tony Blair dijo que, si de lo que se trata es de volver a Downing Street, el partido no funcionará como una cofradía ideológica. Según Blair si las propuestas aspiran a ser algo más que slogans y traducirse en la práctica, deben provenir del centro, no de manifiestos que inquietan en lugar de inspirar confianza. Blair preguntó si lo importante es la gente o el sentimiento personal de valía. Si lo que importa es la gente, entonces el partido tiene la responsabilidad de convencer y el objetivo es ganar el poder.

El 19 de enero, el ex primer ministro Gordon Brown diagnosticaba en The Observer los males de la época y resaltaba la importancia del centro ante el auge de los populismos nacionalistas que explotan los problemas sociales sin ofrecer soluciones acordes con la democracia, contribuyendo a la inseguridad económica y cultural y a un creciente cinismo ante los políticos. Brown observó los signos del radicalismo de derecha e izquierda que han desestabilizado el mundo contemporáneo y desprestigiado la democracia para abogar por un nacionalismo inclusivo y abierto capaz de sostener la unión.

El contexto en que se llevan a cabo las campañas electorales para elegir al líder del PL es terreno minado porque el partido necesita un líder que recupere la lealtad perdida de las clases trabajadoras y pueda establecer coaliciones que no ha sido capaz de tejer desde 2005. Se trata de elegir un candidato que se acerque al centro del que hablan Blair y Brown, al frente de un partido que tenga una propuesta viable de gobierno, que forme una oposición robusta frente al gobierno conservador mayoritario y sea eficaz para evitar un Brexit abrupto, pero que también trabaje para solucionar la asimetría entre la capital y el resto del país. La relación entre Westminster y Holyrood nunca había sido más tirante, a la vez que Brexit ha resucitado la aspiración a unificar Irlanda.

El PL necesita reconstruir su prestigio perdido y convencer al electorado. En buena medida la campaña electoral definirá la respuesta del partido ante la catástrofe y la estrategia para recuperarse. Para avanzar, el partido necesita reflexionar críticamente sobre las razones que explican su derrota. Los resultados de esta reflexión y del proceso que echaron a andar serán conocidos el 4 de abril. De los seis candidatos originales quedan cuatro y tres son mujeres, signo de que las cosas están cambiando en un partido que jamás ha tenido una líder.

Rebecca Long-Bailey, abogada, es la contendiente favorita del grupo alrededor de la organización de base Momentum, que representa el corbynismo sin Corbyn, es decir, la continuidad del radicalismo. El inicio de campaña de Long-Bailey fue deslucido, y hasta el momento todo lo que se sabe es su admiración por el manifiesto con el que el partido perdió las elecciones. Long-Bailey es cercana a Corbyn, miembro del Comité Ejecutivo Nacional del partido y eso significa contar con la maquinaria partidaria en términos de apoyo, información, oportunidad, así como con el apoyo de Unison, el sindicato más grande del RU. Se dice que nada hará más felices a los conservadores que tenerla de líder del PL.

Otra de las candidatas, Emily Thornberry, es más conocida desde que nominara en 2015 a Jeremy Corbyn para ocupar el liderazgo del partido. Su posición ante el referéndum de 2016 fue proponer un segundo referéndum y aunque es la más experimentada de las candidatas probablemente sea la siguiente baja en la campaña. Lisa Nandy, miembro del Parlamento desde 2010, despunta como una aspirante digna de consideración. Desde el 2016 Nandy aboga por un Brexit suave y aunque estuvo abiertamente en contra del Brexit, no ha sido menos estricta para obedecer el voto. Nandy representa una nueva generación en el laborismo y recibió el apoyo de GMB, sindicato de la industria pesada.

El único hombre que todavía aspira al liderazgo (Clive Bell fue el primero en abandonar la campaña) es Keir Starmer, abogado y miembro del Parlamento desde 2015. Ha sido asesor en materia de derechos humanos entre 2002 y 2007 y fiscal de la Corona entre 2008 y 2013. Sin olvidar los compromisos del partido con los menos favorecidos, Starmer es percibido como el candidato más “centrista”, el que quizá pueda unificar el laborismo, recuperar el territorio perdido y ganarlo entre las clases medias, más inclinadas al Partido Conservador, pero tampoco ajenas a las reivindicaciones populares. Quizás ha llegado el momento en el que el PL debe cambiar su estrategia no para desobedecer el voto de 2016, sino para mitigar sus consecuencias. Starmer sigue el modelo de Colin Firth en El diario de Bridget Jones, lo cual quizá contribuya a hacerlo más interesante de cara al electorado en Nottingham Hill.

La recuperación del PL es urgente para frenar al gobierno mayoritario de Johnson. Hace falta una oposición vigorosa, que siga de cerca al gobierno, para contener sus excesos y capitalizar sus errores y los problemas por venir. El primero es el marco temporal impuesto por Boris para salir de la Unión Europea (UE), limitado a 2020. El acuerdo al que Boris aspira exigirá un esfuerzo extraordinario para contar con un documento que regule la relación entre el RU y la UE. Uno de los temas espinosos es el alineamiento del RU con las reglas que gobiernan el comercio con la UE. De no resolverse, puede ser uno de los factores que contribuyeran a un Brexit abrupto. Thornberry, Nandy y Stermer se decantan por un Brexit suave.

El segundo problema grave es el National Health System, que exige una inversión superior y continuada para reponerse de la austeridad que siguió a la catástrofe mundial del 2008. Ese problema definirá la posición del electorado que decidió el triunfo de Boris Johnson y que espera el cumplimiento de promesas más “locales” que resuelvan la asimetría entre la ciudad y el campo en términos de inversión, transporte, salud y empleo. La atención a la salud pública definirá el mandato de Boris, pero hay otros. El sistema público de transporte, por ejemplo, dista de estar en condiciones para cumplir cabalmente su función. El laborismo puede sentirse orgulloso en cuanto a sus aspiraciones de mayor equidad, imprescindibles en la era de la gig economy.

El tercer problema es la insistencia del primer ministro en negociar de modo paralelo los acuerdos con la UE y con Estados Unidos. La UE teme que el RU se convierta en el medio para la entrada de productos que no cumplen con las exigencias sanitarias establecidas, productos que Estados Unidos necesita exportar. La desconfianza ante una negociación paralela también puede convertirse en un factor que impida la negociación con la UE y afecte la política partidaria. El laborismo no es inmune a la política internacional ni a la posible guerra de aranceles que se aproxima.

Las labores del laborismo son las de Hércules, y la mayor es la elección del nuevo líder que inclinará al partido a la continuidad socialista o hacia la conquista del poder. En juego está el futuro de esa opción política y, en buena medida, del Reino Unido.

 

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