A Ciudad Sombra se llega siempre de noche. Lo primero que nota el viajero es la ausencia de electricidad. Lรกmparas de petrรณleo alumbran calles y casas con una perenne luz rojiza; por eso quienes la contemplan desde las montaรฑas dicen que Ciudad Sombra semeja los rescoldos de una gran fogata a punto de extinguirse. Lo segundo son las sombras largas que la iluminaciรณn provoca, como si รฉstas tuvieran vida propia, y se precipitaran hacia los hostales con el equipaje antes que los visitantes pongan pie en ellos. En ciertas ocasiones da la impresiรณn que las sombras prefieren escalar paredes, y entrar por las chimeneas, o que se escurren por callejones en busca de algo perdido. Existen testimonios de personas que afirman haber visto a su sombra bebiendo en una taberna o seduciendo muchachas bajo un balcรณn. Otras cosas que desconciertan a los viajeros son los carruajes, su constante ajetreo por las calles empedradas, y el olor a mierda de caballo. “Serรญa mรกs sencillo si hubiera automรณviles”, piensan, pero luego se abandonan al bamboleo de las ruedas, al sonsonete de los cascos contra el suelo, y sus pensamientos se extravรญan igual que sus sombras.
Aquรญ la moneda de cambio es el rumor. Si no se lee el periรณdico no se tiene tema de conversaciรณn en cafรฉs y antros. Algunos de esos chismes son viejos, pero siempre renovados. Quienes regresan a Ciudad Sombra se enteran que el Destripador de Mujeres continรบa libre, y que ahora colecciona las vรญsceras de sus vรญctimas; que la Bestia que ronda en los tejados de madrugada probablemente sea un respetable doctor, y que el simio que asesinรณ a una madre y a su hija fue visto por รบltima vez cerca del puerto. Las prostitutas son la principal atracciรณn, no tanto por los clientes que las frecuentan, sino por los relatos que protagonizan y que circulan con la misma avidez que la cerveza en las tabernas. Podrรญa decirse que se ha construido en torno a ellas una especie de literatura oral, en ocasiones cercana a la realidad, y en otras a la leyenda. Lo cierto es que la actividad de las prostitutas ocurre mรกs en la mente de los habitantes, y menos entre muladares y sรกbanas pegajosas. Como a muchos les da pรกnico meterse en los lugares en los que ellas viven y trabajan, no queda mรกs remedio que imaginarlas: desnudas, con la piel manchada de viscosidades; unas veces se trata de las secreciones de los amantes, otras de las entraรฑas que escupen los cuchillos de los asesinos.
En Ciudad Sombra la actividad nocturna es intensa. Aunque los teatros y las tabernas cierren temprano, en los hogares todo el tiempo ocurre algo: una borrachera con ajenjo patrocinada por escritores suicidas, una sesiรณn espรญrita organizada por detectives de sillรณn o una conjura que busca derrocar la tiranรญa de los mรฉdicos locos. Incluso aquellos que duermen son sonรกmbulos y no encuentran reposo. Igual le sucede al visitante. Al marcharse, tiene la sensaciรณn de haber recorrido la ciudad como se recorre un libro: cuando se cierran las pรกginas, los significados ocultos crecen dentro de su cabeza y no lo abandonan. Sin embargo, comprende que esa historia ya no le pertenece, que ahora es otro quien debe vivirla.
Una vez en casa, cuando el viajero se acuesta y cierra los ojos, recupera su sombra.
Su libro mรกs reciente es el volumen de relatos de terror Mar Negro (Almadรญa).