Chandler y su lúcida dipsomanía

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Como en toda reflexión, es caprichoso encontrar méritos novedosos en un autor de la talla de Raymond Chandler, más allá de su vigoroso legado en el arte de la novela, así, a secas. Singularidades aparte, pocos escritores del siglo XX contribuyeron tanto al mito de literatura y ebriedad como estilo de vida. Chandler ha sido un autor muy estudiado y existe una estupenda biografía de Frank MacShane, La vida de Raymond Chandler, que indaga en la figura de un misántropo inteligente que poco antes de morir le diría convencido a su agente literario en Londres: “he vivido mi vida al borde de la nada”. Sería imposible en unas cuantas líneas exponer el por qué es un clásico indiscutible en la narrativa del siglo XX y no solo como padre, junto con Dashiell Hammett, de lo que se conoce como novela policiaca moderna o hard boiled.

Caso singular sin duda de un sujeto que en 1932 a los cuarenta y cuatro años, era un oscuro oficinista que es despedido de su redituable empleo en una compañía petrolera, por problemas con la bebida y acoso a las secretarias. Este penoso incidente que su esposa Cissy Pascal, dieciocho años mayor que él, pasó por alto, es algo así como la epifanía luego de una larga borrachera existencial en pleno periodo de la Gran Depresión, pero sirve para que Chandler haga su tercer y último intento de dedicarse profesionalmente a la literatura. Bebe, reflexiona aislado en su domicilio bajo los cuidados maternales de su mujer y comienza a escribir con éxito en revistas populares, entre ellas la paradigmática Black Mask, dedicada al relato policiaco. Siete años después, Chandler por fin completa su primer novela, El sueño eterno. Con ella nace el detective Philip Marlowe quien de la mano de su creador se convierte en ícono de la narrativa contemporánea.

Previo a su éxito tardío Chandler fue una encarnación de Don Birman, el escritor dipsómano y fracasado protagonista de Días sin huella, dirigida por Billy Wilder, que trabajaría con Chandler en 1944 para adaptar Double indemnity, de James M. Cain, llevada exitosamente al cine con el mismo título.

¿Qué tienen en común Chandler y Marlowe? La dificultad para lograr sus metas y una dipsomanía lúcida que a uno le permite innovar un género a través de siete novelas, y al otro convertirse en el medio de expresión para plasmar una visión del mundo que, como pocas, exhibe el lado oscuro del estilo de vida americano. La simbiosis entre ambos logra chispeantes y achispadas narraciones, diálogos vivos impregnados de un sentido del humor cruel afín al individualismo que define la personalidad de la sociedad estadounidense.

Un estereotipo recurrente entre los escritores que Chandler alimentaría con su propia realidad mezcla entre Bartleby y Kafka, es el del sufrimiento como expiación y tortuosos bloqueos a la hora de sentarse frente a la hoja en blanco. A lo largo de su vida Chandler tiene enormes dificultades para escribir debido a su imaginación reprimida por la idea de considerarse a sí mismo un fracasado. A esto se suma su honradez un tanto absurda que le impedía retomar sin remordimientos tramas esbozadas en sus relatos para darles salida en sus novelas.

Marlowe es todo lo que Chandler quiso ser y no pudo, un peculiar álter ego que de pronto recuerda a otro personaje, el del vaquero a la John Wayne dispuesto a salvar al pueblo acompañado de una rubia enamorada de cualquiera que apeste a derrota, whisky barato y tenga lista una pistola y una lengua viperina. Quién sabe cuántos escritores, lectores y personajes de novela policiaca han fortalecido su autoestima, paradójicamente, gracias al estereotipo del antihéroe depresivo, dipsómano y solitario.

Chandler sacó ventaja de su posición de celebridad literaria, y en ciertos momentos puso como condición que lo dejaran escribir completamente ebrio. Durante la elaboración del guion de La dalia azul en 1945, basada en una novela inconclusa, casi muere debido a sus excesos. Durante la accidentada filmación Chandler era una piltrafa que se mantenía de pie gracias a inyecciones intravenosas de vitaminas y suero. Valdría acotar que es de las primeras películas en advertir de los daños mentales irreversibles provocados por la guerra en los excombatientes.

Chandler muere en 1959, mientras empina el codo sin medida para evadir la feroz depresión tras la muerte de su mujer cinco años antes, de los cuales había pasado cuatro viajando entre Estados Unidos y Londres dejándose seducir por jovencitas como una manera de tomar la mayor distancia posible de la imagen de Cissy.

¿Es Chandler una influencia en lo que se da en llamar “neopoliciaco mexicano”?. quizá a manera de imitación superficial, pues su legado profundo apenas y se nota en buena parte de la reciente producción literaria del género, más parecida a un homenaje paródico al cine de luchadores y de horror.

Quizá la influencia más notoria de las novelas de Chandler es ese imaginario urbano nocturno rodeado de bares a media luz donde entre la penumbra de neón puede aparecer una mujer solitaria en busca de amor y aventuras, el estilo de beber estoico y el amor a cocteles como el gimlet, tomado por Marlowe compulsivamente. La receta para prepararlo viene en El largo adiós: “El verdadero está hecho mitad de gin y mitad de jugo de lima Rose’s y nada más. Deja chico al martini.”

Chandler-Marlowe pusieron al alcance del hombre común lo que otra célebre pareja literaria, Fleming-Bond, reservó para lo que hoy se da en llamar “metrosexual”, o de menos para ese triste símbolo de la prepotencia personificado por los gentlemen de sociedades como la mexicana. ~

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