Conjeturas de un autor seguro

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En sus pliegues más oscuros, la vida enseña la desconfianza tanto como el empeño, el recelo tanto como el ardid, el cálculo en la misma proporción que el encono. En los cuentos de Javier García-Galiano, probado autor que descuella con margen amplio en la generación de los nacidos en los sesenta, circula aquel tono ensombrecido en el que cuentan sobre todo la conjetura (concepto que, por lo demás, aparece con frecuencia en estos textos) como único modo de enfrentar el desconcierto multiplicado, la obsesión reciclada como motor de salvación posible dentro de cada una de las situaciones límite que sobrevienen, la esperanza como hábito que va tornándose modo díscolo de supervivencia, la traición como seña de destino, vía siempre a la mano, explicación de un mundo sin valores.
     En Historias de caza, García-Galiano (Perote, Veracruz, 1963, según hipotético registro en la solapa del volumen) ha reunido siete cuentos de factura justa y de aliento admirablemente sostenido más allá de la dimensión de cada pieza. La última del libro, por ejemplo, es la más extensa, y no recuerda poco, en vista de las líneas cruzadas de su trama, la novela Armería, un libro vaquero, de reciente aparición también y primera de este prosista singular. Se desenvuelve su historia en la Guerra Cristera y está dominada desde su comienzo por un valor negativo, encarnado en la impostura: la presencia de un padre de la Iglesia perseguida que en realidad no es un padre, sino más bien un aventurero que ha asumido su destino luego de ver trunca su formación eclesiástica. Es notable cómo la impostura original sirve para dar el tono a toda la narración: ni la amistad entre el cura falso y el militar que lucha contra los cristeros será una amistad cierta, ni los motivos del impostor ni los del coronel serán los de la fe o la legalidad. Como trasfondo, para dar el sentido pleno del relato (su sinsentido), está la presencia de una mujer que, tras su fachada piadosa, atesora argucias y destrezas para la batalla y el engaño. Las grandes causas caen así derribadas no tanto por las balas de los ejércitos enfrentados, sino más bien por las que entrecruzarían hombres de condición mezquina.
     Ronda el engaño en cada una de las perfiladísimas páginas de estas Historias. A veces lo hace con especial, bien administrada sutileza, como en “Cartografía fantasma”, donde las luces de Borges (figura cara a García-Galiano) no dejan de ser perceptibles. Aquí el juego es redondo: la ilusión teje la realidad y sus nudos, desata búsquedas, lucubraciones, afanes inocentemente destinados a la esterilidad a partir de una ocurrencia que posee un trasfondo romántico. Aparece también, de nuevo en la forma de la impostura, en “Grenzgänger”, una historia terrible y poblada de aciertos: el cartero que va dejando de hallar a quién entregar las cartas conforme va perdiendo la ciudad que amó calle tras calle; el hombre dominado por la mujer eternamente insatisfecha y exigente, herida por las insuficiencias del otro, a las que tanto contribuye (en esta línea, García-Galiano despliega un afortunado humor); la sinrazón de la guerra, que sitúa entre sus primeras víctimas el sentido común; la irrupción, en la casa derruida (nueva “casa tomada”), de la amenaza personificada en una presencia desconocida y enigmática, insondable y hermética, involuntariamente mordaz desde su carácter falso, tramposo. Con todo, la historia deja suficientes rendijas para de modo sorpresivo alcanzar al lector con una distanciada ternura.
     Decía Cesare Pavese que lo peor de un sueño es su cumplimiento en la realidad. Algo peor debe suceder con la venganza, sueño negativo, aun con su presunta dulzura. “Uruguay. Historia de una calle” es el cuento de aquella venganza que no puede alcanzarse no sólo porque es falsa su probable inminencia, sino porque sus motivos son igualmente falaces. El azar va acomodando las piezas, tendiendo las piezas, desenmascarando al asesino y al parecer lo ha puesto al alcance de la mano. ¿Pero por qué no pensar, conjeturar que el azar tomó derroteros distintos y que en este caso sólo parece haber llegado hasta su descubridor para engañarlo? Evidentemente esto es lo que no se piensa conforme se arma el rompecabezas. El cuento registra un proceso frecuente, que lleva a seguridades erróneas, a injusticias, a trampas, sospechas que dejan de serlo pronto para ser certificaciones expedidas sobre caminos torcidos.
     La venganza, en reciprocidad a la verdad, no llega a cumplirse.
     Un buque granelero va quedando habitado sólo por el tedio, el desconcierto, la esperanza evaporada. Unos cuantos hombres quedan de una tripulación que ha abandonado la nave luego de que su capitán fue el primero en desaparecer. Cuento perfecto de conjeturas y sospechas, “La dársena” es la historia de un naufragio, pero sobre todo la de una sofocante circulación de soledades que se cruzan siguiendo un destino que sólo consiste en navegar, avanzar, zarpar de nuevo y que fuera de este ciclo no tiene sentido alguno. Algunos se habían salvado, pero no vencieron la melancolía. ~

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Ensayista y editor. Actualmente, y desde hace diez años, dirige la revista Cultura Urbana, de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México


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