El título del último libro de Luis Beltrán Almería, catedrático de teoría de la literatura y literatura comparada de la Universidad de Zaragoza, puede llevar a engaño. Estética de la Modernidad no es un manual de retórica digno del interés de un puñado de especialistas, no. Trata un asunto mucho más general y urgente que interpela a las generaciones presentes y futuras.
Y es que los términos “estética” y “Modernidad” están preñados de historia y confusión. Desde la perspectiva de la gran evolución de la imaginación humana, Beltrán Almería se aparta de la concepción retórica de la estética, centrada en la belleza, y adopta una filosofía histórica de la literatura y las artes. Concibe la estética como la forma interior que recorre las obras, como la expresión de la imaginación simbólica en evolución. Así, la función de la estética es mucho más profunda que la mera ornamentación o el entretenimiento, pues actúa como gran nexo entre las diferentes etapas de la humanidad a lo largo de los tiempos.
Al referirse a la Modernidad, Beltrán Almería está hablando de la gran época iniciada en el tránsito del siglo XVIII al XIX, en la que todavía nos encontramos. Por tanto, el libro explora la imaginación de nuestro tiempo, entendida no como un adorno sino como manifestación del espíritu de la humanidad en su estadio actual; como algo que nos define, nos conecta con el pasado y nos permite evolucionar hacia el futuro.
Las miras de Beltrán Almería son amplísimas, tan amplias como todo lo abarcable. Contempla a “la Humanidad entera” y la unidad de la cultura en su diversidad. Aunque se centra en lo literario, lo emparenta con las artes, la moda, la estructura social. Y, apoyándose en autores entre los que destacan Friedrich Schiller, Mijaíl Bajtín y Marshall McLuhan, echa la vista atrás hasta el mismo origen, en la línea de la disciplina conocida como “gran historia”.
Si el autor trazó ya la gran historia estética en su libro genvs: Genealogía de la imaginación literaria (Calambur, 2017), en este caso se centra en la Modernidad, sin dejar de retomar todo el pasado a la hora de iluminar determinados conceptos. La imaginación moderna responde a una etapa determinada de la evolución humana. En ella, la humanidad sapiens ha alcanzado su mayoría de edad, pero se trata de una mayoría de edad autoculpable, consciente de sus retos, peligros y limitaciones. Frente a las sociedades estamentales previas, la Modernidad se caracteriza por el individualismo, aspira a ser igualitaria y reivindica la libertad y los derechos individuales. El ser humano asume la tarea de gobernar el mundo por sí mismo, dejando atrás el tutelaje de dioses, reyes y tiranos. Como consecuencia, se topa con desafíos de enorme envergadura: nada menos que la comprensión y asimilación de un mundo complejo, la unificación de la humanidad y la supervivencia ante la destrucción de su hábitat de su propia mano. Tal situación obliga a reunir todas las fuerzas existentes, recuperando y renovando el capital simbólico previo sobre la base del individualismo.
Beltrán devuelve así a las humanidades una función central en el devenir de la especie. En un mundo que las ha relegado a lo superfluo o a lo inútil, las disciplinas humanísticas pueden y deben abordar el reto de desentrañar el sentido de nuestro tiempo, rescatando para ello el pasado.
El autor polemiza con las líneas dominantes de la teoría, la historia y la crítica literarias, al poner en evidencia términos de uso común que no soportan la mirada de la gran historia de la imaginación. Es el caso de belleza, autoficción, posmodernismo e incluso modernismo y realismo. Frente a ellos, la estética moderna se identifica con el simbolismo moderno, marcado por tres grandes dimensiones: por un lado, el humorismo y el hermetismo (los dos polos del grotesco); por otro, el ensimismamiento o egotismo (la perspectiva individual del yo, que nace con la Modernidad). Así, la era moderna revitaliza el grotesco –que no es una estética más, sino la estética fundacional de la humanidad– y lo adapta al individualismo moderno y sus retos.
Para tomar tierra tras los vuelos teóricos, Estética de la Modernidad ilustra lo propuesto mediante el análisis de grandes simbolistas modernos de los ámbitos ruso (Turguéniev, Dostoievski, Chéjov) y español (Zúñiga, Mateo Díez, Longares, Landero y Dionisio Cañas), además de Italo Calvino. Por último, se revisan categorías estéticas premodernas que han adquirido rasgos nuevos: el viaje, el idilio y las costumbres.
Los conceptos fundamentales del libro son conocidos para el lector de Beltrán Almería (simbolismo, hermetismo, grotesco, ensimismamiento, hombre inútil…). Y es que sus ideas no son ocurrencias de un día. A lo largo de sus obras ofrece, como en una espiral, el avance de un pensamiento asentado y depurado durante décadas de reflexión y lecturas. Aun siendo consciente de que es “más fácil orientarse a la novedad que a la trascendencia”, se ha atrevido a componer todo un sistema teórico-histórico que facilite a la especie humana la labor de comprenderse, superarse y pervivir. La formulación de su estética no es, pues, únicamente didáctica, sino también hermética, con lo cual se adscribe a una de las grandes categorías que han acompañado a la humanidad en su búsqueda de unidad y sentido a lo largo de los siglos.
Me pregunto qué nos ofrecerá Luis Beltrán en la fase de su trayectoria que ahora comienza. Liberado del corsé académico y habiendo dejado claros tanto los precedentes que lo avalan como las líneas que ha seguido el pensamiento dominante, tal vez sea el momento de desnudar y condensar su propuesta para facilitar su divulgación más allá de círculos especializados. La meta implícita que subyace a su obra bien lo merece: la de estimular al ser humano a reencontrar su unidad y salvarse del desastre. Una labor a la altura del reto moderno, que asume con audacia, manteniéndose siempre fiel a su radical individualidad de genio ensimismado. ~