Entrevista a Alan Sokal: “Las ideas relativistas están hoy al servicio del absolutismo dogmático”

Veinticinco años después del 'caso Sokal', el físico y matemático defiende los valores liberales fundamentales de los ataques de la izquierda woke y la derecha populista.
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El físico y matemático Alan Sokal publicó en 1996 el célebre artículo “Transgressing the boundaries: toward a transformative hermeneutics of quantum gravity”, con el que desmontó las trampas e ignorancia del posmodernismo en la universidad y evidenció la falta de rigor intelectual en la academia. Más de veinticinco años después, su denuncia pionera, a la que siguieron varios trabajos en la misma dirección, es todavía más relevante que entonces.

En 1996 publicó un artículo académico deliberadamente disparatado en una revista de estudios culturales posmodernos donde afirmaba que la gravitación cuántica no es más que una construcción social y lingüística. ¿Quiénes fueron los principales objetivos de la estratagema [hoax] y de su crítica como científico y por qué?

Las ciencias sociales son un conjunto enorme y heterogéneo de disciplinas, prácticas, marcos y personas. Mi estratagema se dirigía a determinadas partes de las ciencias sociales y las humanidades, como ciertas corrientes de la sociología de la ciencia, la antropología, la teoría literaria y los estudios culturales. Esas eran las áreas de estudio académico donde las ideas posmodernas y relativistas estaban más de moda. También estaban incluidos los “estudios sobre la mujer”, una materia que ahora se llama “estudios de género”.

Debo subrayar que los enfoques posmodernos no eran hegemónicos en ninguno de estos campos. Estaban de moda, pero no estaban universalmente aceptados. En los estudios feministas, por ejemplo, había una serie de enfoques diferentes: posmoderno, liberal, radical y socialista. Incluso en la sociología de la ciencia, el punto de vista constructivista social era influyente, pero de ninguna manera era el dominante.

¿Cree que los representantes del constructivismo en las ciencias sociales han aprendido la lección de la estratagema de Sokal y de esfuerzos posteriores por replicarlo, como el artículo académico de Peter Boghossian sobre el “pene conceptual”? ¿Tuvo su estratagema algún impacto positivo? ¿O simplemente dio más munición a ambos bandos en la “guerra de la ciencia”?

Tengo la impresión de que algunos de aquellos a quienes se dirigía la estratagema –incluidos los editores de la revista que aceptó mi falso artículo– se sintieron avergonzados. Dejaron de escribir sobre ciencia y empezaron a hacer otras cosas. Por ejemplo, Andrew Ross, de la Universidad de Nueva York (cuya oficina estaba a cincuenta metros de la mía), se dedicó a escribir sobre temas como las condiciones laborales internacionales, y ha hecho investigaciones excelentes sobre la explotación de trabajadores extranjeros en la construcción del campus de Abu Dabi de la nyu. Sin embargo, en muchos casos nuestros blancos ignoraron la crítica y siguieron como antes.

No obstante, la estratagema tuvo una buena acogida entre los estudiantes. Desde el principio, nuestro propósito era desmitificar algunos de esos escritos supuestamente profundos y revelar que el rey está desnudo. Recibimos muchos comentarios positivos de los alumnos. Uno de ellos dijo, por ejemplo, que siempre había pensado que era estúpido por no entender a Jacques Derrida. Pero, después de la estratagema, se dio cuenta de que tal vez no había nada que entender, solo algunas afirmaciones banales vestidas con un lenguaje elegante. Creo que mi estratagema, y el posterior libro Imposturas intelectuales, escrito conjuntamente con Jean Bricmont, tuvieron un impacto positivo en esa generación de estudiantes.

La evolución del posmodernismo en los últimos veinticinco años es una historia complicada. No la he seguido mucho, y solo supe de ella por un libro reciente de Helen Pluckrose y James Lindsay, Cynical theories, que la analiza en detalle. Tuve el privilegio de escribir el prefacio de la traducción al francés.

Pluckrose y Lindsay exploran la intersección entre algunas ideas filosóficas y las políticas de identidad. Sostienen que la primera fase clásica del posmodernismo, en los años sesenta y setenta, fue explícitamente relativista y tenía como objetivo deconstruir cualquier pretensión de conocimiento objetivo. Pero ese tipo de relativismo extremo no resultó muy útil políticamente. Cualquiera que esté políticamente comprometido quiere defender algo, en lugar de sugerir que todos los conceptos son igual de válidos. Así que las ideas relativistas pasaron a utilizarse de forma selectiva y enrevesada para apoyar posiciones sociales y políticas concretas. Este enfoque dio lugar posteriormente a la teoría poscolonial, a las versiones posmodernas de la teoría crítica de la raza y la teoría feminista, y a la teoría queer.

El libro de Pluckrose y Lindsay describe cómo esas ideas posmodernas confluyeron en un nuevo “posmodernismo aplicado”. Muestra que el principio posmoderno del conocimiento (la opinión de que no existe un conocimiento objetivo de la realidad natural y social) se fusionó con el principio político posmoderno (la idea de que la sociedad está estructurada según formas de dominación que controlan y reproducen ciertas formas de pensamiento, y que cualquier pretensión de conocimiento objetivo no es más que una afirmación de poder). Hacia 2010 estos principios habían adquirido en ciertos círculos el estatus de verdades incuestionables: una fase que Pluckrose y Lindsay denominan “posmodernismo reificado”. En consecuencia –y paradójicamente– las ideas relativistas se emplean en servicio del absolutismo dogmático cuando se abordan cuestiones como la opresión social y la forma de combatirla.

El posmodernismo reificado se ha convertido en la filosofía dominante que hay detrás de los movimientos asociados a la Justicia Social Crítica, o woke. El libro de Pluckrose y Lindsay impugna esta mentalidad. Sostiene que la justicia social funciona mejor con una epistemología fundada en la evidencia y la razón, junto con una filosofía social basada en el liberalismo clásico, que enfatiza los derechos humanos universales, la protección de la libertad individual y el respeto por la libertad de expresión y el debate abierto.

¿Cómo afecta todo esto al clima político?

Un relativismo metamorfoseado en absolutismo dogmático es evidentemente incoherente desde el punto de vista lógico, pero el peligro más importante es que cualquiera puede entrar en el juego, incluida la extrema derecha pseudopopulista. El posmodernismo ya no es dominio de la izquierda. El maravilloso sintagma “hechos alternativos”, después de todo, es un invento con fines políticos de la secretaria de prensa de Donald Trump.

Para combatir este espantoso estado de cosas, Pluckrose, Lindsay y yo tratamos de defender dos ideas principales. En primer lugar, que existe la realidad objetiva en la sociedad y en el mundo natural. En segundo lugar, que los seres humanos pueden obtener un conocimiento objetivo razonablemente fiable sobre la realidad natural y social utilizando la observación, las pruebas y la razón. Obtener un conocimiento objetivo razonablemente fiable es, por supuesto, mucho más difícil en las ciencias sociales que en las naturales. Sin embargo, es muy importante esforzarse por conseguirlo.

Al mismo tiempo, queremos defender los valores liberales fundamentales de los ataques procedentes de la supuesta “izquierda woke”, así como de la “derecha” pseudopopulista. Digo “supuesta” porque mucho de lo que veo en la “izquierda woke” está muy lejos de lo que yo entendía por izquierda hace veinticinco o treinta años, cuando me consideraba de izquierdas, como sigo haciéndolo.

Sin embargo, lo mismo ocurre con la derecha. Los políticos de la derecha pseudopopulista de Estados Unidos o de Hungría tienen muy poco en común con los de la derecha clásica, como el político estadounidense Barry Goldwater, por ejemplo. Aunque Goldwater era considerado un radical de derechas y sufrió una gran derrota cuando se presentó a las elecciones presidenciales de 1964, tenía sus principios. Creía en la defensa del constitucionalismo americano y de los derechos individuales, y le habría horrorizado ver en qué se ha convertido el “conservadurismo” en la actualidad. Es probable que cualquiera que se alíe con los principios tradicionales de la izquierda o la derecha hoy en día se sienta completamente alejado de mucho de lo que la llamada izquierda y la llamada derecha representan.

¿Cómo cree que ha cambiado la covid la relación de las sociedades democráticas liberales con la ciencia? ¿Hemos observado un triunfo de la ciencia al desarrollarse las vacunas y ser aceptadas por la mayoría de las sociedades occidentales? ¿O ha aumentado la sospecha hacia los científicos, a medida que aumenta su impacto en nuestras vidas, y se están convirtiendo en chivos expiatorios como consecuencia? ¿Deberíamos preocuparnos por una revolución pseudocientífica?

Ambas cosas están sucediendo a la vez. No he estudiado en detalle las encuestas de opinión pública internacionales, pero la creación rápida y eficaz de las vacunas fue un enorme triunfo científico. Por otro lado, también se cometieron muchos errores, en buena medida por parte de los políticos que ignoraron lo que decían los científicos (como vimos en Estados Unidos con Trump). Pero obviamente las agencias científicas también fueron responsables de otros errores. Durante muchos meses, la oms estuvo en contra del uso de mascarillas, por ejemplo, al igual que la oficina estadounidense para la prevención y control de enfermedades, el cdc.

El motivo sigue sin estar claro: quizá mentían a la gente porque había escasez de mascarillas y querían retenerlas para que las usaran los trabajadores sanitarios; o tal vez no entendieron, al principio, cómo se transmite el coronavirus.

Esta confusión en la comunicación no contribuyó a mejorar la imagen de la ciencia en general y de las agencias científicas gubernamentales en particular. En cuanto a la vacunación, al principio hubo un gran impulso para convencer a la gente de sus beneficios, lo cual era una política absolutamente correcta. Pero ahora resulta que las vacunas existentes –desarrolladas para enfrentarse al coronavirus original de Wuhan– protegen de manera mediocre contra la variante ómicron, aunque siguen haciendo un excelente trabajo de defensa contra la enfermedad grave.

Pero debido a la falta de claridad en la comunicación sobre lo que pueden hacer las vacunas, algunas personas se echaron las manos a la cabeza, diciendo que era inútil y que incluso el gobierno mentía sobre sus beneficios. Esta es una conclusión errónea. También es algo muy desafortunado. Las agencias de salud pública son en parte responsables de la confusión creada, aunque me resisto a criticarlas demasiado. No estoy seguro de que ni yo ni nadie pudiera haberlo hecho mejor.

Mi intuición como matemático es que hay que decir a la gente la verdad sobre las probabilidades. Hay que dejar claro que el objetivo de la vacunación no es la protección perfecta frente a la infección: la vacunación reduce, pero no elimina, la posibilidad de infectarse. Además, reduce significativamente las posibilidades de enfermar gravemente.

Me parece que la clave está en ser francos y transparentes sobre las probabilidades, y ser sinceros con la gente sobre la incertidumbre. Al leer las noticias, me da la impresión de que los científicos académicos e investigadores han sido más claros a la hora de explicar lo que ocurre que las agencias públicas. Si uno es profesor de epidemiología en una universidad, tiende a decir lo que piensa. Pero si eres el director de una agencia sanitaria, tienes que atravesar todo tipo de campos de minas políticos. Aun así, deberían haber comunicado mejor que las herramientas que tenemos están lejos de ser perfectas. Las vacunas y las mascarillas no pueden proteger completamente, pero es mucho mejor utilizarlas que no hacerlo.

Otra fuente de complicaciones es que el público no suele diferenciar entre tres actores: la comunidad científica independiente, las agencias oficiales de salud pública y los políticos. La gente no siempre entiende por qué los científicos ajenos al gobierno pueden actuar y pensar de forma diferente a los científicos del gobierno. En la mente del público, los tres actores tienden a estar entrelazados.

Veamos un ejemplo: en febrero de este año, el gobierno de Boris Johnson suprimió todas las restricciones relacionadas con la covid, incluso la obligación de aislarse cuando se está infectado. Según los informes de prensa, muchos científicos de su comité asesor científico no estaban de acuerdo con esta política, pero ninguno lo expresó públicamente, por ejemplo, dimitiendo. Los científicos que están dentro y cerca del gobierno quieren mantener sus canales abiertos. Quieren que los escuche el gobierno y prefieren ser escuchados a medias a no ser escuchados en absoluto. Pero en cierto momento, como científico, tienes que darte cuenta de que puedes estar sirviendo de hoja de parra para el gobierno, que hará lo que quiera aunque finja seguir las recomendaciones científicas. Es entonces cuando tienes que levantar la voz. Ese es el momento en el que hay que decir públicamente “no”. ~

Traducción del inglés de Ricardo Dudda.

Esta es una transcripción de la conversación que mantuvieron vía Zoom Péter Krekó y Alan Sokal en abril de 2022. Publicado originalmente en Eurozine.

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dirige el Political Capital
Institute, un think tank con sede en
Budapest. Es fellow en el Instituto de
Ciencias Humanas de Viena.


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