Pero el propósito principal del viaje no es este. Si Estelrich ha pedido encarecidamente a Sainz Rodríguez que se ponga en contacto con él no es para solicitarle ayuda en lo político; o, cuando menos, no de modo prioritario. Lo que va a proponerle es algo que Cambó le ha pedido que organice. “Una reunión de intelectuales de aquí y de allá”, en palabras del propio activista catalanista. Donde “aquí”, este 22 de febrero de 1930, es Barcelona, y “allá”, por descontado, Madrid. De esa reunión ya ha hablado con los catalanes y, en general, parece que la idea ha sido bien acogida. Eso sí, sin gran entusiasmo. Le queda ahora la otra parte, y es lo que se dispone a hacer en Madrid. Por de pronto, ya le está indicando a Cambó que convendría resucitar la vieja embajada en la capital. Claro que él no utiliza el término embajada. Eso es de nuestros tiempos y va ligado, además, a los presupuestos públicos, lo que no era entonces el caso –Cambó siempre tuvo a bien pagar lo suyo con su dinero, precisamente para que nunca dejara de ser suyo–. Estelrich habla de “oficina de expansión”. De “mi oficina de expansión”, la que ha tenido en Madrid y se encuentra en estos momentos en estado de hibernación. Esa oficina –a imagen de las creadas por el propio Estelrich en la primera mitad de la década de los veinte en los principales países europeos, y que de oficina no tenían más que el nombre, pues consistían por lo general en la financiación de iniciativas culturales, como por ejemplo ensayos sobre literatura catalana o traducciones y críticas de obras escritas originariamente en catalán– servirá para labores de “propaganda exterior y de cooperación intelectual”. Y, por supuesto, servirá para la relación con los intelectuales de allá, ahora que el proyecto de reunión entre catalanes y castellanos empieza a tomar cuerpo.
Que Sainz Rodríguez va a ser receptivo al proyecto está fuera de toda duda. Sainz Rodríguez es amigo de Cataluña. Un gran amigo. No es el único, aunque sí uno de los más significados. En 1964, poco antes de dejar este mundo, Agustí Calvet, Gaziel, confesará por escrito: “Yo puedo afirmar que he dialogado con cuatro castellanos agudísimos, que todo entendían, incluso lo que más podía contrariar su instinto racial, al yo hablarles, sin tapujos, de nuestra Cataluña. Y esos cuatro hombres ilustres, que nunca olvidaré, viene ahora a cuento nombrarlos por orden cronológico. Fueron: Eduardo Gómez de Baquero, Ángel Ossorio y Gallardo, Gregorio Marañón y Pedro Sainz Rodríguez.” Pues bien, a comienzos de 1930 el último de esos “castellanos abiertos ampliamente a la comprensión de todo lo que en la Península Ibérica no es ni podrá ser nunca Castilla” ha dado ya sobradas muestras de esa amistad con Cataluña. Y una de esas muestras, especialmente recordada por sus amigos catalanes, es un manifiesto. Hablar de este manifiesto es hablar del Ateneo de Madrid. Cuando el documento se hizo público, Sainz llevaba ya algunos años como ateneísta –según el listado de socios, se había inscrito el 10 de mayo de 1917, siendo todavía estudiante–. Y todo indica que había aprovechado el tiempo. […]
Con solo veintisiete años, Sainz había hecho ya realidad el sueño que le acompañaba desde mozo; esto es, vivir entre libros, lo mismo en casa que en sus actividades profesionales. Y, claro, semejante amor a los libros le había llevado muy naturalmente a sentir respeto y hasta devoción por las lenguas en que estos estaban escritos. Fruto de ello había sido su iniciativa de proponer a los escritores que frecuentaban la biblioteca del Ateneo la elaboración de un documento dirigido al general Primo de Rivera en protesta por la ristra de decretos prohibiendo el aprendizaje y el uso público de la lengua catalana con que el Directorio Militar, al poco de constituirse, había martilleado la incipiente autonomía y que tanto rechazo habían provocado ya entre los habitantes de Cataluña. Tal documento, difundido en marzo de 1924, había aparecido, por sugerencia de José Ortega y Gasset, con la firma de Sainz Rodríguez en primer término, en atención a su condición de redactor del texto y ante la imposibilidad de ir incluyendo en él todos y cada uno de los matices que los demás abajo firmantes hubieran deseado introducir. De ahí que el nombre de Pedro Sainz Rodríguez haya quedado en el imaginario catalán como una suerte de primus inter pares. ¡Y menudos pares! En aquella lista no faltaba nadie.
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De un modo u otro, pues,La Gaceta Literaria había sido, entre otras muchas cosas pero principalísimamente, Cataluña –o, en puridad, Catalunya–. Y lo había sido de forma constante, desde el número 1 hasta el 76, aparecido el pasado 15 de febrero de 1930, que Estelrich habrá leído ya, sin duda, cuando les escribe a Sainz Rodríguez y a Cambó, y en el que se anunciaba la inminente convocatoria de un premio Cambó y se publicaban, bajo el epígrafe “Gaceta Catalana” –un epígrafe que no era sino la concreción de aquel viejo acuerdo alcanzado por Gecé y Estelrich a comienzos de 1927 y de cuyos contenidos eran responsables ahora Tomàs Garcés y Juan Chabás–, un artículo en occitano de J. P. Régis sobre el centenario de Mistral y unos apuntes en catalán de G. Díaz-Plaja aparecidos un par de meses antes como parte componente del primer y único ejemplar de los muy vanguardistas e iconoclastas Fulls grocs. Pero, más allá de esa benemérita continuidad, estaba lo excepcional, lo extraordinario. Como el número que la revista había sacado el 1 de diciembre de 1927, consagrado de punta a cabo –salvo la contracubierta– a la Exposición del Libro Catalán en Madrid. Y, por supuesto, la exposición misma. Una cota, la máxima cota hasta la fecha, en esta historia de amor entre Ernesto Giménez Caballero y la dulce Cataluña.
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Sin patrón, pero con timonel. Porque la nave sigue su curso. Mientras todo Madrid y buena parte de la España política andan pendientes de la conferencia que el expresidente del Consejo de Ministros, monárquico exiliado y exgolpista fallido José Sánchez Guerra va a pronunciar, por fin, mañana por la tarde en el Teatro de la Zarzuela –y en la que afirmará, en loor de multitudes, que, aun cuando él no es republicano, reconoce “el derecho que España tiene, si quiere serlo, a serlo”–, Estelrich ha aterrizado en el Palace, donde confía en recibir, de un momento a otro –si no la ha recibido ya–, la llamada, la nota o la presencia misma de Pedro Sainz Rodríguez en repuesta a su carta del pasado 22 de febrero. Pero este miércoles 26, o mañana, como muy tarde, no va a entrevistarse únicamente con Sainz Rodríguez. Dejando a un lado la posibilidad de que lo haga también con Giménez Caballero, para entregarle las pruebas revisadas del volumen sobre el libro catalán que La Gaceta Literaria va a publicar en sus Cuadernos, a quien verá seguro es a Manent. O sea, a Josep Maria Ruiz Manent. Algo mayor que Estelrich, ese menorquín de Ciudadela lleva años residiendo en Madrid, donde trabaja como redactor deEl Sol. No obstante, y como ocurre con tantos periodistas, su vocación está en otra parte. En su caso, está en la política. […]
Para entendernos, el hombre de Estelrich en Madrid se llama Josep Maria –o José María– Ruiz Manent. Ahora que ya no existe “oficina de expansión”, quien en verdad la encarna es él. Con la ventaja añadida de que Manent, además, es periodista. Y periodista deEl Sol, o sea, del periódico de referencia, del que uno no puede dejar de leer si quiere cuando menos intuir hacia dónde se encamina España; del periódico de Urgoiti y Ortega, en una palabra. Y con Urgoiti precisamente debe hablar Estelrich. Y, si no hablar, sí pasarle, cuando menos, un esbozo de documento relativo a la gran cita de marzo. Saber qué opina del proyecto, si le parece bien o mal, si añadiría o quitaría algo a la propuesta, resulta indispensable antes de buscar más apoyos. No vaya a ser que.
Así pues, Estelrich ha hecho llegar a Nicolás María de Urgoiti el texto que hace al caso. Y el sábado siguiente, esto es, el 1 de marzo, el propietario deEl Sol yLa Voz le contestará en estos términos:
Sr. D. Juan Estelrich
Disting. ami.: Encuentro impecable el propuesto documento, y le doy desde ahora mi decidida adhesión a su texto, basado en la comprensión y cordialidad y en una aspiración común de catalanes y castellanos “hacia la libre respiración del pensamiento y la supremacía de lo espiritual”.
Precisamente mi amor a España y la seguridad de su espléndido porvenir se basa en la riqueza espiritual que representa la multiplicidad de idiomas y culturas hijas de su historia, y esta de su situación y configuración geográficas.
Deseo a su patriótico(1) intento el éxito que merece su buena intención y patente utilidad, y queda suyo bien amigo
(1) Lástima de vocablo.
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Del documento se infieren algunas certidumbres. Para empezar, la relativa a la fecha. Ya no será el 16 –o sea, antes del 20, como Estelrich le anunciara a Marañón–, sino el domingo siguiente. Lo cual parece inevitable a estas alturas, esto es, a tres días vista de la primera opción barajada. Con todo, también podía haberse fijado para el último domingo de marzo, el 30, y no ha sido el caso. De ahí que la decisión final sobre el calendario deba vincularse, sin duda, a la agenda de Francesc Cambó. Y, ante todo, al hecho de que, desde ayer, el patrón vuelve a estar en casa. El viaje a Londres, del que todavía desconoce el desenlace –el resultado de las pruebas no estará hasta dentro de unos días–, ha sido accidentado, informativamente accidentado. El pasado lunes, ya de regreso, el exministro, que había abandonado España del modo más discreto posible para no verse obligado a dar explicaciones, fue cazado por el corresponsal deEl Debate en el Hotel Crillon de París, donde se disponía a descansar después de haber llegado a la capital francesa en el expreso procedente de Bruselas. (Esos deEl Debate, decididamente, están a la que salta; hasta el propio Pulitzer se sentiría orgulloso de ellos.) Y aunque el periodista le preguntó, entre otras cosas, si su escapada a Londres obedecía “al propósito de consultar a médicos”, Cambó lo negó todo. Y, ahora que por fin está de vuelta, Estelrich habrá despachado con él, seguro, y habrán convenido la fecha de aquello que el acta de la reunión denomina ya, en el titular mismo y con letras capitulares, “homenaje a los intelectuales españoles”. Será el 23, domingo, festividad de San José Oriol. Doctor en teología y barcelonés, por más señas.
El documento ofrece, por otro lado, un primer esbozo de programa. El banquete –en estos tiempos, todo homenaje acaba concretándose siempre en un banquete– va a ser el único acto proyectado. La excursión del lunes, por más que se plantee también como algo organizado, no va a afectar sino a los que permanezcan ese día en Barcelona y quieran darse el gusto de tomar el aire en una de las dos sierras mencionadas como posibles. Está claro, pues, que lo que se persigue es la escenificación de un gran acontecimiento, al que nada debe hacer sombra. Una cena en el hotel más prestigioso de la ciudad, en el que dispone de los salones más elegantes, con sus telas y sus dorados, y allí donde pueda congregarse, en fin, si no el mayor, sí uno de los mayores contingentes de personas. Porque de eso se trata, al cabo: de lograr que esa noche se reúnan, compartiendo manteles, cuantas más personas mejor. […]
La elección del Ritz como escenario tiene también su trasfondo. Cambó, por supuesto. Qui paga, mana, y, puestos a escoger hotel y dada la vinculación del político y financiero con el establecimiento dirigido por Jacint Montllor, solo faltaría que se llevara ahora la palma alguno de la competencia, como el Majestic Inglaterra o el Colón. No, a los demás ya habrá que pedirles que colaboren en el alojamiento de los visitantes, pero para eso todavía es pronto. Y, por cierto, lo de pagar, en el caso de Cambó, y como se desprende asimismo del documento, tiene sus límites. Aquí no hay más invitados que los homenajeados. Los catalanes que quieran asistir al banquete deberán abonar esas treinta pesetas que cuesta el tique. Lo que no es poco, dicho sea de paso. Téngase en cuenta que una estancia de un día en el Ritz a pensión completa sale por 65 pesetas, esto es, apenas algo más del doble. Así se lo indicará Estelrich a su querido Monsieur le Comte de Keyserling en una carta fechada el 29 de este mismo mes de marzo y que trata de los pormenores del viaje que el filósofo espiritualista germanobáltico debe realizar próximamente a Barcelona para dictar unas conferencias. Keyserling, que anda preocupado por la pérdida de valor sufrida por la moneda española desde que en noviembre pasado convino con Cambó sus honorarios –4.500 pesetas por tres conferencias–, le ha preguntado a Estelrich si no habría forma de que le den la consideración de honorary guest allí donde vaya a hospedarse, que es lo que suele ocurrirle cuando se aloja en alguno de los grandes hoteles del mundo, o de que le hagan, por lo menos, una rebaja sustancial en el precio. Pero su interlocutor le responderá que no, que resulta imposible obtener del Ritz un logement honoraire como el que pretende y que, puestos a compensarle por la depreciación, prefiere facilitarle cien pesetas extras diarias para gastos de hotel. Lo que no le dirá es que ese trato de favor lo ha obtenido este mismo mes para los intelectuales castellanos que han pasado allí una, dos o incluso tres noches, y que es precisamente esa circunstancia la que le impide ahora solicitarlo de nuevo al mismo establecimiento.
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Lunes, 17 de marzo de 1930
Pero enseguida vendrán más tardes y serán también inolvidables. Si bien se mira, la cosa no ha hecho más que empezar. Incluso la muerte del dictador, siendo como es una segunda muerte puesto que su vida política estaba ya definitivamente saldada, no tiene por qué ocasionar ningún quebranto. Los asuntos públicos, en España, siguen su curso. O sea, el del lento pero constante desguace de la dictadura. Y, en este sentido, el acto del próximo domingo puede convertirse sin duda en un hito. Todo dependerá, al cabo, de los asistentes. Las invitaciones salieron entre el jueves y el viernes, por lo que hoy lunes, como muy tarde, habrán llegado ya a su destino, lo que debería haber aliviado en alguna medida a Giménez Caballero. Gabriel Miró, a quien Estelrich ha invitado como le pedía el propio Gecé, ha recibido, por ejemplo, la suya. Y la ha contestado al punto:
Mi distinguido amigo: hoy me llega la carta invitándome a ir y comer a la mesa de ustedes. Este sería el único banquete al que yo hubiera asistido en mi vida desde aquel otro familiar, pero de duelo, cuando fui con amigos fraternales de Cataluña a Castelltersol para velar y recoger el cuerpo del reverenciado Prat de la Riba. Y no puedo estar entre ustedes el día 23. Casi es mejor porque así me parece que no soy forastero agasajado sino que por pertenecer a la familia catalana me quedo en la intimidad de la llar y desde dentro participo de la fiesta de la casa.
Una pena. La ausencia de Miró –que morirá en Madrid dentro de un par de meses tras complicársele una apendicitis– privará al acto de un primer espada de las letras españolas. Y debilitará, por otra parte, ese flanco levantino por el que Estelrich siente tanto apego, y no solo en lo cultural, y que está compuesto, a estas alturas, por el también alicantino Chabás y por el valenciano Villalonga. Pero hay más. Miró no es únicamente un catalán de Alicante, como suele llamar el catalanismo a sus congéneres de las tierras catalanohablantes; es también, hasta cierto punto, un catalán de Cataluña, donde residió durante un lustro, empleado en la Mancomunitat de Prat de la Riba, en la editorial Vecchi y Ramos y en el Ayuntamiento de Barcelona, y donde puede que todavía se recuerden sus colaboraciones en Diario de Barcelona,La Vanguardia y La Publicidad, fermento de muchos de sus libros ulteriores. De ahí que su negativa no sea una negativa más.
Como quizá tampoco lo sea –si bien, en su caso, resulta más previsible– la de Salvador de Madariaga, que hoy también le escribe a Estelrich desde Oxford para decirle, un poco a la manera de Miró, que le “tenga por presente en espíritu”, pues sus “obligaciones profesionales” impiden su “presencia material” en Barcelona el próximo 23 de marzo. Y para decirle algo más, que merece ser reportado y ocupar en el presente relato un lugar relevante:
Soy un convencido de antaño a la causa de Cataluña libre. Sí, de Cataluña libre. Perdamos miedo a las palabras. Yo no he olvidado el tiempo aquél en que los beocios llamaban dialecto al catalán y creo igualmente pueril negar que Cataluña es nación. En esta gran nación en que vivo, un football match entre Escocia e Inglaterra o entre Inglaterra y Gales se llama “internacional” y como nadie se asusta no pasa nada. Y en la última Asamblea de la Sociedad de las Naciones oí con profunda envidia a Ramsay Macdonald, primer ministro del Gran Imperio, decir desde la tribuna: “Yo, ciudadano de una pequeña nación…” Oyendo al escocés Macdonald, pensé en el catalán Cambó. Cuando podrá decir, primer ministro de España, “Yo, ciudadano de una pequeña nación…” Hagamos que sea pronto.
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Domingo, 23 de marzo de 1930
Barcelona da, por ejemplo, para un apeadero como el de Paseo de Gracia, tan controvertido por el edificio con que el arquitecto Soteras lo coronó en 1902. Esta mañana, alrededor de las diez, va a convertirse, seguro, en el centro neurálgico de la ciudad. Pero no porque vaya a apreciarse allí dolor alguno, sino por lo contrario, justamente. O eso cree y desea casi todo el mundo. El apeadero está en la calle Aragón, entre el Paseo de Gracia y la calle Pau Claris. Tiene una parte cubierta y una sin cubrir. La que está al aire libre permite ver pasar el tren desde la vía pública. Y, con algo de suerte y de vista, también los viajeros que esperan en el andén para subirse al convoy, o los que descienden de este porque han llegado al término de su trayecto. Antes la zanja no tenía siquiera ese trozo tapado, lo que permitía una visión más amplia desde la superficie. Bien es cierto que, a cambio, los ocupantes de ambos andenes sufrían lo suyo a poco que el tiempo fuera desapacible. Las marquesinas a duras penas les protegían del agua y el viento. Ahora tampoco es que estén del todo a salvo de las inclemencias, pero, con el soterramiento de la estación, las cosas han mejorado, qué duda cabe.
Lo que no ha mejorado son los andenes. Claro que tampoco puede pedirse a la MZA que los amplíe en previsión de días como hoy. Lo de hoy no es habitual. Es más bien insólito. Y las compañías ferroviarias deben administrar el espacio urbano que les ha sido adjudicado a tenor de los flujos ordinarios. Total, que el andén es el que es y mide lo que mide. No es culpa suya que hoy, a partir de las nueve, haya empezado a llenarse y ahora, a punto de sonar las diez, no quepa ya un alfiler. Porque lo de esta mañana, además, puede considerarse un programa doble. Como en el cine. O, mejor, como en los conciertos. Y es que ese primer tren cuya llegada está anunciada a las 9:16 o a las 9:24, según qué horario tomemos como referencia, actúa un poco de telonero del segundo, previsto para las 10:04. Sin desmerecer en absoluto a los integrantes del primero, no hay duda de que es en el segundo donde viajan las personalidades más conocidas y reputadas de la intelectualidad castellana. […]
El primero en ser detectado y debidamente aclamado por la concurrencia es Ángel Ossorio y Gallardo. “¡Viva la libertad! –le gritan– ¡viva la justicia!”, “¡viva el Alma de la Toga!” –en lo que igual puede interpretarse como la reivindicación del muy leído ensayo de Ossorio que como una forma de motejar al personaje, lo que no dejaría de constituir, por cierto, el vivísimo triunfo de la obra literaria sobre el autor–. Y el celebérrimo abogado saluda conmovido e incluso se detiene entre vítores, a requerimiento de la prensa gráfica, para posar frente a la estación. Pero, claro, aunque con el gentío no lo parezca, detrás de todo esto hay una organización. Lo que significa que hay un programa y unos horarios que deben cumplirse. Por eso a cada invitado le ha sido asignado un miembro de la Comisión receptora cuya principal misión, en estos momentos, es procurar que el huésped llegue cuanto antes al hotel donde se aloja. El ángel de la guarda de Ossorio es Joaquim Maria de Nadal, el secretario político de Cambó. Y Nadal se ha venido con el coche para llevarlo más cómodamente hasta el hotel. Pero, tal y como está ahora la calle, tratar de alcanzar el coche se antoja una empresa difícil, si no imposible, por lo que el eficiente secretario para un taxi y se sube a él con el invitado. En realidad, el trayecto es mínimo. Van al Ritz, por lo que, bajando por Pau Claris, se hallan a un par de calles de Ensanche en dirección al mar y luego una a la izquierda. Nada, un suspiro, y sobre todo en coche. Aún así, hay que pagar la carrera, por supuesto. Y cuando Nadal se apresta a hacerlo, se encuentra con que el taxista, que sabe a quien transporta en el vehículo y con qué fin, se niega a cobrar. “No señor, no puedo –aduce–. Quiero asociarme de esta manera al homenaje.” Y sin esperar respuesta, arranca y se aleja del hotel.
Y, si Ossorio ha sido recibido como un héroe, Marañón, que también se hospeda en el Ritz, no le ha andado a la zaga. Nada más aparecer en la superficie en medio de vivas a España, a Cataluña, a Castilla y a la Inteligencia, y al ir a tomar un auto para dirigirse al hotel, la gente ha empezado a gritar: “¡A pie, a pie, a pie!” Y el doctor, solícito y emocionado, ha desistido del auto y, tras confesarle a un periodista: “Esta es la verdadera España”, se ha encaminado hacia el Ritz a pie. Puede decirse, sin faltar para nada a la verdad, que casi lo llevan en volandas. Y entonces ha aparecido por allí un grupo de esos que se ve a la legua que está organizado, y no precisamente por los impulsores del homenaje, coreando proclamas del tipo “¡Vivan los representantes de la democracia española!”, “¡Viva la ciencia española!”, y por el estilo. En fin, nada especialmente delictivo, en todo caso.
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Así pues, las primeras palabras de Sainz una vez restituido el silencio son para rememorar lo que todos esperan que rememore. O sea, aquel manifiesto redactado seis años atrás de su puño y letra. Pero no para echarse flores como redactor de la pieza, sino para reconocer que la iniciativa no fue suya. Fue de dos ateneístas de entonces: un asistente al acto de hoy, Ángel Ossorio –al que el público aplaude, puesto de nuevo en pie, y obliga a saludar–, y un tristemente ausente, Eduardo Gómez de Baquero –cuyo nombre es recibido en la sala con otro aplauso prolongado–. Hechas las aclaraciones, vienen las precisiones. El manifiesto aquel no decía todo cuanto tenía que decir; solo todo cuanto podía decirse. Y, entre lo que faltaba, estaba el convencimiento de que el llamado “problema catalán” –no únicamente lingüístico; también político y social– se reduce, en el fondo, a un problema de comprensión entre las partes. Nada más y nada menos. Y a propósito: la traducción al castellano de cuatro de los autores catalanes más interesantes, que él mismo anunció hace un par de meses en la cena de la ciap, es un primer paso en esta línea de dar a conocer la cultura catalana al mundo hispanohablante. (Esta referencia de Sainz a la política editorial de la CIAP, bastante lógica si se tiene en cuenta el contexto –casi todos los asistentes de entonces están hoy presentes–, merecerá a finales del próximo año el recuerdo de Azaña en sus Diarios; un recuerdo agrio y malicioso, por cuanto el ya presidente del Gobierno de la República, además de tildar a Sainz de “aventurero (…) a quien sus ínfulas de catedrático le han servido para merodear”, no mencionará otra cosa del discurso que esa supuesta falta de decoro de su autor.) Pero no todo va a resolverlo la cultura. El Estado español se está descomponiendo –el Estado, no la Nación– y hace falta rehacerlo. En este sentido, “Cataluña debe servirnos de ejemplo para la reconstrucción de una España grande.” Nuevos aplausos, cada vez más vibrantes y entregados. Y, ya en la recta final, dos mensajes, dos propuestas:
Quiero terminar deseando –y a mis compañeros… compañeros de viaje, al menos… ha de parecerles bien– que la eficacia inmediata de este acto fuese la de pedir al Gobierno la derogación de todas las disposiciones de la dictadura atentatorias contra los más legítimos sentimientos de Cataluña.
Creo que para el Estado futuro de la España grande existen dos bases esenciales. La primera es el “no asimilismo”. Venimos a estudiar a Cataluña, no a asimilarla. A este “no asimilismo” contestará Cataluña con el “no separatismo”, esencial para el Estado español del porvenir.
Sobra añadir que a sus “compañeros… compañeros de viaje, al menos…” les parecen bien ambas propuestas. Y también al resto de los presentes, que premian la intervención de Sainz con atronadores aplausos. (El propio orador se ufanará en sus memorias de “que el discurso más aplaudido” de la noche, “con enorme diferencia”, ha sido el suyo.) Lo que no significa que no haya por aquí, no nos engañemos, algún que otro escéptico, y hasta algún separatista declarado. Pero, como dice uno de esos desconfiados tras el discurso: “Ya estoy de acuerdo, ya. Pero ¿sabe?, de momento me reservo.”
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Lunes, 24 de marzo de 1930
A unos veinte minutos a pie del Apeadero del Paseo de Gracia, en el restaurante Patria, situado en la confluencia de las calles Sepúlveda y Muntaner, donde antes se hallaba la legendaria cervecería Moritz, ya deben de estar llegando los primeros convocados. La cena ha sido organizada esta misma tarde, de forma improvisada, por Rafael Campalans. O sea, por uno de los máximos dirigentes, junto a Serra Moret y Xirau, de la Unió Socialista de Catalunya. ¿El motivo? Aprovechar la ocasión, ciertamente insólita, de poder reunir en torno a una mesa a los intelectuales y políticos de más renombre de la izquierda socialista y republicana española. Mejor dicho, de la castellana por un lado y de la catalana por otro. Entre otras razones, para que se conozcan entre sí, pues muchos de ellos solo saben de los demás a través de la prensa. […] Pero, aparte de este motivo, existe otro, claro está, mucho más importante. En los actos del homenaje ha primado siempre lo que podríamos denominar la transversalidad. Esto es, una especie detotum revolutum en el que han convivido, en apariencia sin roce alguno, derechas e izquierdas, monárquicos y republicanos, unionistas y federales, clericales y anticlericales, viejos y jóvenes. El paraíso, en una palabra. Por no faltar, ni siquiera han faltado a la fiesta conspicuos servidores del antiguo régimen. Suele ocurrir en las transiciones: quién más, quién menos, todo el mundo trata de colocarse lo mejor posible para no quedar rezagado. Sin embargo, nadie ignora que esa pax es tan momentánea como ilusoria. La cuerda gubernamental mide lo que mide, ni un milímetro más, y tampoco puede tensarse hasta el infinito. En este sentido, la cena de esta noche, en la medida en que congrega a socialistas y republicanos, puede tildarse, sin exagerar un ápice, de rupturista. Por no decir revolucionaria. Es decir, los que van a sentarse y a intercambiar pareceres no tienen ya otro horizonte que un cambio de régimen, esto es, la liquidación de la monarquía y la consiguiente llegada de la república.
[…] Pese a sus grandes dotes de orador, Azaña, el líder de Acción Republicana, ha leído su discurso. Lo que significa que lo ha escrito. La “neuralgia tremenda”, claro. “Y en este estado, previendo que por la noche no podría hablar, redacté ocho o diez cuartillas, para dárselas a leer a cualquiera de los asistentes. Se celebró la comida y yo mismo leí las cuartillas”, apuntará a finales del año próximo. En fin, que por fortuna la neuralgia ha remitido y el propio autor ha podido leer su discurso y saborear en primera persona las mieles del triunfo. Porque triunfo ha habido. Las cuartillas “gustaron extraordinariamente”. Tanto, que Lluhí se las ha arrebatado para publicarlas. […]
Azaña ha empezado hablando de Cataluña. De la Cataluña que conoce de primera mano, o sea, de Barcelona, donde, eso sí, no ha estado más que en rápidas estancias, y de la Cataluña que ha ido conociendo desde lejos a lo largo de los años –y él, a estas alturas, ha cumplido ya cincuenta–. La palabra es admiración. De Cataluña ha admirado siempre el civismo, el sentimiento de la cosa pública, la cohesión nacional, pilares –junto al amor a la tierra y al propósito de alcanzar la plenitud de la vida colectiva– del gran renacimiento catalán. Pero todo lo anterior lo puede advertir cualquiera que disponga de un mínimo de información. Lo que no podrá advertir, en cambio, es lo que Azaña ha descubierto estos días en Barcelona. Porque esto se siente, se palpa, se vive. Es como una religión. “La religiosidad del sentimiento nacionalista catalán”, lo llama. Le ha cautivado “la adorable ingenuidad de la multitud”, tan apegada a su tierra, a su lengua. En el fondo, Azaña ha descubierto “la verdadera alma catalana [y aquí se observa la marca de la escritura, esto es, las ventajas de una neuralgia a tiempo], suave y transparente como una perspectiva mediterránea, recatada, propicia a la efusión sentimental como el refugio de una cordillera”. Y este es el tema. Si antes comprendía el catalanismo, ahora, además, gracias a los catalanes, al pueblo catalán, lo siente.
[…] Pero, claro, la tarea que le aguarda hoy en día a un ciudadano español, a un ciudadano liberal y renovador como él y como tantos otros, si quiere arreglar el desaguisado en que se encuentra el país es cuando menos hercúlea. No sabe por dónde empezar. Delante no tiene sino un desierto. Por eso lo vivido estos días, esa demostración de “catalanidad activa”, le parece una bendición. Y es que “el catalanismo o, dicho de otra manera, el levantamiento espiritual de Cataluña nos ofrece la ocasión y el instrumento para realizar una labor grandiosa y nos sitúa en terreno firme para iniciarla”.
He aquí, pues, la lección de esta hora. La lección y el programa, cuyas premisas conviene escuchar con atención.
…
Viernes, 28 de marzo de 1930
Aun así, precisa Ortega, ese convencimiento no va más allá del plano intelectual. Creer que puede trasladarse al español medio por obra del papel que desempeñan los hombres de ciencias y letras en la vida pública es una quimera. Para el español medio, “el ejercicio intelectual viene a ser una especie de quinta rueda del carro, algo de que conviene discretamente prescindir”. Por lo tanto, a qué engañarse:
Si los destinos de España son tan poco florecientes y tan mucho desdichados no podrá culparse de ello a los intelectuales. En España se ha hecho caso de todo el mundo: del militar, del fraile, del aristócrata, del obrero. Solo se ha negado la atención al hombre que estudia, piensa y manuscribe sus ideas. Hasta tal punto, que casi casi el único ensayo nuevo que cabe hacer a nuestro desventurado pueblo es probar a ver lo que pasa haciendo un poco de caso, nada más que un poco, a los que han meditado sobre el pasado, el presente y el porvenir de España.
Sobra indicar que ese desventurado pueblo hará el ensayo dentro de poco más de un año. Y que el ensayo acabará mal –a sangre y fuego, incluso–. Lo que no cabe interpretar, claro está, como que toda la culpa de la tragedia la vayan a tener quienes se caracterizan por haber meditado sobre el pasado, el presente y el porvenir de España. No; la cosa es mucho más compleja. De lo que no hay duda, sin embargo, es de que, una vez gastada esta última la salva, a España ya no le quedarán ensayos que hacer. ~
(Barcelona, 1956) es filólogo y periodista. Especialista en el escritor Josep Pla. En 2009 se publicó su obra más reciente, 'Filología catalana. Memorias de un disidente' (Barataria).