“Crónica de Crónicas”, pudo haberse llamado ese hermoso gran libro, injustamente olvidado por los comentaristas y publicistas. El autor, ranchero apicultor de la frontera entre Veracruz y Tamaulipas, vive fuera de todo círculo académico y eso hace su hazaña más espectacular aún. Se me antoja aplicarle las palabras que usa, en la página 935, para calificar a la obra histórica de Fray Juan de Torquemada: “Debido a la gran abundancia de materiales y fuentes que utilizó, tanto indígenas como españoles (más que cualquier otro cronista de los siglos XVI y XVII), integrándolos en una sola obra con un criterio unitario, así como por la extensión y cantidad de información que contiene, su Monarquía Indiana ha sido llamada la ‘crónica de crónicas”‘…
La Conquista de México Tenochtitlan es el primer libro de un autor desconocido, es un libro voluminoso que fue desdeñado por las editoriales mayores y afortunadamente acogido por Miguel Ángel Porrúa. Ciertamente el tiraje fue pequeño (mil ejemplares) y la publicidad ausente; como además la distribución de libros y revistas no comerciales sigue siendo un rompecabezas tanto para los editores como para los autores, no es sorprendente que este gran libro no se haya “dejado mirar”, para hablar como cierto ranchero de Amatlán de Cañas, Nayarit. No tengo más mérito que haberme topado casualmente con él y haber aprovechado las vacaciones de Navidad para leerlo de la primera a la última página, con un placer y un asombro crecientes.
Este tipo de obras requiere de muchos años de trabajo y lo que ha logrado Montell es tan bueno que sería muy triste para el público potencial, e injusto para el autor, que pasara inadvertido y sin una buena oportunidad de darse a conocer. Creo que se puede decir, sin exageración, que esa obra no tiene equivalente y que habría que remontar a Clavijero, en el siglo xviii, o a Orozco y Berra o Alfredo Chavero, un siglo después, para encontrar algo semejante. Es, desde luego, mucho, pero mucho mejor que La Conquista de México, de nuestro simpático y muy taquillero Lord Hugh Thomas: ¡ojalá y Montell tuviese el mismo éxito comercial! Bien se lo merece histórica y nacionalmente hablando. En efecto, si el autor no es académico, si es un historiador autodidacta, tiene un don natural y una integridad intelectual poco frecuente. El libro es voluminoso precisamente porque presenta, coteja, compara, discute todos los informes, documentos, relatos, historias, paso a paso, para cada episodio del reinado de Moctezuma y de la Conquista. Lo hace sin prejuicio ni preferencia, emite su opinión, subrayando que es la suya y dejando el juicio en suspenso, cuando no se puede concluir. Como bien lo dijo J.B. Duroselle, mi maestro, “el autor ha de esforzarse en descubrir los objetivos, las intenciones, las motivaciones, las convicciones, incluso los mitos de cada una de las partes interesadas, sin acomodarlos a sus propios juicios de valor. No debe repartir reproches o elogios” (citado por Montell, p. 909).
Sé demasiado bien cuán difícil es lograr eso, y resulta que Montell lo logró mejor que la mayoría de nosotros los historiadores profesionales. Además, desde un principio dejó bien claro cuáles eran sus objetivos, intenciones, motivaciones y convicciones. Ésa es la razón por la cual escribí en el párrafo anterior “nacionalmente hablando”, puesto que Montell hace obra nacional, obra cívica. Marc Bloch enseñó que toda historia es contemporánea, porque siempre interrogamos el pasado a partir del presente. Mexicano de los siglos XX y XXI, Montell ha tenido el feliz atrevimiento de darnos una historia actualizada y la más completa posible sobre la Conquista de México-Tenochtitlan, sobre esta titánica lucha entre mexicas, tlatelolcas y españoles. Empieza con el acceso al trono mexica de Motecuhzoma Xocoyotzin y termina con la caída de la gran ciudad.
Consciente del desequilibrio entre las fuentes españolas y las fuentes indígenas, ha hecho lo imposible para utilizar al máximo las segundas, con todo y “cierto grado de occidentalización; al haber sido escritas por, o bajo los auspicios y la censura de los frailes españoles” (p. 16). Al hacerlo, no despreció las primeras, puesto que intentaba, entre otras cosas, “responder a la pregunta de cómo fue posible que un puñado de españoles lograran someter y vencer a la más poderosa maquinaria militar del continente” (p. 7). Y es que “como mexicano vivo y siento tanto la riqueza como el trauma de nuestro mestizaje, ocultos en la ambivalencia de nuestras dobles raíces, que nos impulsan, como a muchos otros pueblos con mezclas recientes de sangres, a una urgente y angustiosa búsqueda de nuestra identidad”. En su conclusión, afirma que “es tiempo ya de que, si queremos ser una nación verdaderamente adulta y madura, analicemos nuestros complejos, aceptemos nuestros orígenes, tanto indígenas como españoles, veamos a nuestros ancestros de ambas razas como seres humanos, con todas sus cualidades y defectos” (p. 918).
No quiero decir más. Ese hermoso libro tiene muchos, muchísimos lectores potenciales, tanto los que aman las narraciones históricas como los que prefieren los análisis profundos, los que gustan de las epopeyas de los tiempos pasados y los que buscan entender el presente a la luz del pasado. ~
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