En busca de un diálogo entre quienes nos enfrentamos a la tarea de ver la exposición de Gabriel Orozco en el Museo Jumex para escribir sobre ella, leí diversas publicaciones antes de redactar este artículo. Encontré textos que desacreditaban la muestra con los mismos argumentos de hace treinta años –“eso no es arte” o “es puro oportunismo”–, también comentarios irónicos, como si la burla fuese el principio del pensamiento crítico. En suma, escritos polarizados sin mucha apertura al diálogo. Leí, además, notas con fragmentos de entrevistas al artista, pensando que quizás en sus palabras encontraría una luz para la lectura de sus piezas, pero la conversación se reducía al privilegio de tener una cita textual del protagonista de esta historia. Entre más comentarios buscaba, más me desencantaba la exposición, así que traté de prestarle atención a las anécdotas individuales de quienes participamos alrededor de la muestra, más allá de la grandilocuencia publicitaria del proyecto o los discursos institucionales que sostienen una leyenda que, honestamente, se alimenta sola.
La exposición Politécnico Nacional del artista Gabriel Orozco (Xalapa, 1962) reúne 300 piezas de más de treinta años de producción artística. Es la primera exposición del artista en museos de México desde 2006, y abarca los tres pisos y el sótano del Museo Jumex. La curaduría estuvo a cargo de Briony Fer, historiadora británica que ha estudiado el trabajo de Orozco durante años, con el acompañamiento de Carolina Estrada García, asistente curatorial del museo.
Las piezas que integran Politécnico Nacional abarcan fotografías de los años noventa, donde se encarna un espíritu juguetón y despreocupado como en Green ball [Bola verde] (1995), Yielding stone [Piedra que cede] (1992) o Pulpo (1991); objetos escultóricos como Horses running endlessly [Caballos corriendo al infinito] (1995) y Group of river stones in Mexico City [Grupo de piedras de río en Ciudad de México] (2024); hasta mesas de trabajo como Working table [Mesa de trabajo], Tokyo, (2015-2023) y obra pictórica de comienzos de los años dos mil como Samurai tree (Invariant 5) [Árbol samurai (Invariante 5)] (2005) o Árbol nuevo (2006), así como producción más reciente: Ánima/Anima (2023-2024) que estuvo expuesta en kurimanzutto el año pasado y ahora forma parte de la Colección Jumex. Encontramos también piezas icónicas que posiblemente serán las más fotografiadas: La DS (Cornaline) (2013) y Dark wave [Onda oscura] (2006), el esqueleto de ballena hecho con resina e intervenido con grafito.
El ejercicio que propone la curadora Briony Fer, exhibir piezas históricas para seguir pensando sus posibilidades, es interesante, no obstante, temo que el efecto sorpresa –ya sea intriga, molestia o entusiasmo– pasa un poco inadvertido, quizá por el efecto de espectacularidad al que, por desgracia, nos hemos acostumbrado. Pongo como ejemplo la ya conocida obra (y anécdota) Caja vacía de zapatos, expuesta por primera vez en la Bienal de Venecia de 1993 y que revolucionó la escena artística contemporánea en su momento. No voy a negar que hay una sensación emocionante de ver en vivo piezas tan importantes, con las que hemos aprendido sobre historia del arte contemporáneo en infinidad de libros y publicaciones, pero también hay sospechas sobre el efecto de la misma: sé que, como en todo ready made, la atención está en la idea más que en el objeto en sí, pero yo recordaba la pieza de aquel año con manchas en el interior y una esquina doblada mientras, que en Politécnico Nacional hay una caja pulcra y (probablemente) nueva dispuesta en el piso del museo. En la preinauguración hubo quien se tropezó con ella (sospecho que esto seguirá pasando durante los meses en que esté a la vista). Tras un sonrojo general, reacomodo de la obra y rotación del custodio que estaba junto a ella, la vida siguió como si nada. ¿Será que la revisión del potencial que propone la curadora es relativa cuando los objetos son nuevos aunque las ideas no? ¿Estamos revisando los efectos y afectos de las leyendas que acompañan las obras o las piezas en sí? “En la obra de Orozco”, escribe Briony Fer en el catálogo de la exposición, “el azar y el accidente siempre están implicados y son tan importantes como seguir las reglas”. Yo acotaría que vemos estos elementos en su trabajo, pero el accidente sucede como anécdota y el azar como un trabajo premeditado, como si el artista no tuviera reparo en autorreproducirse cuantas veces sea necesario, pues conoce a la perfección el efecto de su obra.
Parte de la relectura de su trayectoria se concentra en una pieza de video titulada #gabrielorozco, creada por Monse Castera y editada por Adriana Kong. Este proyecto fue solicitado por el propio Orozco a la agencia cultural Momoroom para rescatar y destacar aquello que existe sobre él en internet. Castera me dice que “es como una biopic, un intento de contar la historia de Gabriel Orozco mediante la información que existe en internet”. Pienso que en esta dinámica se encarna el juego, el desdoblamiento de la vida, el arte y la representación: el artista establece una relación con creadores más jóvenes desde el mundo digital, consciente del impacto que tiene su figura pública y su obra. “Una vez que pasas el umbral del hate, puedes ver que hay obras muy interesantes y divertidas”, me dice a su vez Kong sobre la experiencia de trabajar en esta pieza.
He aquí el acierto que me permitió hilar la experiencia de la exposición: la ventaja de aquellos artistas que están más allá del bien y del mal, que han habitado las polaridades del odio y la admiración profunda, es que nos permiten experimentar las piezas desde nuestra sensibilidad personal, no necesitan que tomemos una postura a favor o en contra. Orozco, en este caso, está claro en hacer las cosas que le interesan, y a nosotros nos corresponde habitar la posibilidad de elegir las obras que nos conmueven: no para justificarlo, no para desacreditarlo, sino para participar del proyecto. Mi versión favorita, por ejemplo, es el Orozco que salía a la calle con su cámara en los años noventa, o el Orozco que cogió un pedazo de arcilla para hacer con sus manos un corazón.
Vemos en Politécnico Nacional a un artista que se desdobla en distintas facetas y parece que está en paz con todas ellas. Podremos cuestionar su relación con las figuras de poderes políticos o el cambio de personaje que tuvo al ser un “artista contemporáneo internacional” en los años 90-2000, después “el mejor pintor mexicano” durante el sexenio pasado, y nuevamente “el artista mexicano más importante de la historia” como lo leemos ahora. Pero más allá de ello, su obra reunida construye un universo cuyos alcances aún no dimensionamos. Sin pretender abarcar la totalidad de la exposición con todas las capas de complejidad que entrecruzan motivos sociales, políticos, económicos o artísticos, me gusta pensar que podemos abogar por un encuentro genuino con las piezas más allá del fenómeno mediático inmediato que también está presente, todo en nombre de nuestro derecho a la contemplación, a la investigación y a la experiencia.
Creo que si algo no le faltará a la muestra será prensa y visibilidad, pero solo el paso del tiempo y la memoria colectiva (y los nuevos memes) construirán los indicadores para entender el fenómeno de una exposición de esta magnitud. Que el internet nos acompañe en esta aventura de experiencias compartidas, publicaciones, hashtags y Tiktoks. Viva lo contemporáneo. ~
Politécnico Nacional se presenta
en el Museo Jumex hasta el 3 de agosto de 2025.
es egresada de literatura y ha colaborado en
distintos medios culturales