Periodismo cultural

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     No faltaron burlas cuando el presidente Fox se detuvo al leer “Borges”, y pronunciรณ “Borgues”. Era evidente que jamรกs habรญa visto ni oรญdo el nombre del escritor. Pero lo escandaloso no es tener esa ignorancia (que comparten millones de mexicanos), sino tenerla despuรฉs de haber pasado por la educaciรณn pomposamente llamada superior.
     Lo mismo hay que decir del periodismo cultural. Lo escandaloso no es que se escriban reportajes, comentarios, titulares o pies de fotos con tropezones parecidos, sino que lleguen hasta el pรบblico avalados por sus editores. O no ven la diferencia o no les importa. Asรญ como los tรญtulos profesionales avalan la supuesta educaciรณn de personas que ni siquiera saben que no saben (aunque ejercen y hasta dan clases), los editores avalan la incultura como si fuera cultura, y la difunden, multiplicando el daรฑo. El daรฑo empieza por la orientaciรณn del medio (quรฉ cubre y quรฉ no cubre, quรฉ destaca, bajo quรฉ รกngulo) y continรบa en el descuido de los textos, los errores, falsedades, erratas y faltas de ortografรญa.
     Paradรณjicamente, la cultura, que ahora estรก como arrimada en la casa del periodismo, construyรณ la casa. La prensa nace en el mundo letrado para el mundo letrado. Es el รกgora de una repรบblica de lectores, que fue creciendo a partir de la imprenta y se volviรณ cada vez mรกs importante. Naciรณ, naturalmente, elitista, porque pocos leรญan. Sus redactores y lectores eran gente de libros. Por lo mismo, era mรกs literaria y reflexiva que noticiosa, de pocas pรกginas, baja circulaciรณn y escasos anuncios. Pasaron siglos, antes de que apareciera el gran pรบblico lector y se produjera una combinaciรณn notable: grandes escritores y crรญticos (como Dickens o Sainte-Beuve) publicando en los diarios y leรญdos como nunca. Pero el telรฉgrafo, la fotografรญa, el color, la industria orientada a los mercados masivos, la publicidad, hicieron del periรณdico un producto como los anunciados en sus pรกginas. Lo cual no sรณlo transformรณ su diseรฑo y manufactura, sino su contenido. Aparecieron el amarillismo, las fotos y los textos para el lector que tiene capacidad de compra, pero lee poco, y รบnicamente lo fรกcil y llamativo. El lector exigente se volviรณ prescindible.
     En las reuniones amistosas, por cortesรญa, el nivel de la conversaciรณn desciende hasta donde sea necesario para no excluir a nadie. Una sola persona puede hacer que las demรกs cambien de tema o de idioma. No es fรกcil que suceda lo contrario. Cuando la mayorรญa no tiene interรฉs mรกs que en chismes y chistes, una persona interesada en algo mรกs, difรญcilmente puede hacer que suba el nivel de la conversaciรณn, y hasta se expone a parecer pedante. Si a la cortesรญa se suman el mercado, los intereses de los anunciantes y la lรณgica financiera, el peso hacia abajo puede arrastrarlo todo. La televisiรณn y hasta la prensa (que ahora imita a la televisiรณn) descienden al mรกs bajo interรฉs del respetable pรบblico, aunque asรญ descienda el nivel de la conversaciรณn y se degrade la vida pรบblica.
     Las ediciones de los primeros siglos de la imprenta (libros, panfletos, gacetas, almanaques literarios) se pagaban con unos cuantos miles de lectores dispuestos a comprar su ejemplar. Pero la prensa y la televisiรณn no viven del pรบblico, que paga parte o nada del costo. Viven de la publicidad, con un problema de segmentaciรณn del mercado. El anuncio de un producto que interesa a pocos compradores ocupa el mismo espacio y paga la misma tarifa que el de un producto que interesa a muchos. Esto lleva, finalmente, a que los productos minoritarios no se anuncien en los medios masivos, y a que รฉstos se orienten a los temas, enfoques y tratamientos de interรฉs para el pรบblico buscado por los anunciantes de productos masivos.
     En el mejor de los casos, la cultura se incluye como redondeo del paquete de soft news, frente a las verdaderas noticias: desastres, guerra, polรญtica, deportes, crimen, economรญa. Se aรฑade como una salsa un tanto exรณtica, porque de todo hay que tener en las grandes tiendas. Asรญ, la cultura, que dio origen al periodismo, vuelve al periodismo por la puerta de atrรกs: como fuente de noticias de interรฉs secundario, del mismo tipo que los espectรกculos, bodas, viajes, salud, gastronomรญa. Lo cual resulta una negaciรณn de la cultura; una perspectiva que distorsiona la realidad, ignora lo esencial, prefiere las tonterรญas y convierte en noticia lo que poco o nada tiene que ver con la cultura, como los actos sociales que organizan los departamentos de relaciones pรบblicas (precisamente para que los cubra la prensa), los chismes sobre las estrellas del Olimpo, las declaraciones amarillistas.
     ¿Quรฉ es un acontecimiento cultural? ¿Dรฉ quรฉ deberรญa informar el periodismo cultural? Lo dijo Ezra Pound: La noticia estรก en el poema, en lo que sucede en el poema. Poetry is news that stays news. Pero informar sobre este acontecer requiere un reportero capaz de entender lo que sucede en un poema, en un cuadro, en una sonata; de igual manera que informar sobre un acto polรญtico requiere un reportero capaz de entender el juego polรญtico: quรฉ estรก pasando, que sentido tiene, a quรฉ juegan Fulano y Mengano, por quรฉ hacen esto y no aquello. Los mejores periรณdicos tienen reporteros y analistas capaces de relatar y analizar estos acontecimientos, situรกndolos en su contexto polรญtico, legal, histรณrico. Pero sus periodistas culturales no informan sobre lo que dijo el piano maravillosamente (o no): el acontecimiento central de un recital, que hay que saber escuchar, situar en su contexto, analizar. Informan sobre los calcetines del pianista.
     La verdadera vida literaria sucede en los textos maravillosamente escritos. Pero dar noticia de ese acontecer requiere periodistas que lo vivan, que sepan leer y escribir en ese nivel, con esa animaciรณn. Los hubo en los orรญgenes del periodismo, y los sigue habiendo. Los artรญculos dignos de ser leรญdos y releรญdos han tenido en Mรฉxico una gran tradiciรณn, desde Manuel Gutiรฉrrez Nรกjera y Amado Nervo hasta Josรฉ de la Colina y Josรฉ Emilio Pacheco, pasando por Alfonso Reyes, Octavio Paz y tantos otros que han escrito una prosa admirable en los periรณdicos. Pero hoy la prensa se interesa en los actos sociales o chismosos de la vida literaria, como si fueran la vida literaria.
     Es perfectamente posible que un gran libro sea un bestseller, que una gran pelรญcula sea taquillera, que un buen programa de televisiรณn sea muy visto, que un semanario del nivel de The Economist o The New Yorker consigan suficientes anuncios de productos minoritarios para ser negocio. Tambiรฉn es posible que otra lรณgica financiera, menos dispuesta a aceptar la degradaciรณn de la sociedad, encuentre fรณrmulas para que lo masivo subsidie la calidad, en vez de aplicar la guillotina, renglรณn por renglรณn, a todo lo que no es negocio. O que intervengan los subsidios del Estado, porque elevar el nivel de la conversaciรณn pรบblica es de interรฉs social. Pero todo esto requiere personas con visiรณn, cultura, competencia y sentido prรกctico. Se dirรญa que los graduados de una educaciรณn supuestamente superior reรบnen esas cualidades. Pero las instituciones educativas son un fraude. El graduado promedio tiene el nivel del presidente Fox. El periodista cultural promedio no destaca por su cultura, aunque su especialidad sea la cultura.
     Cuando se organizรณ un coctel en la Galerรญa Ponce para presentar el proyecto de la revista Vuelta y buscar patrocinios, llegaron periodistas y fotรณgrafos; y uno de ellos, que veรญa atentamente los cuadros, o mรกs bien las firmas, sin encontrar la que buscaba, preguntรณ por fin: ¿Cuรกles son los de Octavio Paz? Claro que, en 1976, los periodistas no eran todavรญa graduados universitarios. Ahora lo son. Hay decenas de miles de mexicanos que han estudiado, estรกn estudiando o enseรฑan comunicaciรณn. Hasta se ha pensado en exigir el tรญtulo para trabajar en la prensa, excluyendo a los que practican el periodismo sin la licenciatura correspondiente. Y el avance se nota. En el centenario de ร“scar Wilde, entrevistan a Josรฉ Emilio Pacheco y le preguntan: ¿Quรฉ es lo que recuerda de su trato con รฉl? Al entrevistado le parece absurdo aclarar que estรกn conmemorando los cien aรฑos de su muerte, y se pone a contar que, cuando se vieron en Parรญs, visitaron juntos la gran Exposiciรณn Universal, donde Wilde se interesรณ muchรญsimo por el pabellรณn de Mรฉxico. La entrevista saliรณ tal cual. Ni el reportero ni su editor se dieron cuenta del pitorreo.
     No es tan difรญcil encontrar lectores con buena informaciรณn y buen juicio que se rรญen (o se enojan) por lo que publica la prensa cultural. Aunque no se dediquen a la crรญtica, ni pretendan competir con quienes la hacen, tienen los pelos en la mano para seรฑalar erratas, equivocaciones, omisiones, falsedades, incongruencias, injusticias, ridiculeces y demรกs gracias que pasan impunemente por las manos de los editores. Y ¿por quรฉ pasan? Porque no leen lo que publican, sino despuรฉs de que lo publican, y a veces ni despuรฉs. Porque, en muchos casos, ni leyendo se dan cuenta de los goles que les meten la ignorancia, el descuido, el maquinazo, el plagio, la mala leche, los intereses creados. Y porque, muchas veces, aunque se den cuenta, no estรกn dispuestos a dar la pelea por la cultura y el lector.
     A nadie le gusta ser el malo de la pelรญcula, rechazando cosas. Menos aรบn tomarse el trabajo de corregirlas, que toma mucho tiempo y puede terminar en que el autor se ofenda, en vez de agradecerlo. Ya no se diga exponerse a los peligros de la grilla. Y, cuando no se va a dar la pelea, ¿quรฉ caso tiene leer exigentemente lo que se pretende publicar? Lo importante no es defender al lector de la errata, el gazapo, la ignorancia, la vacuidad, el abuso, sino cuidar el control polรญtico y diplomรกtico de tan difรญcil situaciรณn. Todos quieren publicar, nadie leer, menos aรบn cuidar el interรฉs del lector. Lo pragmรกtico no es poner el ojo en la calidad de los textos, sino el oรญdo en los nombres que suenan, el olfato en los temas malolientes, de interรฉs chismoso.
     Hace ochenta aรฑos, Harold Ross inventรณ The New Yorker y un concepto de periodismo que llamรณ “literature of fact”, frente a la ficciรณn y la poesรญa. Lo literario no se limita a los gรฉneros consabidos. Puede darse en cualquier texto maravillosamente escrito y bien fundamentado, sobre lo que sea. Esto exige trabajo y valor civil frente a los infinitos textos que se reciben. Requiere no limitarse pasivamente a lo que llega, sino tomar la iniciativa: buscar a los que tienen algo importante que decir, pensar en el lector, en los temas y el nivel que deberรญa tomar la conversaciรณn. Requiere no publicar reportajes ni comentarios que no hayan sido leรญdos crรญticamente por dos o tres editores. Incluye hablar con el autor, que asรญ vive la experiencia (y se pone a la altura) de la interlocuciรณn con lectores inteligentes y conocedores, como los hay entre el pรบblico. No se limita a la correcciรณn de erratas, de estilo, de razonamiento: lleva a tener un departamento de “fact checking”. ¿Es verdad que esta frase estรก en Shakespeare, que Adรญs Abeba es la capital de Etiopรญa, que Rembrandt muriรณ en 1699, que Sofรญa Gubaidulina vive en Alemania? Ademรกs, Ross personalmente escribรญa una lista de observaciones sobre cada artรญculo (query sheet), donde cuestionaba la exactitud, claridad, lรณgica, gramรกtica, elegancia o simple necesidad de una frase o adjetivo.
     Hace medio siglo, cuando no habรญa computadoras, ni correo electrรณnico, un eminente autor extranjero podรญa recibir observaciones semejantes de sus traductores y editores en el Fondo de Cultura Econรณmica, para mejorar el libro publicado en Mรฉxico. Lo cual requiere conocimientos, valor civil, mucho trabajo y, sobre todo, una actitud opuesta al “Ahรญ se va”. Actitud justificada, no por lo que ganaban (ni la dรฉcima parte de lo que pagaba The New Yorker), sino por su amor al oficio, respeto a los lectores exigentes y respeto a sรญ mismos.
     Desgraciadamente, multiplicar el gasto en educaciรณn superior multiplicรณ el “Ahรญ se va”. La manga ancha en la educaciรณn superior y el mundo editorial daรฑรณ a millones de personas que ni siquiera estรกn conscientes de su ignorancia, porque los dejaron pasar de noche hasta graduarse, ejercer, dar clases y publicar. La ignorancia que sube hasta la presidencia no es una novedad en Mรฉxico. La novedad es la ignorancia, la indiferencia, la irresponsabilidad, de los que avalan el trabajo mal hecho y lo dejan pasar tranquilamente.
     Nunca es tarde para volver a respetar a los lectores y subir el nivel de la vida pรบblica, por el simple recurso a la buena informaciรณn, el buen juicio y el buen gusto. Habrรญa que empezar por lo mรญnimo: un departamento de verificaciรณn de afirmaciones, para no publicar tantas cosas infundadas, vacuas o francamente cรณmicas. Parece insignificante, pero es algo cargado de significaciรณn. El mensaje implรญcito darรญa un giro de 180 grados: no publicamos basura.
     Los grandes editores son lectores exigentes que respetan al lector como a sรญ mismos. ~

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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