Hace unos cuantos meses, la pianista mexicana María Teresa Rodríguez fue distinguida con un homenaje que le rindió Instrumenta, la ejemplar asociación musical que dirige Ignacio Toscano, por su brillantísima trayectoria musical.
Niña prodigio, a los ocho años hizo su debut tocando el Concierto Número 1 de Beethoven, obra de dificultades técnicas e interpretativas lo suficientemente exigentes como para no ser considerada “fácil” ni “adecuada para una niña pianista” cualquiera. Se trata, por el contrario, de una obra que demanda una técnica bien formada y acabada, y un correcto sentido formal, dada la complejidad de sus estructuras musicales.
En su adolescencia, María Teresa estudió en Estados Unidos, con el eminente pianista y maestro ruso Alexander Borowski, varias de las obras fundamentales del repertorio pianístico. Tal el caso de los dos libros del Clavecín bien temperado de Bach, la música de Beethoven, Chopin y Liszt, y los Preludios de Debussy. A partir de ese momento, su interés y curiosidad musicales la llevaron a incursionar en músicas de los más variados lenguajes y estéticas. Y fue así como su repertorio comenzó a ampliarse significativamente, hasta abarcar por igual la música de Mozart y Bartók, Schumann y Ravel, Saint-Saëns y Boulez, Liszt y Prokofiev.
A finales de los años cuarenta conoció a Carlos Chávez, y se inició una profunda amistad y una sólida y productiva relación profesional entre los dos músicos, colaboración que culminaría, tiempo después, con la grabación de la integral para piano del compositor mexicano, empresa, en verdad, titánica y difícil de ser superada.
A principios de los años sesenta, el mismo Carlos Chávez la invitó a ser la pianista del recién fundado Taller de Composición del Conservatorio Nacional de Música. Durante cuatro años leyó y tocó las obras de los jóvenes compositores que acudían a ese centro de estudios musicales. Su impecable y sorprendente lectura a primera vista, y su infalible y fino oído musical le permitieron descifrar las partituras de los estudiantes con una calidad y solvencia profesionales poco comunes.
Por los mismos años en que conoció a Chávez también comenzó a frecuentar a Rodolfo Halffter, en ese entonces director del Departamento de Música de Bellas Artes, con quien entabló una larga amistad y un fructífero diálogo musical. Tocó y estrenó varias de sus obras, como el Homenaje a Antonio Machado, las hermosas Bagatelas, el Laberinto que el músico hispanomexicano le dedica y la primera y segunda Sonatas. En 1990, tres años después de la muerte del compositor, María Teresa Rodríguez grabó, con su hijo Tonatiuh de la Sierra, la música para dos pianos de Halffter.
Podríamos seguir enumerando las múltiples actividades de esta singular artista. Recordar, por ejemplo, a algunos de los directores bajo cuya batuta ha tocado: Igor Markevitch, José Pablo Moncayo, Arthur Fiedler, Kyril Kondrashin, Carlos Chávez, Jorge Mester, Luis Herrera de la Fuente y Eduardo Mata; mencionar su otra pasión: la música de cámara, y evocar los nombres de Leon Spierer, Pierre Amoyal, Thomas Brandis, el Cuarteto de Cuerdas Ruso-Americano, Sally van den Berg, Luz Vernova, Anastasio Flores, Henryk Szering y muchos más. Baste señalar que hasta el día de hoy, a sus 82 años, la siempre joven y vital María Teresa Rodríguez continúa ofreciendo recitales, impartiendo clases en el Conservatorio Nacional y en la Escuela Superior de Música, y frecuentando la música de cámara.
En alguna ocasión señalé que siempre que pienso en María Teresa Rodríguez me encuentro en el camino a Claudio Arrau, con el cual comparte varios rasgos en común. Ambos pianistas tienen un árbol genealógico pródigo y prodigioso que hunde sus raíces en Beethoven, maestro de Czerny, quien a su vez lo fue de Liszt, el cual transmitió el conocimiento de Bach y de las tradiciones pianísticas e interpretativas del siglo XIX a través de Martin Krauze, maestro de Arrau, y del legendario Theodor Leschetizky, hasta llegar a dos brillantes condiscípulos, Prokofiev y Borowski, éste ultimo maestro de María Teresa Rodríguez. Por otro lado, tanto para ella como para Arrau, la música como un simple pasatiempo y entretenimiento es inconcebible, es una suerte de aberración, aserto más que pertinente en estos tiempos sordos en los que domina un gusto musical chabacano y ramplón, de una creciente e incontenible superficialidad. Está, además, la cuestión del repertorio, el cual es, en los dos artistas, enciclopédico. ¿Cuántos pianistas pueden abordar con la misma solvencia técnica y hondura interpretativa una fuga de Bach y un preludio de Debussy, las Escenas infantiles de Schumann y las Estructuras de Pierre Boulez, o el Concierto de Grieg y el de Chávez? el cual, por cierto, fue estrenado en México por Arrau, y grabado por María Teresa bajo la dirección de Eduardo Mata. Pocos, muy pocos, y entre esos pocos está María Teresa Rodríguez, artista de primer orden.
Al rendirle un homenaje, celebramos también una noble y rica tradición mexicana (y latinoamericana) de notables pianistas que comprende a músicos de la talla de Angélica Morales, Estela Contreras, Alicia Urreta, Luz María Puente, Aurora Serratos, Guadalupe Parrondo, Ana María Tradatti, Eva María Zuk estas tres últimas residentes en México desde hace ya varias décadas, y otras pocas más. Celebremos, finalmente, y ante todo, el privilegio de ser sus contemporáneos y poder, así, seguir escuchando a esta eminente pianista-músico que, con talento y generosidad, nos ofrece momentos de intenso goce estético, durante los cuales la interpretación se confunde con la obra misma. –
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