Cómo leer y por qué, de Harold Bloom

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Lectura y valor
Harold Bloom, Cómo leer y por qué, traducción de Marcelo Cohen, Anagrama, Barcelona, 2000, 307pp.

Cómo leer y por qué es un nuevo episodio del desigual combate que Harold Bloom libra, desde hace ya más de diez años, en defensa de los estudios literarios. Aunque en el prefacio el crítico afirme que no le anima una intención polémica y que su único objetivo es pedagógico —enseñar el arte de la lectura—, lo cierto es que basta recorrer algunas páginas para ir descubriendo, aquí y allá, un buen número de puntadas y alfilerazos contra la famosa escuela del resentimiento y sus fervientes discípulos, dentro y fuera de Norteamérica. “Una cultura universitaria en que la apreciación de la ropa interior de las mujeres victorianas sustituye a la apreciación de Charles Dickens y de Robert Browning —escribe— recuerda las vitriólicas sátiras de Nathanael West”. De hecho, la idea misma del libro es esbozar los principios de una manera de leer que vaya a contracorriente de las tendencias aún dominantes en la Academy —feminismo, neohistoricismo, culturalismo y otros ismos de viejo o reciente cuño. Bloom antepone así, desde un comienzo, el valor de la lectura como acto individual y solitario a cualquiera de sus funciones sociales, y reivindica el placer egoísta de leer para sí, libre de condicionamientos seudointelectuales, como el mejor medio de acrecentar nuestro tesoro personal. “Límpiate la mente de tópicos académicos”, aconseja el profesor de Yale y de NYU, parodiando una célebre frase del Dr. Johnson. Hay sin duda mucho de provocación en su actitud conflictiva y paradójica, pero con ella nos invita a deshacernos de al menos cuatro dogmas teóricos de las últimas décadas: el de la muerte del autor, el del yo como ficción, el que reduce a los personajes a meros seres de papel y tinta, y el que nos dice que el lenguaje siempre piensa por nosotros. Su método de lectura propugna, en la mejor tradición del humanismo moderno, una rehabilitación de los poderes de la ironía, el rescate del rol creativo del lector y el fomento de la libertad de juicio, fuente y origen de toda interpretación realmente iluminadora. Combinando las enseñanzas de Bacon, Johnson y Emerson, Bloom condensa en una sola fórmula su particular estrategia para acercarse a la verdad de una obra:”encontrar, en lo que sintamos próximo a nosotros, aquello que podamos utilizarpara sopesar y reflexionar, y que nos llene de la convicción de compartir con el texto una naturaleza única, libre de latiranía del tiempo”.
     Sentar las bases de una manera de leer no es sino una de las dos metas del libro. Como bien indica el título, no se trata solamente de responder al cómo sino también al por qué de la lectura. Este otro aspecto del trabajo de Bloom es el más arriesgado einteresante, pues, a diferencia de tantos scholars y críticos actuales, nuestro autor no elude la difícil y decisiva cuestión delvalor literario. Su ensayo representa, en efecto, un vasto ejercicio de motivación del juicio estético, cuyo campo de aplicación es, básicamente, la literatura moderna de lengua inglesa, con Shakespeare como referencia central. Claro está, no faltan aquí, como en El canon occidental, algunas figuras insoslayables de otras tradiciones —por ejemplo, Cervantes, Proust, Ibsen yBorges. Pero su presencia es bastante discreta y diría incluso demasiado limitada para sus ambiciones universalistas. Con todo, mal puede reprochársele queprefiera releer a los autores con que supúblico está más familiarizado, pues nada resulta más idóneo que una selección de clásicos cuando se trata de elucidar las razones por las cuales vale la pena leer.
     A todo lo largo del libro, entre ejemplificación y ejemplaridad, cada textoresponde a esta pregunta y es evaluado en función de una escala de pesos y medidas que obedece a criterios estilísticos, éticos y cognitivos. El valor literario está asociado al valor de lo útil: en el fondo —y en la forma— lo que cuenta es la capacidad de revelación de una obra, es decir, la intensidad con que ilumina y hace inteligibles diferentes parcelas de nuestra experiencia y de nuestra relación con los otros y con nosotros mismos. De este modo, si Dickinson “nos educa para pensar con más sutileza y mayor conciencia lodifícil que es romper con las respuestas convencionales que nos han inculcado”, Blake y los poetas visionarios nos permiten asomarnos a “un mundo donde todo lo que se mira tiene un aura trascendental”. Por su parte, Henry James enseña “el cultivo de la conciencia individual” y Keats expresa maravillosamente “el anhelo universal de amor y, al mismo tiempo, una conciencia profunda de que todo amor, literario y humano, depende de un conocimiento incompleto e incierto”.
     Las respuestas al por qué de la lectura son mucho más numerosas y diversas, pero todas apuntan, en última instancia, al principio del placer, aunque no puedasostenerse que postule una estética hedonista, a la manera de Barthes. Leer es,ciertamente, un goce, pero de un tipo que, como lo sublime poético de Shelley, debe persuadir al lector “de abandonar los placeres fáciles por otros más difíciles”. Quizá sea ésta la principal enseñanza del libro. Con muchas de las virtudes —yalgunos de los defectos— de una inteligente vulgarización, el libro constituye unavaliente defensa del placer de la lectura no sólo ante la escuela del resentimiento sino también ante la ideología de la industria del entretenimiento que hace de toda fruición un sinónimo de simple y rápido consumo. Bloom vuelve a recordarnos, como Mefistófeles a Fausto, que las delicias de la oscuridad no exigen esfuerzo y que la función de un auténtico scholar, como querían Milton y Emerson, es ser lallama viva de una vela “que iluminará la voluntad y los anhelos de los hombres”. –

 

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