Entre líneas: El discurso migratorio en el informe de Obama

Lo primero que llamó la atención del informe de Obama con respecto al tema migratorio fue el vínculo entre educación, crecimiento económico y migración. No habló de derechos humanos, sino de productividad.
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En el ritual del informe presidencial en Estados Unidos la migración generalmente ocupa un muy breve espacio. Estos discursos no entran en detalles ni matices sobre este tema espinoso y controvertido, lo cual dificulta tener un panorama completo sobre la agenda migratoria del gobierno en cuestión. Sin embargo, siendo un foro tan importante y, en el caso del cuarto informe presidencial, un claro instrumento de campaña, obviamente hay un cálculo estratégico en cada palabra; en lo que se dice y en lo que se omite.

Lo primero que llamó la atención del informe de Obama con respecto al tema migratorio fue el vínculo entre educación, crecimiento económico y migración. Como sustento para el argumento sobre la necesidad de reformas migratorias no habló de derechos humanos ni del típico argumento de la “nación de inmigrantes”, sino de productividad. Inició esta parte de su informe haciendo alusión a los “Dreamers”, los jóvenes indocumentados que llegaron al país como niños, refiriéndose a los “cientos de miles de estudiantes talentosos y trabajadores”, que “son americanos de cabo a rabo pero viven diariamente con el reto de ser deportados”. También mencionó a los extranjeros que llegan al país para estudiar ciencia o ingeniería pero en cuanto terminan la carrera regresan a su país a inventar productos y crear empleos en otro lugar. “Esto no tiene sentido”, dijo.

De este primer argumento destacan tres cosas: 1) Aunque no mencionó el Dream Act directamente, es obvio que se refería a esta legislación que muchos consideran el único aspecto de la reforma migratoria que tiene posibilidades de aprobarse a nivel federal en el corto plazo y que ha tenido importantes logros en el ámbito estatal en los últimos meses. 2) Obama enfatizó de diferentes formas la idea de los migrantes como personas talentosas, estudiosas y emprendedoras y por lo tanto "merecedoras", pero bajo esta retórica, ¿en dónde quedan los jóvenes indocumentados que no han destacado en sus estudios o que no han podido terminar la preparatoria (una gran mayoría de ellos latinos), o los extranjeros que deciden estudiar una carrera en Estados Unidos que no tenga que ver con tecnología o ciencia pero que también quisieran la oportunidad de vivir en el país? 3) El argumento se reduce aquí a que hay que tener un futuro prometedor y hacer una contribución al país –principalmente económica–, para merecer el estatus de residente o ciudadano, aún en el caso de los “americanos de cabo a rabo” que crecieron en el país. ¿Y dónde quedan los otros trabajadores, los talentos que se consideran de “baja calificación”, sin los cuales se pierden cosechas, empleos e ingresos para las economías locales, estatales y federal?

No obstante estas limitaciones, Obama partió del argumento económico para justificar la necesidad de enfrentar el tema de la migración ilegal. Utilizar el término “ilegal” en lugar de migración “indocumentada”, “no autorizada” o “irregular” obviamente tiene una connotación negativa pero lo que me interesa destacar aquí es lo que siguió. Obama enfatizó como un logro de su administración el hecho de que se ha reducido el número de cruces de indocumentados (“ilegales”, en su discurso) en la frontera. En el último año, numerosos estudios, encuestas y reportes de fuentes académicas, de gobierno, centros de investigación y periodistas han reportado este cambio que se atribuye a varios factores: la recesión económica en Estados Unidos, el clima anti-inmigrante en el país, incluyendo el aumento de deportaciones (un promedio de 400,000 al año, un porcentaje mucho mayor al del gobierno de Bush) y las leyes anti-inmigrantes en varios estados, las dificultades para cruzar la frontera tanto por el aumento de los controles migratorios del lado estadounidense –incluyendo un mayor número de agentes de la patrulla fronteriza– como la inseguridad del lado mexicano, los cambios demográficos en México y la mejora en las condiciones económicas en el país. Obama lo redujo a una sola explicación: la desaceleración de los flujos de indocumentados se debe a que “mi administración ha puesto más botas que nunca en la frontera.”

Al destacar el tema del control de la frontera enfatizó el mismo argumento que ha presentado como justificación de esta estrategia en otros foros: una vez aseguradas las fronteras, los opositores de otros elementos de la reforma migratoria integral no tienen excusas para rechazar medidas como una regularización de los migrantes indocumentados. El tema de las deportaciones también entra dentro de esta lógica pero es obvio que Obama quiso evitar mencionar el tema por el que ha sido más fuertemente criticado por grupos pro-inmigrantes. De cara a la elección de 2012, su administración es cada vez más sensible a las críticas de los latinos en este sentido (el Pew Hispanic Center recientemente publicó los resultados de una encuesta al respecto).

En este delicado juego de equilibrios, Obama fue calculador al omitir en su informe una parte clave de su agenda migratoria que ha dado aliento a los latinos pero podría alienar a otros grupos al darle mayor visibilidad. En el último año, Obama finalmente ha sido receptivo a las peticiones de grupos pro-inmigrantes que sugieren que el Ejecutivo haga cambios administrativos en la puesta en práctica de algunas leyes migratorias que no requieren la aprobación del Congreso. El verano pasado emitió una orden administrativa para detener las deportaciones de personas que no se consideran una amenaza a la seguridad y que tienen lazos familiares en el país. Bajo esta premisa, más de 300,000 casos serán reevaluados para evitar deportaciones de personas que no tienen antecedentes criminales. Su gobierno también se ha pronunciado en contra de leyes anti-inmigrantes locales y estatales, principalmente la ley de Arizona (SB1070) sobre la cual próximamente emitirá una opinión la Suprema Corte. Otro ejemplo importante de estas acciones es el juicio que inició el Departamento de Justicia en contra del alguacil Joe Arpaio del condado Maricopa en Arizona, quien es conocido por su discurso y prácticas racistas, principalmente en contra de los latinos. Finalmente, el 6 de enero de este año, Obama anunció otro cambio administrativo significativo que permitirá que los migrantes indocumentados que tienen derecho a solicitar la residencia en el país por vínculos familiares no tengan que regresar a su país para regularizar su estatus, lo cual actualmente conlleva la absurda sanción de no poder entrar a Estados Unidos hasta por 10 años. Estos cambios benefician sólo a algunos migrantes dentro de la población de once millones de indocumentados y no se han implementado de manera consistente debido a la discrecionalidad de los jueces y las autoridades migratorias. No obstante, son avances significativos que Obama podría haber destacado en su discurso como parte de su llamado al Congreso para a aprobar una reforma migratoria integral.

En lugar de ello, las últimas líneas de los tres breves párrafos que el Presidente dedicó al tema en su informe volvieron al argumento inicial: “si el ambiente político de un año electoral impide que el congreso tome acción sobre un plan integral, al menos acordemos detener la expulsión de personas jóvenes, responsables que quieren trabajar en nuestros laboratorios, empezar nuevos negocios, y defender a este país. Envíenme una ley que les permita ganarse la ciudadanía. La firmaré enseguida”. De nuevo, el énfasis es sobre el talento, sobre los trabajos de alta calificación, sobre los que están dispuestos a hacer los “méritos necesarios”, incluyendo el servicio militar, para “ganarse” la ciudadanía estadounidense.

No cabe duda que el discurso de Obama fue positivo al destacar las contribuciones de los migrantes, apoyar el Dream Act, referirse a los jóvenes indocumentados como americanos y volver a poner en la mesa la necesidad de una reforma migratoria integral. Pero al leer entre líneas, la falta de matices que excluyen a algunos (casi siempre a los más vulnerables) y el uso de un lenguaje que limita el debate (empezando por la palabra “ilegal”) no deben pasar desapercibidos ni continuar siendo prácticas aceptables. Sólo así se lograrán los cambios de fondo que permitirán que llegue a manos de Obama esa ley que está dispuesto a "firmar enseguida".

 

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es profesora de estudios globales en The New School en Nueva York. Su trabajo se enfoca en las políticas migratorias de México y Estados Unidos.


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